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De Rosanvallon a Innerarity: refundar la democracia Opinión

De Rosanvallon a Innerarity: refundar la democracia

Antonio Leal
Por : Antonio Leal Ex Presidente de la Cámara de Diputados, Director de Sociología y del Magister en Ciencia Política, U. Mayor. Miembro del directorio de TVN.
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Vivimos una crisis de la democracia representativa, de su naturaleza, de su estructura, de sus componentes y de sus principios; es decir, de la metafísica de la democracia. Como ocurre con la crisis de la propia modernidad hay una de época, dado que la democracia representativa ya no responde a las demandas de una sociedad que desconfía de quienes habían sido los depositarios del ejercicio de la soberanía.

Frente a ello, dos autores de la filosofía y de la ciencia política a nivel mundial, explican y proponen teorías para abordar la crisis y superarla: el francés Pierre Rosanvallon y el español Daniel Innerarity.

En “La Contrademocracia”, de Rosanvallon, encontramos algunas claves de la dimensión de la crisis que vive la política y sus instrumentos y con ello la propia democracia circundada de instituciones y paradigmas que pertenecen a otra época de la historia.

Una de las instituciones clásicas de la democracia representativa como son los partidos políticos se encuentran fuertemente debilitados y cuestionados y más allá de una multiplicidad de factores que han conducido al desacoplamiento entre los partidos y los ciudadanos, hay que tener presente que la representación y mediación partido está llegando a su fin histórico porque desaparecen crecientemente en el mundo actual las condiciones en que fueron creados.

Rosanvallon sostiene que la historia de la democracia estuvo marcada por la tensión entre un pueblo-principio y un pueblo-sociedad, es decir, entre el principio político democrático de la soberanía del pueblo y el hecho sociológico del pueblo empírico. La representatividad fue una forma de resolver históricamente esta tensión, ya que las elecciones sustituyeron la sustancia, la unidad -que estarían implicadas en una idea de “voluntad general”- por el número, es decir, por el dato que lleva al principio mayoritario.

Lo que plantea Rosanvallon, es que la época actual está signada por la desacralización de la democracia electoral-representativa.

Es esta contingencia y fragilidad lo que coloca en cuestión la vieja legitimidad que sostuvo la democracia en estos siglos, de una parte porque el propio concepto de “soberanía popular” como paradigma de origen de la democracia se debilita por el cambio del concepto “pueblo” que ya no es el de la sociedad industrial, de clases y grupos definidos, orgánicos, perfectamente visibles y representables en su dimensión social e ideológica, sino de grupos heterogéneos, atomizados, que son más bien “una sucesión de historias singulares”, típicos de una sociedad líquida, postindustrial y a los cuales es más difícil representar por partidos y entidades que nacieron en la civilización anterior.

Es claro que en el siglo XXI la sociedad no puede ser aprehendida solo de este modo porque hemos ingresado también en una nueva era de la identidad, ligada al desarrollo de un individualismo de singularidad.

Su advenimiento está relacionado con la complejización y heterogeneización del mundo social, así como también con las mutaciones del capitalismo. Pero, más profundamente aún, se vincula con el hecho de que los individuos se hallan determinados tanto por su historia personal como por su condición social.

De ahí, la necesidad urgente de ampliar la democracia de autorización a una democracia de ejercicio. El objetivo es determinar las cualidades que se esperan de los gobernantes y las reglas positivas que organizan sus relaciones con los gobernados.

Ello da también pleno sentido al hecho de que el poder no es un simple instrumento sino una relación, y que son entonces las características de esta relación las que definen la diferencia entre una situación de dominación y una simple distinción funcional, dentro de la cual se puede desarrollar una forma de apropiación ciudadana del poder.

Junto a ello, Rosanvallon, despliega el concepto de la democracia de la confianza. La confianza la entiende como una «institución invisible», cuya vitalidad ha tenido una importancia decisiva en la época de la personalización de las democracias. Construcción de una democracia de confianza y de una democracia de apropiación son las dos claves del progreso democrático en la época presidencial-gobernante.

Para Rosanvallon, esta es verdaderamente una segunda revolución democrática la que debe operarse en esta perspectiva, después de aquella que constituyó la conquista del sufragio universal.

El define a la democracia como conflicto y como consenso al mismo tiempo. Pero, a la vez, la define como un proyecto nunca cumplido plenamente y, por tanto, ve la democracia no como un modelo o varios modelos sino como un conjunto de experiencias inacabadas y multiplicadas La democracia es régimen político, forma de gobernar, actividad ciudadana y forma de sociedad y, además, es plural y compleja en cada una de sus dimensiones.

