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2024, volver a Tapihue Opinión Primera página del Tratado de Tapihue de 1825. Crédito: olca.cl

2024, volver a Tapihue

Jorge Pinto Rodríguez
Por : Jorge Pinto Rodríguez Premio nacional de Historia año 2012 y actual director del Instituto de estudios avanzados para el diálogo de saberes Ta Iñ Pewam de la Universidad Católica de Temuco.
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Quienes vivimos en esta hermosa región, sin exclusión, hemos sido víctimas de la violencia. De nosotros depende superarla.


En 2018, Pedro Cayuqueo publicó una nota que tituló “Volvamos a Tapihue”, en la cual evocó el Parlamento de Tapihue que se celebró el 7 de enero de 1825 a dos leguas de la Plaza de Yumbel, en dirección al este, precisamente en los llanos de Tapihue. En ese Parlamento Francisco Mariluán, un viejo lonko de la zona, y el coronel Pedro Barnechea, en representación del Gobierno presidido por Ramón Freire, firmaron el acuerdo, que según Benjamín Vicuña Mackenna fundó la nación que hoy tenemos en Chile.

De esto poco se sabe, agrega Cayuqueo. Poco se sabe también que parlamentar es mejor que guerrear y que el diálogo es la herramienta más adecuada para garantizar la paz. Menos se sabe aún que el escenario en el Gulumapu era, en ese momento, tan complejo como hoy. Se vivía en una región militarizada, con una violencia que la historiografía tradicional denominó “Guerra a Muerte”. A los conflictos que acompañaron a la Independencia, fuertemente resistida en la región por los temores de perder la paz imperante desde el siglo XVII, lograda a través de continuos parlamentos, se sumaron los desacuerdos entre las parcialidades mapuche y entre los distintos grupos que podríamos vincular a la sociedad chilena. Lo que sí estaba claro era que el nuevo Estado que estaba surgiendo en Chile era amenazante para la región. Una frase de Vicuña Mackenna, rescatada del libro que acabamos de citar, lo resumen con una claridad que invita a la reflexión. “Al grito de ¡Viva el Rey! Todo el sur estaba de pie. La Patria no era Chile, era Santiago”. 

Volver a Tapihue en 2024 creo que es la mejor forma de conmemorar 200 años de historia. La preparación del Parlamento demoró dos años de largas conversaciones, parlas, entendimientos y desencuentros que culminaron el 7 de enero de 1825 cuando el diálogo se selló con dos firmas que lograron pacificar momentáneamente la región. Errores que se cometieron más tarde, injusticias y discriminaciones borraron con el codo lo que se escribió con la mano. Pero queda el recuerdo de una experiencia que hoy día podríamos repetir. Es lo que estamos necesitando, un diálogo sin exclusiones y sin los estereotipos que generan barreras que nos impiden estrechar nuestras manos en acuerdos en los cuales todos ganamos, aunque posterguemos algunas de nuestras aspiraciones.  

A fines del mes de diciembre recién pasado, la directora de la Comisión de Derechos Humanos, Consuelo Contreras, manifestó su convicción de que la CAM no debe quedar excluida de los diálogos para lograr la paz. A los pocos días, un grupo de historiadores chilenos firmamos un comunicado apoyando la sugerencia de la directora Contreras y, casi de inmediato, monseñor Fernando Chomali, arzobispo de Santiago, declaró que “cerrarle la puerta a alguien que quiere dialogar, a priori, no me parece adecuado, porque las personas pueden cambiar”.  

Y monseñor Chomali tiene razón, porque el pueblo mapuche ha sido siempre dialogante. Muchas personas piensan lo mismo en la región y me parece que es lo que debemos buscar, un diálogo amplio que culmine, como el 7 de enero de 1825, en un pacto de paz inspirado en la justicia y el buen vivir. A fin de cuentas, quienes vivimos en esta hermosa región, sin exclusión, hemos sido víctimas de la violencia. De nosotros depende superarla.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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