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Vigencia de Voltaire Opinión

Vigencia de Voltaire


El 30 de mayo de 1778, hace 242 años, falleció Voltaire en París.  Figura relevante de la Ilustración europea, su pensamiento ilumina hasta nuestros días con lecciones que debiéramos tener muy presentes. Su afán de comunicar sus ideas a través no solo de libros, sino también de periódicos, gacetas y, sobre todo, cartas (su correspondencia impresiona por volumen y contenido), lo convirtieron en el primer intelectual moderno, en el pensador que abandona la reflexión limitada a su gabinete o cátedra y sale a vocearla en los medios de comunicación.  Sus dardos filosóficos contra el fanatismo y la injusticia y a favor de la libertad de expresión resultan siempre estimulantes y, hoy más que nunca, debieran inspirar a educadores, científicos y hombres de letras de nuestro país para volcarse a las plataformas informativas y dar a conocer sus planteamientos ante tanta impostura, frivolidad y chapuza pseudocientífica que invaden canales de TV y otras tribunas comunicacionales.

Cuando ocurrió el bárbaro atentado a la revista francesa “Charlie Hebdó” cometido en nombre de Alá por un par de terroristas islámicos, en enero de 2015,  una de las reacciones posteriores fue el renovado interés por la lectura de obras de Voltaire.  En Francia, sobre todo, sus libros  –y, en especial, su Tratado de la Tolerancia–  alcanzaron el rango de verdaderos best-sellers.  Asimismo, en respuesta al criminal asalto, la Societé Voltaire  –club de académicos especialistas en el filósofo–  emitió muy prontamente el comunicado:   “Hoy, Voltaire sería Charlie”.

Sin duda, una afirmación acertada.  Porque Voltaire no descansó jamás en su lucha contra el fanatismo, especialmente el religioso, y en defensa de la libertad de conciencia y de expresión.  Y su figura se ha convertido en símbolo absoluto del resguardo racional de la tolerancia.  La rehabilitación de acusados abusivamente tratados por la justicia clerical de la época y, más aún, la movilización pública para evitar la comisión de injusticias, fue su cruzada personal desde la solución que logró en el caso de Jean Calas, protestante injustamente acusado de  asesinar a uno de sus hijos para evitar que se convirtiera al catolicismo y condenado a una muerte atroz.

Así, desde sus 68 años (en el año 1762) y hasta el final de sus días (dieciséis años más tarde), el Patriarca de Ferney  –se le llamaba así a Voltaire por su residencia en su castillo de Ferney, ubicado en territorio francés,  a pocas leguas de la frontera con Suiza–  se convirtió, entonces, en una especie de última instancia de apelación para los que se sentían atropellados por las instituciones o arbitrariamente silenciados.

La memoria histórica de estos episodios en que, para triunfar en nombre de la razón, la justicia, la tolerancia y la libertad, había que tener a Voltaire al lado se reflejó en la primera manifestación que se hizo en Inglaterra en favor del escritor  Salman Rushdie, injusta y dogmáticamente condenado por la fetua del ayatolah Jomeini. Entre los manifestantes que protestaban y exigían una reparación, no faltó un pequeño grupo que se paseaba con una pancarta que rezaba: “Avisad a Voltaire”.

Hoy, el espíritu de Voltaire sigue presente en el combate contra el fanatismo y la barbarie. Su lucha incansable por suprimir la influencia religiosa sobre leyes y autoridades no ha finalizado.  En nuestra época, a pesar del desarrollo de la democracia y de la vigorosa extensión del laicismo en nuestras latitudes, siguen existiendo lamentables ejemplos de esta pretensión teológica absolutista de convertirse en referente unánime del sentido de la vida social (en este tiempo de pandemia los ejemplos apuntan a cultos evangélicos cuyos pastores no solo se pretenden superiores a las medidas sanitarias gubernamentales, sino a la misma naturaleza). Voltaire nos enseñó   –y debemos recordarlo día a día–  que la tolerancia no es una actitud pasiva, resignada o indiferente ante lo que nos rodea, sino que implica una movilización de nuestras energías, una militancia intelectual combativa, una puesta en ejercicio de la razón, las ideas, los argumentos y el juicio crítico contra la superstición, el dogmatismo y los comportamientos irracionales.

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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