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Soberbia Opinión

Soberbia

Juan Legal
Por : Juan Legal El nombre de este perfil corresponde a un seudónimo para proteger la identidad de su autor/a
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La respuesta a la soberbia es siempre brutal y dolorosa, sobre todo si la superioridad que se ha invocado es de orden moral y generacional.


La soberbia es una palabra que viene del latín superbia y que significa orgullo. Pero es también un concepto y, como tal, se define como una certeza de superioridad de uno con respecto a los demás.

Así, el orgulloso no duda en devaluar los logros de los otros y en exaltar las cualidades propias, aun sin estar probado que sea cierta y efectiva dicha autopercepción.

En este ámbito subjetivo, que es propio de la autoestima, muchas veces esa certeza de superioridad tiene poco que ver con la realidad y, llegando al extremo de la desconexión, puede dar lugar a diversas versiones de narcisismo, por desgracia tan extendidas y comunes en el ámbito del poder político, económico, social y cultural.

Ahora bien, se puede llegar a traspasar todos los límites cuando la convicción de superioridad se refiere al plano de la moral y se extiende de lo individual a lo colectivo, a lo generacional, a lo territorial, a lo racial, a lo religioso, a lo ideológico, etc.

Generalmente, la soberbia es mala consejera y el derrumbe de los íconos y ficciones usados para descalificar a los otros, a los inferiores, suele ser estrepitoso. Los “elegidos” terminan siendo arrasados por la realidad y por la verdad.

Desconcertados, sin ser perdonados, habiendo agotado el margen de tolerancia de los otros, tratan desesperadamente de salvarse incluso a costa de fagocitarse entre ellos.

Savonarolas frente a los cuales muchos ofendidos conforman verdaderas juntas de acreedores, de donde emergen actuaciones de castigo, a veces educadas, y otras más parecidas a la venganza de orangutanes, aunque estos se llamen Fidel, Simón o Bernardo, por recordar a Fidel Castro, Simón Bolívar o Bernardo O’Higgins.

La respuesta a la soberbia es siempre brutal y dolorosa, sobre todo si la superioridad que se ha invocado es de orden moral y generacional.

Es tan dura, a veces, que da pena. Pero no una pena comprensiva y salvadora sino de sorpresa ante lo patético. Así ha ocurrido en nuestro país con otros casos de grupos iluminados, que tanto daño le han hecho a Chile en el pasado.

Perdieron la oportunidad de ser humildes, siendo especialmente ciegos y sordos ante numerosas señales de alerta que les dio la propia sociedad.

Quisieron imponernos un país a imagen y semejanza de su ego y fracasaron gracias al sentido común y a la racionalidad de los chilenos.

Ahora los veremos destruyendo cruces, quemando libros y abjurando de sus sentencias categóricas. Pero, no hay que engañarse, aún no sabemos si están arrepentidos de verdad. Les falta sufrir la travesía por el desierto, que no es una simple sanción benevolente sino un camino de marginación y humildad largo y extenuante.

Veremos si son capaces de respetar genuinamente a los demás. Para ello, falta tiempo y paciencia. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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