Los desafíos son múltiples. La democracia de Rosanvallon es exigente, el desencanto es una positiva complicación. Como ideal, es subversiva, y como práctica teórica, debe ser la que crea las condiciones hegemónicas, culturales, del cambio permanente en una sociedad compleja, diferenciada, global, que ya no es analizable solamente a través del pensamiento lineal, de lo bueno y lo malo, del orden y de la crisis, como conceptos contrapuestos, ya que de la crisis puede surgir también un nuevo orden.

Por su parte Daniel Innerarity, en “Una Teoría de la Democracia Compleja. Gobernar el Siglo XXI”, actualiza la gramática y los conceptos de una política que fueron pensados en una época de relativa simplicidad social y política -“estamos pensando todavía la política en un universo newtoniano”- y cuyo déficit teórico se corresponde con una práctica política que empobrece nuestras democracias.

Innerarity hace una afirmación fuerte y polémica, que se constituye en el núcleo de su razonamiento; la principal amenaza de la democracia no es la violencia ni la corrupción o la ineficiencia, sino la simplicidad. Y aclara que se refiere a simplificación que se expresa en conceptos políticos que no tienen en cuenta la riqueza de la sociedad y de los nuevos entornos, el mundo que vivimos que es otro respecto de aquel en que surgieron las teorías con las cuales las analizamos.

Innerarity afirma que la mayor dificultad procede de que el ritmo acelerado de los cambios es mayor que nuestra capacidad de concebir las nuevas realidades. Pero subraya un segundo elemento: no estamos ante cambios en una línea predeterminada, incremental, sino ante situaciones inéditas, incluso que plantean una cierta incompatibilidad, por ejemplo, entre la estrategia de la representación y las instituciones parlamentarias, que supuestamente podían acompañar al cambio social, pero la velocidad de esos cambios convierten a tales instituciones en, a lo sumo, instancias de reparación de daños del proceso de modernización.

Para Innerarity “estamos pensando todavía la política en un universo newtoniano” donde una parte de las teorías políticas fueron creadas a partir de la física social elaboradas con las categorías mecanicistas del mundo natural. Su mayor límite es enfrentar la complejidad con instrumentos simples, con un claro contraste entre los conceptos históricos y las realidades que se deben gobernar.

Una simplificación de conceptos políticos que no tienen en cuenta la riqueza de la sociedad y de sus contextos, lo cual lleva a una simplificación, más bien práctica, que tiene que ver precisamente con ese mundo de la complejidad, lleno de incertidumbres en el que estamos navegando y que genera que la “intermediación entre el público y el interés general sean permanentemente desafiadas por la seducción de la inmediatez”.

¿Pero, en que se debe cambiar la democracia en la visión de Innerarity? El responde que en casi todo, salvo el núcleo de valores, de principios normativos para los que nunca encontraremos un sustituto útil: la idea de autogobierno, de igualdad, de representación, de deliberación, de justicia. Estas ideas no sufrirán grandes evoluciones, aunque tendrán que adecuarse a contextos diferentes. “Pero si todo el resto de ideas. Nuestro actual concepto de soberanía, territorialidad, autarquía, de poder mismo, resultan completamente insuficientes y hasta dañinas para abordar la realidad compleja y global en que nos desenvolvemos”.

Pero la parte sustantiva del libro de Innerarity está dada por la exposición de sus tesis para democratizar la democracia.

El punto de partida es hacer inteligible la política, combatir la inabarcabilidad a la que se enfrenta la gente con la crisis del sistema financiero, la complejidad de las negociaciones sobre el cambio climático, las condiciones para la sostenibilidad de nuestros sistemas de pensiones o las consecuencias laborales de la robotización.

Alcanzar la inteligibilidad, que no es un déficit meramente cognitivo e individual, sino democrático y colectivo, es posible a través de la “adquisición de competencia política para mejorar el conocimiento individual. Una figura central del modelo clásico de democracia es el ciudadano informado que es capaz de tener una opinión sobre los asuntos políticos”.

En el plano postelectoral, Innerarity parte de constatar que tenemos una democracia insuficientemente representativa. “En nuestros procedimientos de representación y decisión hay menos sujetos, intereses y valores de los que debería haber, lo que se podría traducir como que nuestros electorados están incompletos”.

El ideal democrático, tanto para Rosanvallon como para Innerarity, solo puede progresar complejizando la democracia, tanto sus instituciones como sus procedimientos y las modalidades de expresión de la sociedad. Por el contrario, los poderes de la simplificación son los que tienden a corromper ese ideal pretendiendo completarlo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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