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Barrio Bellavista: porque a nadie le importa Opinión Agencia Uno

Barrio Bellavista: porque a nadie le importa

Hace meses que hincho a toda persona a que me preste un segundo de atención, para decirle que me apena lo que está pasando en ese lugar.


Estudié y trabajo en el barrio Bellavista. Todos los días cruzo la Plaza Italia, corro en el semáforo al Parque Forestal y cruzo al puente Pío Nono, esperando que ningún conductor frenético se salte el paso peatonal, y llego a la oficina. Conozco el barrio, me gusta el barrio. Me siento cómodo, en ciertas horas y en algunos lugares, en el barrio Bellavista.

Hace meses que hincho a toda persona a que me preste un segundo de atención, para decirle que me apena lo que está pasando en ese lugar.

En un tiempo, por ejemplo, trabajaba en una disco gay como barman y en mis recreos salía a fumar a la calle Bombero Núñez. Algunas veces conversaba con los guardias de la disco, otras veces caminaba dos cuadras, hasta otra disco, porque sabía que podía encontrar algún amigo fumando un pucho en la vereda y conversar un rato ahí. Hoy eso no se puede. Punto.

Hoy por hoy los guardias de la discoteca te ponen la mano en el pecho y te advierten, radicales, que es mejor no salir. Espere el Uber adentro.

Si uno hoy día va a bailar a los lugares (no muchos, por cierto) que acogen a la diversidad sexual de noche, lo que siente es inseguridad.

Ese es uno de los momentos en que no me siento seguro en Bellavista. Y como ahí se concentran los lugares frecuentados por grupos que en realidad a nadie le importan, no hay sino que resignarse.

Y es que, claro, una persona acostumbrada a salir de carrete en un lugar seguro y sin miedo probablemente ni siquiera entienda este argumento. Pero en un país segregado, en una ciudad segregada, espacios como estos son más bien santuarios. Lugares de protección y alegría, pero sin el resguardo con el que cuentan otros lugares. Si no me cree, vaya en una misma noche a darse una vuelta por la plaza San Enrique y luego por la plaza Camilo Mori. Compare en vivo y en directo.

Algunos amigos han dicho que exagero y que siempre ha sido un barrio peligroso, pero el deterioro que he visto ocurrir en estos once años es notorio. Notorio y lamentable. A eso de las 7 de la tarde el barrio cambia, se transforma.

Últimamente pienso que en realidad el problema no es el barrio, sino la gente que lo frecuenta. En las mismas calles, en unas pocas manzanas, se concentran algunas de las pocas discos y bares mayoritariamente LGBTIQ+ de la ciudad.

En las mismas cuadras nos mezclamos lesbianas, gays, bisexuales, trans, transformistas, y un largo etcétera de gente sexual y genéricamente diversa, con una serie de personas que tampoco le importan a nadie: prostitutas, pobres, ladrones, narcotraficantes, mendigos y uno que otro turista desprevenido.

Fíjese bien en el listado anterior, no es aleatorio. Aquí usted tiene a los grupos que a nadie le importan. Los que no carretean seguro. Los que están acostumbrados a cuidarse en silencio, aprendiendo los códigos de la calle, los que no se dan la mano cruzando el parque.

Y, como ya dije, a nadie le importa. No les importa a los alcaldes de las comunas donde se ubica Bellavista (sí, estoy hablando de ustedes, Recoleta y Providencia), tampoco le importa realmente a Santiago (aunque tenga una bonita bandera de arcoíris en el frontis de la municipalidad), cuyos guardias pretenciosos ni siquiera se aparecen por el Parque Forestal, paso obligado a quienes desean tomar una micro en la Alameda para volver a sus casas.

Los carabineros ya no entran al barrio y durante todo el día se puede comprar cualquier droga disponible en el mercado. Tengo compañeros de trabajo que lo pasan mal llegando a la oficina, los pueden asaltar. Un riesgo común en todas partes, pero que en Bellavista se multiplica exponencialmente.

Como lo mismo dan las personas que se aventuran en Bellavista de noche (porque no le importa al gobierno regional, ni a las municipalidades, ni a Carabineros de Chile, ni a los cuerpos de seguridad ciudadana, ni al gobierno provincial, ni a los concejales, ni a los que tienen otros lugares de ocio que frecuentar), la situación en realidad no tiene ninguna posibilidad de cambio. Lamento pensar que este reclamo caerá en saco roto.

Este es un problema que no le importa a nadie más que a quienes viven o a quienes trabajamos en el barrio Bellavista, pero como se confunden con otros grupos que no importan, qué más da.

Me gustaría cerrar ideando una solución creativa y atrevida. Lamentablemente, pienso que la solución es tan compleja que quizá ya no pueda volver.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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