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Recordar para perdonar: los cinco curas asesinados en dictadura Opinión

Recordar para perdonar: los cinco curas asesinados en dictadura

Como fieles, deseamos honrar su memoria hoy, con la esperanza de que a través del recuerdo podamos reconstruir la confianza en una Iglesia dañada y afianzar la unidad en un país dividido.


 

Los obispos chilenos han emitido un mensaje con motivo del 50º aniversario del Golpe de Estado en Chile, expresando su solidaridad con todas aquellas personas que han sufrido a causa de la violencia y la violación de los derechos humanos. Hemos sentido la falta de una voz en la Iglesia que rememore los horrores que ella misma padeció, incluyendo la tortura, la muerte y la desaparición de quienes eran miembros e hijos de la Iglesia. Quizás esta ausencia de voz se deba a una falta de memoria o simplemente a la ignorancia consciente sobre el hecho de que aquellos que sufrieron estas atrocidades eran parte de su comunidad.

Somos conscientes de que rescatar la memoria puede parecer un desafío insuperable en este momento histórico, donde la fugacidad parece ser la esencia de todas las realidades. Sin embargo, creemos que es indispensable llevar a cabo un ejercicio de memoria, ya que la jerarquía eclesiástica chilena guarda silencio al respecto. Recordar a aquellos que, sin proponérselo, fueron víctimas del ministerio sacerdotal por unas ideas, que los transformaron en “enemigos”’, es esencial.

Nos referimos, en particular, a la muerte de cinco sacerdotes católicos durante el período de la dictadura cívico-militar. Hablamos de la trágica historia del cura obrero Miguel Woodward, quien fue detenido, torturado y desaparecido por la Marina en 1973. Fue golpeado con cuatro culatazos evocando las cuatro puntas de la cruz. También recordamos al misionero André Jarlan, quien perdió la vida por una bala perdida disparada por la policía en la población La Victoria en 1984, compartiendo la suerte de los pobres de esa zona. Joan Alsina, quien murió el 11 de septiembre de 1973, fue ejecutado y arrojado al río Mapocho. Es importante destacar que perdonó a su ejecutor, quien finalmente confesaría el crimen años más tarde. Antonio Llidó fue detenido y desaparecido en 1974, y el salesiano Gerardo Poblete perdió la vida en un calabozo de una comisaría de Iquique en 1974, también perdonando a sus agresores.

Es innegable que la vida de estos sacerdotes puede que no haya despertado un gran interés en el pasado. Poco importa si estaban involucrados en la vida política. Sin embargo, es un hecho que formaban parte del rebaño de la Iglesia. Como fieles, deseamos honrar su memoria hoy, con la esperanza de que a través del recuerdo podamos reconstruir la confianza en una Iglesia dañada y afianzar la unidad en un país dividido. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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