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Piñera: el auto chino que no llegó Opinión

Piñera: el auto chino que no llegó

Jaime Retamal
Por : Jaime Retamal Facultad de Humanidades de la Usach
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Lo que pasa es que el juego del poder, durante las últimas décadas, ha consistido en hacernos creer que es “natural” ese tipo de modernización y que solo resta adecuarse, ojalá, todos, con el mismo sueño: su casa, su colegio particular, su carrera universitaria, su familia, su casita en el litoral de los poetas, su auto chino. De la izquierda más frenteamplista al derechismo más kastista. El juego del poder gira en torno al mismo espejismo, sin meditarlo severamente.


El próximo 1 de junio, nuevamente, el Presidente Piñera le prometerá a cada uno de los hogares de la clase media chilena, la llegada de un auto chino. Mínimo, el Chery chino que toda familia normal debiese tener en su jardín, su acera, su patio, su estacionamiento, su entrada vehicular. Para cada quien, para todos y para cada uno, su auto chino. Es la promesa de la modernización capitalista, expresada en consumo, que tanto le gusta a la intelectualidad de derecha y al mundillo aspiracional que posa de liberal leyendo a Vargas Llosa. La tribu.

Lo cierto es que el auto chino de Piñera no llegó.

No llegó ni llegará.

Bajemos un cambio.

Se cree, por puro prejuicio arribista, que el espejismo de la modernización capitalista es un tema de apóstoles izquierdistas burgueses que ningunean al “vulgary people”, más conocido como “fachos pobres”. Esos que votaron por Piñera y que sueñan, aunque sea como consuelo, con un Chery chino. Esos que viven preocupados por Venezuela, pero no quieren ni en pintura a los venezolanos, ni colombianos, ni menos haitianos, de vecinos. Les quitan la pega.

Estas personas son las mismas que consumen los noticieros C.S.I. de la televisión chilena y andan criminalizando a cuanto extraño encuentran con cara de delincuente. Los que quieren la ley y el orden. La pena de muerte. A los que les da urticaria la educación pública y prefieren su colegio inglés o su colegio de curas. Esos, los mismos, que no se atreven a decir que tienen su cabañita en el Tabo y prefieren el conspicuo “el litoral” para irse los fines de semana. O “la costa”… ¡Qué decir! Bueno, que, al contrario, “abajistas” no son. No. Eso sí que no. El abajismo es el prejuicio identitario de los otros, justamente los otros, su némesis, los izquierda-Puc, los apóstoles izquierdistas burgueses. Esos no votan Piñera y facho-pobrean al resto. La cool-izquierda. La ciclo-izquierda. La izquierda-empaná-Los-Saldes.

[cita tipo=»destaque»]El espejismo de la modernización capitalista va acompañado de un discurso –ahí sí– elaborado por verdaderos apóstoles intelectuales, capaces de poner en la juguera de las ideas, desde la Revolución Rusa del 17 hasta el Mayo francés del 68. Da lo mismo. La justificación alcanza para producir en su reverso –nuestra querida izquierda– una contraargumentación que girará, al fin y al cabo, en la misma retórica justificatoria. Es raro, pero Chile por el momento es eso, guerrilla frenética de intelectuales que por los medios juegan a ser inteligentes.[/cita]

Esa, la izquierda-tinto-orgánico. La izquierda-Mac. En fin… como decía antes de este rodeo, se cree por puro prejuicio que esta izquierda es la llamada, por vocación y apostolado, a criticar nuestra modernización capitalista, ninguneando y facho-pobreando al resto, sobre todo al que legítimamente espera su auto chino, vive en un gueto vertical y –obvio– votó no a Chilezuela, votó sí a Piñera.

En la galaxia sociológica chilena, el espejismo de la modernización capitalista nos hace creer que si espero mi auto chino y vivo además en un gueto vertical, pero voto a la izquierda, sería “sociológicamente” y “antropológicamente” un crítico consciente del sistema.

El punto de inflexión, para un lado y para el otro, es ese maldito auto chino. Si accedo o no a la modernización capitalista, si mejoro mis oportunidades, si rendí.

Y qué mejor que hacer política prometiendo que sí, que esta vez sí llegará. De China con amor.

Lo que pasa es que el juego del poder, durante las últimas décadas, ha consistido en hacernos creer que es “natural” ese tipo de modernización y que solo resta adecuarse, ojalá, todos, con el mismo sueño: su casa, su colegio particular, su carrera universitaria, su familia, su casita en el litoral de los poetas, su auto chino. De la izquierda más frenteamplista al derechismo más kastista. El juego del poder gira en torno al mismo espejismo, sin meditarlo severamente.

