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Los candidatos independientes Opinión

Los candidatos independientes


Es evidente que en la sociedad chilena existe una crisis de confianza en todas las instituciones, que se expresa políticamente en una crisis de la democracia representativa.

Este no es un fenómeno solamente de Chile. De acuerdo al sociólogo Manuel Castells, entre un 50 y un 80% de las personas, según los países, no se consideran representadas adecuadamente por los partidos y cuestionan las reglas institucionales del funcionamiento democrático. Sin embargo, no ha surgido un reemplazo parar los partidos políticos como mecanismo de intermediación entre la sociedad y el Estado. Más aún, ellos tienden a fortalecerse.

En efecto, la democracia representativa cada vez más es complementada con una democracia deliberativa, que es una nueva forma de gobernar, en la cual los ciudadanos libres e iguales se incorporan a un proceso de intercambio de razones y argumentos que se realizan en forma pública entre los ciudadanos, y que es articulada por los partidos políticos. Así ha ocurrido en las democracias representativas más avanzadas, donde se ha producido una complementación entre los mecanismos de representación y la participación y deliberación ciudadana.

Sin embargo, producto entre otras cosas de la brecha profunda entre las élites y la ciudadanía, han proliferado los llamados independientes. Son aquellos que, aprovechándose de este contexto, constituyen verdaderos artistas de la ambigüedad que pretenden hacer creer al país que no se requiere tener posición sobre ningún tema, que las únicas ideas que valen son aquellas que se acomodan a sus aspiraciones personales y coyunturales y a sus  ansias de poder.

Existen independientes en todas las posiciones: de derecha y de izquierda, pero todos ellos con distintos énfasis tienen posiciones políticas que las esconden detrás de estos  ropajes. Sin embargo, estos personajes surgen más a menudo en los sectores de derecha. Pertenecen a aquella categoría de derechistas que sienten rubor de confesar su carácter de tales. Se suben al carro de los cambios, de manera hipócrita, para que nada cambie. Para ello, inventan un discurso con frases rimbombantes. Pretenden ser la expresión de lo que llaman el “sentido común”. Esto lo adornan con el relato de su vida personal, para lo cual no trepidan en desnudar la intimidad de sus familias, describiendo vidas sórdidas de sus parientes más cercanos, hasta la degradación, para –como diría Spinoza– generar “emociones tristes”, cuando en realidad lo que buscan son las “emociones placenteras» que les da el acceso a las élites del poder.

Pretenden plantear a el país soluciones fáciles y ambiguas, para problemas complejos que no solucionan las verdaderas aspiraciones de los sectores postergados de la sociedad. Se declaran “apolíticos” pero en la realidad son políticos sin arraigo y sin pertenencia, que degradan la política y la convierten en una mera plataforma para satisfacer sus ambiciones de poder y su exacerbada egolatría. Antes de declararse independientes, deambulan de un partido en otro, siendo la traición la principal regla de su actuación. En este camino pierden el sentido de la vergüenza y terminan adorando aquello que alguna vez, en su infinito oportunismo, condenaron.

Estos, llamados independientes, muchas veces son usados por los grupos económicos para intervenir en la política al margen de los partidos. Esto no es nuevo.

La historia está llena de ejemplos de estos pretendidos liderazgos mediocres que terminaron destruyendo las democracias y generando sufrimientos en vastas poblaciones humanas. Surgen en épocas de crisis políticas y sociales profundas, como la ocurrida con “el estallido» del 19 de octubre de 2019. Pretenden impulsar soluciones fáciles. Es de esperar que en nuestro país no tengan éxito y que no sea tarde para darse cuenta de cuáles son las verdaderas intenciones y motivaciones que hay detrás de estos “llamados independientes”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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