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Con las cuotas al día desmantelando el club Opinión

Con las cuotas al día desmantelando el club


Antes de opinar, una aclaración preliminar: no pretendo erigirme en un Robespierre (o peor, en un monstruo de la talla de Fouché) y plantarme desde un pedestal de virtud para indicar, acusando, con mi dedo especial, pero tampoco quiero barrer bajo la alfombra discursos que por mucho que se intenten lavar, no son en absoluto anecdóticos.

No quiero cacarear una pechoñería de redes sociales, pero tampoco desentenderme, por puro hastío, de lo que adivino que es una vieja estrategia para echarlo todo a perder.

Y aquí vamos: Teresa Marinovic.

La situación con la constituyente puede ser de fácilmente interpretable: ella solo ha buscado defender una cierta identidad cultural que, preponderante, sería la base de una suerte de chilenidad masiva, a la que agreden los nuevos discursos que se pretenden hegemónicos y que estarían dominando la Convención constitucional. Marinovic sería uno de los últimos bastiones contra los “todes”, la enorme ridiculez de las tías Picachu en una cuestión tan seria como la redacción de la Constitución y por cierto de los saludos en “mari mari” y “peukayal”.

Identificar su resistencia con un conservadurismo de formol, sin embargo, vuelven sus alegatos en algo así como chascarrillos perdonables, y comprensibles para alguien a quien esta extraña reunión de chilenos y chilenas, resulta derechamente incomprensible.

Pero sospecho que usando provechosamente esa sensación de ajenidad, esa angustia de un mundo de cota mil que se cree blanco y que ahora le toca a la fuerza compartir espacio con la diversidad representada en la Convención, hay algo muchísimo más travieso. En las destempladas intervenciones de la constituyente Marinovic se huele la versión en caricatura de una estrategia que por obvia no deja de ser efectiva. Hazte miembro del club que te desagrada, paga todas tus cuotas e intenta con todo tu aliento arruinarlo desde dentro.  O su versión hermana: entra de lleno en una organización, resístete (sutil y no tan sutilmente) a lo que hace, luego, cuando no funcione, vocea con vigor su ineficacia.

Es que obligada -por sí misma- a permanecer arrinconada, y en vez de plantearse escuchar para poder hablar, comprender para poder dialogar (cosa que los ingenuos dirán que es el meollo de la misión para la que fueron elegidos los constituyentes) se ha propuesto el camino del escándalo como demostración en directo de la inutilidad – siquiera- de intentar el ejercicio conversar y tender puentes, de buscar un núcleo común desde donde reconocerse para escribir la carta fundamental.

Pero sus berrinches tienen menos de teatral que de estratégico y están destinado menos a provocar el griterío que suele acompañarlo, que a cimentar una verdad futura: una nueva constitución es una paparrucha, y la cacofonía actual, de este Chile actual que se sienta en el ex Congreso, no tiene otro fin que el de producir un imbunche tan imposible de solventar como los que mal sostienen a dictaduras bananeras. Marinovich -que no es más que la guaripola de un ínfimo pero muy taimado sector- busca sepultar de antemano a una Constitución nonata.

Es por eso que miro la vocación por el melodrama de la constituyente con perpleja mezcla de diversión y miedo. Por un lado, soy consciente de que no merece ni la histeria (que ella pretende), ni mucho menos la censura (que ella pretende mucho más y que la hacen parecer mártir).  Mal que mal en el hemiciclo en donde son proferidas la mayoría de sus declaraciones, deben tener un espacio incluso éstas, por dañinas e inconducentes que procuren ser. La buena compañía no debe ser un baremo que mida la deliberación, aunque esta adopte la forma de los gritos, y el estruendo debe ser considerado como lo que es en estas circunstancias -nada más que estrépito- y descartado sumariamente sin más contemplación.

Ahora bien, es cierto que en orden a que la Convención no se quede encandilada por los exabruptos que en ella se perpetren, estos deben ser identificados como tales y, como tales deben ser fumigados sin aspavientos. Es igualmente cierto, sin embargo, que al menos debemos seguir con ojo avizor su periodicidad, si definitivamente constituyen la mayoría o las únicas intervenciones de constituyentes como Marinovic, y si resuenan o calan en una audiencia que no sea la que actualmente le lleva el amén y le da el pan a esos personajes. La expansión de esas diatribas, más allá de su cauce natural (o sea, los elementos más desquiciados del mundo virtual) y el aplauso que sobrepase esos límites debiera preocupar, pues significaría simplemente que la estrategia de descrédito, y la desinformación como norma, han instalado una cuña en la Convención que será muy difícil de rellenar, y lo que es peor, inoficiosamente se habrá dilapidado lo que la gran mayoría del país estima como una oportunidad única en el transcurso de una vida.

Atención entonces con el discurso descarrilado y pretendidamente ofendido de la constituyente Marinovic, que puede ser el perfume de una misión religiosa: echarlo todo a perder, desde la comodidad del curul.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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