Es un espejismo sociológico que nos debiera hacer pensar a todos.

El punto grave, creo yo, es que desde el mundillo político, o nos apaciguan un poco –Boric entrando a La Moneda con su discurso pro infancia– o nos provocan otro poco –Kast el primus inter pares de la democracia–. Pero lo cierto es que, a pesar de ese humo, la parrilla de la modernización capitalista está ahí, quemando grasa. Humeando. Y nosotros, comiendo y comiendo, pues no queda otra, aunque tengamos un resto de carne entremedio de los dientes, ahí, molestando. Daño colateral. Tema menor, dicen. Ya pasará.

Tengas tus dientes recontra arreglados, blanqueados, o comas wagyu primer corte, o te pasees en tu Land Rover o, como se dice, “le lleve” a la familia en su auto chino o se coma una rica posta rosada nacional, paraguaya o brasilera, sea como sea, sea quien sea, no hay duda que el tema intelectual, político, ético y social es el siguiente: cómo arreglamos el sentido de una comunidad justa, ética y solidaria perdida en el marasmo de la modernización neoliberal capitalista chilena.

Dejemos los cuentos.

Aunque el Presidente prometa crecimiento, desarrollo, educación, ley, orden y hasta igualdad, no lo hace sino bajo el colchón de una modernización que nos hace mella sea por donde sea en esas mismas dimensiones de la promesa.

Tenemos el auto chino que se llama Chile, abollado por todas partes.

Todos creen que saben conducirlo porque ya no sería la vieja citrola o renoleta de nuestros padres y abuelos. El auto chino tiene caja automática, dicen. Es la regla del superávit fiscal. Así es resimple.

Como sea, hagamos el ejercicio de bajar un cambio, frenar y jalar el freno de mano. A ver qué pasa.

¿Qué pasa? Pasan cosas raras, es verdad, en este país. Por ejemplo, llama la atención tanta tirria a Mayo del 68 o tanto oportunismo por Mayo del 68.

A la derecha tradicional y conservadora obvio que le molestan los acontecimientos del 68 francés. Algunos más subidos en no sé qué chorro repiten, como loros, frases sueltas de Raymond Aron. Otros, más de derecha liberal, casi como Baudrillard, argumentan que el 68 en verdad no existió, primavera-cero de jovencitos universitarios. Normal, en todo caso, que la derecha reaccione, cierre filas y haga de Mayo del 68 el símbolo cómico de los movimientos sociales. Ahora bien, el oportunismo por Mayo del 68, oportunismo de izquierda por supuesto, me parece casi o tan anti-68 que el típico discurso de la derecha.

Queda clarísimo que la crítica que irrumpe el 68 es antimodernización capitalista, y eso la intelectualidad chilena bien lo sabe. Los 70 en Chile dejaron las puertas abiertas al neoliberalismo. Pero los 90, y desde los 90 hasta hoy, Chile no solo abrió sus puertas, además fue y ha sido un espléndido escenario que permite comprender la renovación y el fracaso de la izquierda biempensante que emergió de la mano de una derecha republicana e igual de biempensante.

Revisar en los medios chilenos de los últimos días su opinología por Mayo del 68, es comprender que la disputa intelectual por la modernización capitalista cruza, con creces, la interpretación que tenemos del Chile presente y llega hasta procesos a los cuales los intelectuales chilenos son capaces de reducir conceptualmente hasta el hartazgo.

Eso es lo que pasa. El espejismo de la modernización capitalista va acompañado de un discurso –ahí sí– elaborado por verdaderos apóstoles intelectuales, capaces de poner en la juguera de las ideas, desde la Revolución Rusa del 17 hasta el Mayo francés del 68. Da lo mismo. La justificación alcanza para producir en su reverso –nuestra querida izquierda– una contraargumentación que girará, al fin y al cabo, en la misma retórica justificatoria. Es raro, pero Chile por el momento es eso, guerrilla frenética de intelectuales que por los medios juegan a ser inteligentes.

El caso es que la promesa del auto chino sigue incólume y Piñera será el primero en replantearla este 1 de junio.

El auto chino es para nosotros –como diría Roland Barthes– el equivalente exacto a las monumentales catedrales góticas, es decir, la gran creación de una época. El auto chino es un objeto mitológico consumido en su imagen y en su uso por un especial espejismo.

El auto chino es, para nosotros, un objeto puramente mágico.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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