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El derecho del periodista y la desfachatez del castigado Opinión

El derecho del periodista y la desfachatez del castigado

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José Gabriel Alemparte
Por : José Gabriel Alemparte Abogado, Master en Ciencia Política
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Una vez más, el derecho a informar de un periodista, su libertad de prensa, de expresión y el derecho a una sociedad a saber, se contrapone con la honra de personajes que aplastaron la dignidad mínima de personas de carne y hueso. Y lo más grave es que el caso, siendo desechado por un juez de garantía, es levantado por la Corte de Apelaciones, organismo que revive el riesgo de Javier Rebolledo de ser juzgado y condenado por cometer “el delito de informar”, disfrazado tras una supuesta injuria y violando un derecho humano esencial, pilar de la democracia occidental, reconocido y amparado por el sistema internacional de derechos humanos.


Escribo éstas líneas pocas horas después de la caída del que me niego a denominar ministro de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile, Mauricio Rojas.

La sociedad chilena demostró, una vez más, que estamos en una era de cambios. Leer la caída de Rojas como un contubernio de la izquierda organizada o bien, de sus descalabrados partidos, es una mirada miope y de una ceguera abismante, como pretende leerlo a modo casi de afrenta personal el gobierno.

Lo que cayó con Rojas es algo que se repite con diversos temas y ámbitos: la sociedad no está dispuesta a tolerar la falta del respeto y la brutalidad contraria a la empatía. Eso que fue socialmente aceptado ayer, ya dejo de serlo, estamos ante una sociedad que ha comenzado a no tolerar que el acoso se normalice o bien, se relativicen los derechos humanos. Brutalmente, el “algo habrán hecho” también aplica para las mujeres abusadas, para las víctimas de la Iglesia y a Rojas, que busca con el desparpajo del impostor oportunista, “contexto” ante lo que no tiene explicación: las más abyectas violaciones a los derechos humanos en dictadura.

Sí, seamos claros y precisos. Las violaciones más atroces que pueden describirse, la desaparición forzada de hombres y mujeres no tienen explicación alguna que las justifiquen y, ante ello, la sociedad organizada, o desorganizada, reacciona desesperada, presiona y lo seguirá haciendo. Ello llegó para quedarse.

Pero no nos adelantemos. Aunque reaccionemos indignados, aún muchos justifican y callan debido a que son cómplices, dicen lo políticamente correcto, pero en sus almuerzos privados aún celebran a Pinochet, porque al que se le pasó la mano fue al «Mamo» Contreras. La Corte Suprema corre a liberar a los siete de Punta Peuco por medio de beneficios carcelarios espurios y contrarios a las normas de derecho imternacional.

[cita tipo=»destaque»]Algo ha sucedido en los últimos meses. Los cuervos se han levantado, se han despertado como nos dice Javier. ¿Simple casualidad? No lo creo, junto con una derecha liberal incipiente y aún ínfima en peso político, la derecha conservadora y dura sigue vigente “ocupando siniestros ministerios” como nos recuerda Charly García. La nueva derecha fue flor de un día, nos recordaba Carlos Larraín: “Hay que recurrir a la derecha tal y como se le conoce”, señalaba. A confesión de parte, relevo de pruebas, se dirá por ahí.[/cita]

Algunos incluso todavía agradecen al “santito” Karadima y su entorno, «es que tuvo tantas vocaciones sacerdotales» dicen silentes en privado. Y está también la derecha, cómplice activa que sale en defensa del “contexto” con que Rojas intentó explicar sus dichos de antes, pues era distinto al de hoy y quién sabe si al de mañana, total era un converso, como si ello fuese una explicación plausible para salir a defender lo indefendible. Incluso, lo hizo la hija del Presidente, que en campaña se declaraba de centroizquierda, aunque después borrase sus comentarios.

