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La homofobia antes de la doctora Cordero Opinión Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=66061

La homofobia antes de la doctora Cordero

Juan Guillermo Tejeda
Por : Juan Guillermo Tejeda Escritor, artista visual y Premio Nacional "Sello de excelencia en Diseño" (2013).
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Mostrarse homofóbico era un modo de situarse por default en el lado hetero de la cancha, a fin de participar no como víctima, sino como maltratador en el sucio juego de la discriminación sexual. Así no se era “raro”, sino “normal”.


Antes de la doctora María Luisa Cordero, la discriminación despectiva de grupos amplios de personas por el solo hecho de su condición era una deprimente costumbre nacional, que viví con fuerza en mi colegio el Liceo Alemán.

Se hostilizaba a quienes no eran vistosamente heteros, a los de apellido poco rancio, a los de cutis de origen no europeo, a las mujeres por ser tales, a la gente que trabajaba en el aseo, en la fábrica o en el campo, a quienes pertenecían a colonias migrantes… podría decirse que el desprecio fóbico era una manera de ganar un lugar entre los no despreciables.

Era un ambiente. El propio Presidente Salvador Allende, que dio su vida por la no discriminación social, dijo una vez en una entrevista: “de todo me han llamado, menos maricón o ladrón”.

En el célebre programa de TV de Jaime Celedón, “A esta hora se improvisa”, Jaime Guzmán compareció una vez con un atado de ejemplares del diario Clarín, serían unos cien diarios atados con un cordel como se hacía antes cuando había diarios y cordeles, y aquí asoma mi edad, y ante las cámaras Jaimito le mostró los diarios no sé si a Insulza o a Vicente Sota, que eran los representantes de la, digamos, izquierda invitados a ese programa de la pontificia y les dijo burlón, tirando el paquete al suelo: “muéstreme solo uno de estos diarios en que no haya un insulto”.

Y es verdad que el diario Clarín, de origen ibañista y aire masónico populista izquierdista, se dedicaba mucho a la talla a veces genial, pero siempre ruda en contra de las clases altas abusonas, y en contra también de los homosexuales, que eran a quienes podía discriminar la gente del pueblo.

Nada es lineal en esta vida, todo fluye en direcciones muchas veces opuestas y contradictorias, y la izquierda obrerista de Luis Emilio Recabarren de camisa limpia, austeridad y lucha compartida, fue muy machista, abierta en el tema de la sexualidad activa, aunque al mismo tiempo cerradamente homofóbica.

Se hablaba mucho y sin compasión de los “raros”, un término que luego ha analizado el periodista Oscar Contardo en un libro, y yo viví la homofobia no sólo en el colegio, también en comentarios de vecinos, de parientes cercanos, a veces en mi propia casa. Mostrarse homofóbico era un modo de situarse por default en el lado hetero de la cancha a fin de participar, no como víctima, sino como maltratador en el sucio juego de la discriminación sexual. Así no se era “raro” sino “normal”.

El primer homófobo que aparece en la historia parece ser el filósofo judío Filón de Alejandría. Él estimuló en curas y obispos, tras el derrumbe del Imperio romano, una cruzada en contra de los sodomitas. Los Padres de la Iglesia se dedicaron mucho a enardecer a las multitudes en esa dirección, y los primeros Concilios de obispos ya hablaban de manera amenazadora del “pecado nefando”, y en esa homofobia temprana de los cristianos brilló San Agustín, fino escritor e implacable destructor de templos paganos.

Los paganos, romanos o griegos, no se habían complicado durante al menos un milenio con el amor entre los hombres. Lo consideraban parte del natural disfrute erótico de las personas, y entre los dioses había figuras de mucha fluidez de género.

Pero los curas y obispos lograron mantener vivas sus hogueras moralistas hasta el siglo 18, haciendo quemar vivos a los infractores, y antes de eso a veces los castraban o les metían en el trasero un hierro al rojo. Se basaban en una lectura intencionada de la Biblia, es que ni en lo de Sodoma y Gomorra leído hoy aparece nada homo, y en el Levítico se predica la muerte y la sangre en contra de casi todo el menú posible de lo sexual no debidamente matrimonial, incluyendo homos y heteros.

La larga sombra amarga del cristianismo, y especialmente de la Iglesia Católica, ha hundido en el sufrimiento a muchas personas, privándolas de su natural derecho a la ternura y a una sexualidad feliz. Y eso que los curas y obispos, mientras con una mano predicaban, con la otra iban practicando cosas muy distintas.

La izquierda chilena ha ido rectificando en su homofobia histórica, haciendo suya la política de tolerancia de las izquierdas norteamericanas y europeas, en tanto que la derecha va evolucionando un poco, sobre todo los menos allegados al catolicismo.

No sé si la doctora Cordero va a misa, o se confiesa, ni sé con quién se confiesa ni qué penitencia le imponen, no quisiera conocer la lista de sus pecados. En Chile las libertades y tolerancias sexuales propias del neoliberalismo han sido en general bien acogidas, y afortunadamente gana posiciones una actitud de respeto hacia lo que cada cual es y siente libremente en el terreno de los afectos corporales y espirituales.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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