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No se puede ser feliz todo el tiempo Opinión

No se puede ser feliz todo el tiempo

Juan Guillermo Tejeda
Por : Juan Guillermo Tejeda Escritor, artista visual y Premio Nacional "Sello de excelencia en Diseño" (2013).
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Lo que quiero contarles es que para mí el infierno es el barrio norteamericanista que se formó a partir de Kennedy, una avenida que detesto porque es para autos y yo prefiero a las personas, aparte que la hicieron cuando yo vivía fuera y esos detalles son para mí imperdonables


Cada cual tiene, supongo, sus infiernos favoritos, y necesita a veces descender a ellos para chamuscarse un poco los rulos, es que no se puede ser feliz todo el tiempo, la sonrisa selfie no contiene todo lo que somos.

Supongo que para mucha gente descender a lo que el optimista intendente Orrego denomina ‘el eje Alameda Providencia’, eso es el infierno, regresar al antiguo Santiago devorado hoy por nuevas audiencias, por las demoliciones y construcciones monstruo, también por los estragos del estallido y la pandemia, por la decadencia, el mercadillo voraz o desesperado, la miseria, el grafiti y el abandono. A mí en cambio me ha tocado ser vecino y he aprendido a nadar y a respirar casi gozosamente en las aguas de la Plaza Italia, Bellavista, Providencia, el Parque Bustamante, Santiago Poniente, el Parque Forestal y el Centro, son además territorios de toda la vida donde aun me reconozco y visualizo las sombras y luces de mis antepasados. Volví heroicamente de Barcelona a Santiago hace treinta y cinco años para eso, para no dejar de lado mi pertenencia, para honrar a mi genoma. Pero eso es otra historia.

Lo que quiero contarles es que para mí el infierno es el barrio norteamericanista que se formó a partir de Kennedy, una avenida que detesto porque es para autos y yo prefiero a las personas, aparte que la hicieron cuando yo vivía fuera y esos detalles son para mí imperdonables, Kennedy que es una autopista se entrelazó elegantemente con Vitacura, con Huechuraba, con San Carlos de Apoquindo, con Las Condes mediante nudos viales y autopistas subterráneas que inventó Ricky Lakes el socialista neoliberal, todo ello en un paisaje de calles de aceras anchas, edificios marmoleados o acristalados, casas ajardinadas, donde lo que encuentro cuando voy son compadres con 4WD manejando agresivos, cafecitos franquicia tipo norteamericanos desde que los norteamericanos descubrieron el café, una cosa Roasted en unos vasos ridículos de plástico con tapa del Starbucks, no sé, un ambiente de no-lugares que me desanima, aunque aprecio el buen vestir y la buena educación de las personas, dos cosas que ahora hay poco en la ex zona cero.

Necesitaba visitar la tienda IKEA donde venden unos marquitos cuadrados de una medida idónea para un material del año 72 que estoy no sé si trabajando, al menos sobajeando un poco, quiero configurar como quien dice ambientes del recuerdo, o álbumes tridimensionales cruzando fotos en blanco y negro de entonces con objetos que me son significativos, del tipo unos soldaditos de plomo o unas artesanías, o algunos dibujos o pinturas personas queridas, estoy en ello, y de repente vi a Satán y él con ojos gozosos me indicaba que debería ir a IKEA.

Ikea queda para mí en la zona de los infiernos, así es que sumido dulcemente en mi modesto modelo automotriz de hace diez años me encaminé hacia los nudos viales que conducen a esos masacotes artificiales sin ventanas que son los malls. Fui a dar a un submundo sumergido de estacionamientos que son para mí el purgatorio, tan feos, hasta que logré zafarme de eso, y en un segundo intento llegué a una plataforma elevada y señalizada como 2 1/2, o sea era el piso dos y medio de esa cosa, procurando siempre no irritar a nadie y entender en todo momento la lógica de esos vacíos sin corazón donde no hay derecha ni izquierda, se trata sólo de seguir las flechas y hacer caso de los instructivos. Mis rebotes me llevaron a un desierto de cemento, mármol artificial, vidrio y metales denominado SOG, un patio de comidas con tiendecitas como de mentira ofreciendo distintos menús, como en los aeropuertos, y estaba todo sin gente porque nadie va en la mañana parece, yo subía y bajaba por unas rampas muy bonitas, estuve en unos ascensores de metal duro que parecían como de matadero moderno o hechos por Joseph Beuys, y finalmente llegué a unos amplios, enormes galpones donde reposa la mercadería de IKEA.

Hay que mamarse la tienda completa porque lo que ellos ofrecen es una experiencia más que una tienda, y aunque yo quería muy concretamente esos marquitos de 32 x 32 cms uno y de 22 x 22 cms. el otro tuve que sumergirme en el recorrido completo. Bueno no está tan mal la tienda, quizá vuelva algún día, es un estilo de buen gusto internacional nórdico, colores claros, maderas tipo natural, flores artificiales y un ambiente de sonrisa todo el rato.

Obtenidos los marquitos logré pagar, no fue fácil, luego pude reencontrar el piso dos y medio que no cuesta nada pasarse y llegar sin transición al cuatro o al tres y medio, evitando en todo momento el mentiroso patio de comidas, y salir al aire libre hasta Manquehue, que aun es una avenida contaminada por ese espíritu perverso y autopistero de ciudad segregada y segregante, de esa no-ciudad, yo es que el auto lo uso una vez a la semana y quiero eliminarlo pero si lo eliminara no sé como tendría que hacerlo para volver al infierno, es que tengo una relationship con Satán. Os amo.

  • Esta opinión fue publicada originalmente en el Facebook de Juan Guillermo Tejeda. Ver AQUÍ
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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