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El negacionismo: las sombras históricas de la realidad Opinión

El negacionismo: las sombras históricas de la realidad

Este relato negacionista que ha permeado hasta el corazón mismo de la sociedad chilena, trae como consecuencia la relativización de la vida misma, de todas las vidas. Toda persona que no sea, piense y se vea como yo, es un “otro” a quien se le quita la calidad de humano para transformarlo en un objeto torturable, asesinable y violentable.


A 50 años del golpe militar, se vuelve un deber moral recorrer algunas rutas olvidadas, desteñidas por el tiempo y tergiversadas por el populismo. Es importante hacer visibles esos olvidos conscientes que pretenden desestimar el peso ético y humano de la memoria. Son esos olvidos los que trasgreden los derechos fundamentales de manera violenta, buscando evadir y/o encubrir aquella verdad conocida, pero que incomoda y a la que se le teme, porque, de aceptarla, se debe reconocer la dimensión de las atrocidades y con ello condenarlas o permanecer en una posición de cómplices.

Evidentemente, es menos incómodo para algunos(as) negar la historia, negar el desarraigo de los afectos y los impactos personales y sociales del exilio; negar el desgarro de cuerpos y mentes en la tortura; negar el dolor de quienes desaparecieron y el de sus familias que han buscado por años la verdad de lo ocurrido.

Pero desconocer estos hechos probados por la justicia y definidos como crímenes de lesa humanidad –antihumanos, antidemocráticos y genocidas–, trae consecuencias para un país completo en el que se corre el riego de naturalizar estás prácticas. La maniobra del negacionismo y el cuestionamiento de la memoria, al negar la historia acepta la violencia, la tortura, la desaparición y el exilio.

Sustentar creencias arraigadas desde la posición de los perpetradores es un atentado a la justicia, una amenaza a la paz y a la democracia. Una democracia que desde su fragilidad intenta defender la historia y la memoria y pugna por que emerja la verdad. 

El negacionismo va construyendo un relato solapado que favorece y justifica los abusos. Lo complejo es que su actuar no es mediante la confrontación, sino por medio del encubrimiento, la opacidad, la naturalización y el olvido. Olvidar o naturalizar nos despoja de la capacidad de asombro ante el dolor, de la empatía y solidaridad con quien ha caminado por el sendero de horror y la muerte, o de quien ha sido despojado de su dignidad. Se corre el peligro de perder las dimensiones, olvidando la calidad humana de las otredades, quedando expuestos a la insensibilidad, pero también al riesgo de las repeticiones históricas.

El negacionismo legitima la práctica de la tortura, y justifica la muerte como medios para borrar y clausurar. Se legitima la peligrosa idea de que, cuando se acaban los argumentos, comienzan los mecanismos de opresión: la dictadura no tenía argumentos. Nos deshumaniza y nos perdemos en el laberinto de la indolencia, cegándonos a la realidad.

Este relato negacionista que ha permeado hasta el corazón mismo de la sociedad chilena, trae como consecuencia la relativización de la vida misma, de todas las vidas. Toda persona que no sea, piense y se vea como yo, es un “otro” a quien se le quita la calidad de humano para transformarlo en un objeto torturable, asesinable y violentable.

La llamada del negacionismo es a “dar vuelta la página”, planteada como una mirada de “futuro” sin poseer una mirada crítica sobre el pasado, dejando de lado la justicia, perpetuando la impunidad, eludiendo las responsabilidades personales e institucionales y, lo peor, invisibilizando a las víctimas. Plantea que los procesos de memoria perpetúan la división entre las chilenas y los chilenos y suscita odiosidades entre los diferentes sectores del país y, pareciera que la única posibilidad de reconciliación viene de la mano del olvido y del silencio.

La invitación es a saber, a no olvidar, a buscar la verdad y la justicia y, sobre todo, a no repetir la misma historia. Para ello, debemos mirar al futuro cruzando la línea de las otredades, solo así será posible el reencuentro. Se trata de no caer en un determinismo radical, social y político, donde se culpe de la violación a los derechos humanos y de la institución de la dictadura a las nuevas generaciones de los sectores políticos e institucionales. Más bien, implica recordarles la historia para que, desde estos nuevos espacios epocales, construyan nuevos tratos y nuevas lecturas de análisis mirando el pasado. De esa manera se evita que estos sectores caigan en el negacionismo, porque si así sucediera significa que nada se ha aprendido en estos 50 años.  

La invitación es a la empatía y a la tolerancia, recuperando la memoria histórica como proceso integral, es decir, redescubrir el pasado para proyectar el presente y construir el futuro. La invitación es a recuperar la esperanza porque, como se puede leer en la galería del Estadio Nacional, “un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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