Entre todo el ruido y el tráfago aún vemos acciones de valor frente al poder. Ahí está Alejandro Goic -el actor, por cierto, no el cura- retirándose de un set de televisión. “Se me parte el alma”, dijo ante la presencia de Patricia Maldonado, con su estética de mal gusto propia de sus años de amistad y de bohemia rancia al lado de Álvaro Corvalán. Ahí está Paulina Veloso recordándonos a Alexei Jaccard y nosotros, imaginándolo mientras juega al ajedrez en una celda oscura. Alexei, que aún no aparece.

Ahí están Carmen Hertz, Raúl Zurita, Carmen Frei y tantos más, para despertar la consciencia dormida del país y, por cierto, están los miles de hombres y mujeres modestos que aún buscan entre el desierto, el mar y las montañas o los que en una esquina, se topan con sus celadores y torturadores, libres y sonrientes.

Uno de esos actos de valor ha pasado desapercibido, pero en él se juega mucho de la convivencia democrática y del valor de la memoria. Hace unos días, la Corte de Apelaciones de Santiago, en un fallo inédito, revirtió una sentencia de un juzgado de garantía que rechazaba una querella contra el periodista Javier Rebolledo y le dio a un militar -detenido y condenado por el delito de secuestro, tormentos, torturas amén de atrocidades y causas pendientes contra cinco detenidos desaparecidos-, el derecho a querellarse por injurias contra éste profesional de la prensa por ejercer su rol a informar. Todo, patrocinado por la representación de quien otrora fuese el abogado de Manuel Contreras Sepúlveda. Los mismos de siempre, en lo mismo de siempre.

Algo ha sucedido en los últimos meses. Los cuervos se han levantado, se han despertado como nos dice Javier. ¿Simple casualidad? No lo creo, junto con una derecha liberal incipiente y aún ínfima en peso político, la derecha conservadora y dura sigue vigente “ocupando siniestros ministerios” como nos recuerda Charly García. La nueva derecha fue flor de un día, nos recordaba Carlos Larraín: “Hay que recurrir a la derecha tal y como se le conoce”, señalaba. A confesión de parte, relevo de pruebas, se dirá por ahí.

Los cuervos se levantan, porque comienzan rápidamente a otear posibilidades de encontrar la carroña necesaria que los alimenta. Ello envalentona a sujetos que de valor no saben nada más que golpear y violar a hombres y mujeres amarrados. Sienten el valor de querellarse por ser desnudados en su miserable paso por cuarteles y cantinas. Eso es lo que Javier nos cuenta y que les molesta. Porque la misión de un periodista es escrutar, incomodar al poder, a los que se creen aún poderosos.

Una vez más, el derecho a informar de un periodista, su libertad de prensa, de expresión y el derecho a una sociedad a saber, se contrapone con la honra de personajes que aplastaron la dignidad mínima de personas de carne y hueso. Y lo más grave es que el caso, siendo desechado por un juez de garantía, es levantado por la Corte de Apelaciones, organismo que revive el riesgo de Javier de ser juzgado y condenado por cometer “el delito de informar”, disfrazado tras una supuesta injuria, violando un derecho humano esencial, pilar de la democracia occidental, reconocido y amparado por el sistema internacional de derechos humanos.

Javier, periodista riguroso y profesional, autor de libros como “El despertar de los Cuervos” y “Camaleón. Doble vida de un agente comunista”, ha hecho del periodismo de investigación su trabajo, en un país donde la investigación y el rigor periodístico para enfrentar al poder corre serio riesgo, debido a la concentración de los medios de comunicación y la falta de profesionalismo.

Con Javier estamos muchos. No solo por él, sino por el derecho de expresión y la libertad de prensa. Con Javier se juega una parte importante del derecho a la memoria y la sanidad de nuestra democracia. Su trabajo ha sido mostrarnos el horror, pasearnos por las mazmorras malolientes que muchos atribuyen al “contexto” y que no quisieran ver, pero que de cuando en cuando, aparecen con sus muertos, sus torturados y apaleados, para que podamos decir con fuerza, nunca más. Para que nunca más en Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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