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Crisis energética mundial: ¿cómo impacta en Chile? Opinión

Crisis energética mundial: ¿cómo impacta en Chile?


El  mundo está a las puertas de una crisis energética debido a la alta demanda por combustibles fósiles en Europa y Asia, que amenaza con una crisis económica que puede afectar fundamentalmente a los países dependientes de estos combustibles, como Chile.

Mientras tanto, en esta parte del mundo discutimos las nuevas bases sobre las cuales construiremos el futuro de nuestro país, al tiempo que el mundo reconoce que enfrentamos el mayor desafío nunca antes vivido a escala global. En los próximos 50 años debemos abandonar los combustibles fósiles o estaremos en serio riesgo de comenzar la extinción del homo sapiens como especie dominante.

Todo esto, debido a las abundantes fuentes de energías fósiles que utilizamos y que han permitido unificar la economía mundial, disminuir la pobreza, aumentar la producción de alimentos y el promedio de vida de las personas, y expandirnos por todo el planeta hasta alcanzar una población que sobrepasará muy pronto los 8.000 millones de seres humanos.

Hoy la humanidad vive físicamente integrada mediante intercambios financieros, tecnológicos, de mercancías, virus y comunicaciones a escala global, bajo un sistema donde el capital genera más valor que el trabajo y la tierra, administrado indistintamente por gobiernos dictatoriales, democráticos o monarquías.

Sabemos que todo esto se ha logrado con un impacto global y a un muy alto costo, solo evidenciado en los registros geológicos, con cambios irreversibles en la atmósfera y el medio ambiente, que está afectando nuestras condiciones de vida y poniendo en riesgo nuestra propia existencia.

Cada vez que la energía obtenida de los combustibles fósiles deja de ser abundante y barata, la economía mundial entra en pánico y los efectos negativos se sienten prácticamente en todos los países, incluido Chile.

La falta de suministros de gas natural en los mercados internacionales está generando en Europa un aumento de los precios de la energía con impacto en otros continentes. Una de las razones, menos viento y, con ello, menos generación eléctrica de lo pronosticado para el período primavera-verano, obligando a países como Reino Unido a consumir reservas de gas natural para generar electricidad, que estaban destinadas a satisfacer la demanda de energía para calefacción durante el invierno que se avecina.

Europa esta comprando gas natural para cubrir la demanda durante el invierno o reemplazar este combustible por carbón o petróleo.

En Asia, la reactivación económica pospandemia, la estrechez de inventarios de carbón térmico y la necesidad de asegurar el suministro de electricidad durante el invierno ha disparado los precios de todos los combustibles fósiles.

El gas natural licuado (GNL) sobrepasó los 56 dólares el millón de unidades térmicas británicas (mmBtu), lo que ha determinado que los generadores de electricidad busquen opciones menos caras, como el petróleo y el carbón, para asegurar el suministro eléctrico, con el consiguiente aumento de los precios de la energía para los hogares.

Los precios del carbón han aumentado a los niveles más altos de los últimos 13 años, pasando de 45 a más de 200 dólares la tonelada; el pecio del barril de petróleo se ha duplicado desde diciembre del 2020 y se proyecta que podría llegar a los 100 dólares el próximo año, a menos que los miembros del cartel de la OPEP+ aumenten de manera significativa su producción de crudo, cuestión que no acordaron en la última reunión el 4 de octubre recién pasado.

El impacto de una crisis energética a nivel global repercute inmediatamente en Chile, como lo vemos en el alza sostenida de los precios de las gasolinas, la parafina y el diésel desde enero a la fecha, y que se espera sigan aumentando en las próximas semanas.

Si al aumento de los precios de los combustibles fósiles le agregamos un tipo de cambio alto, más la sequía extendida a una nueva normalidad, el futuro inmediato no se ve muy promisorio.

Puede parecer contradictorio que, al mismo tiempo, en el último proceso de licitación de energía para clientes regulados llevado a cabo por la CNE, se hayan logrado precios históricamente bajos de electricidad para ser suministrada a los hogares a partir del año 2026. La buena noticia y, al mismo tiempo, el problema, es que el abastecimiento será principalmente con fuentes de generación variable, solar y eólica, que requieren ser complementadas y respaldadas embalsando agua y quemando carbón, diésel, petróleo y gas natural.

Mientras discutimos el abandono de algunos criterios macroeconómicos como el control de la inflación, el retiro de los fondos de pensiones y cuál candidato es el que está mejor posicionado en las encuestas, el mundo comienza a vivir una crisis energética que amenaza seriamente la capacidad de un próximo gobierno para disponer de recursos y dar respuesta a las múltiples promesas de campaña y expectativas que requerirán de financiamiento y estabilidad macroeconómica.

Si los precios del petróleo alcanzan los 100 dólares por barril, el próximo año el país deberá destinar más de US$10.000 millones extra a la compra de combustibles, en comparación con el año 2020. Las gasolinas se mantendrán por sobre los mil pesos el litro, aumentaran los precios de los alimentos, del transporte público y la electricidad, con las implicancias conocidas sobre el presupuesto familiar y la maldición de la inflación.

Estamos frente a una sequía que parece ser la nueva normalidad debido al cambio climático. Esto no solo afecta la disponibilidad de agua para la agricultura y el consumo humano, también pone limitaciones a la capacidad del país de utilizar energías renovables como la hidráulica, para respaldar y complementar las energías variables como la solar y la eólica.

Frente a la escasez de agua para la generación eléctrica, seguiremos dependiendo del carbón, petróleo y gas natural como las fuentes principales de energía primaria para mover nuestra alicaída economía.

Seamos claros, no existe hoy en Chile un plan para reemplazar los combustibles fósiles. No existe un plan para complementar y respaldar la infinita capacidad de las energías renovables de generación variable que existen en nuestro territorio. Lo que hay, son políticas de bajo impacto y discursos con compromisos ampulosos, con muy baja probabilidad de tener impacto positivo ni en la economía ni en los hogares, en los próximos cuatro años.

Lo han reiterado numerosos expertos, una industria de la energía en Chile con valor agregado, podría significar la creación de miles de puestos de trabajo para profesionales y técnicos de las más diversas especialidades. Podría potenciar la investigación y desarrollo, la creación de empresas con impacto global, pero lo más importante, podría crear nuevas industrias y, con ello, ampliar la matriz industrial y tecnológica del sistema productivo.

Ninguno de los programas de los siete candidatos a la Presidencia propone un plan de desarrollo con énfasis en la industria de la energía. Las buenas intenciones en las propuestas de una economía circular, una matriz cien por ciento renovable, una transición energética justa, democrática y popular, no se hacen cargo de la necesidad urgente de crear una economía más compleja y diversificada que permita crear la riqueza necesaria para satisfacer los derechos que, con alta probabilidad, emanarán de la nueva Constitución. La industria de la energía es una opción real y, si es sobre la base de fuentes renovables, es aún mejor.

Es la energía de fuentes renovables la que permitirá mantener y mejorar la calidad de vida de la gente; es esta energía la que permite descarbonizar la industrias contaminantes y terminar con muchas de las zonas de sacrificio; es la energía la que puede permitir ampliar y diversificar nuestra estructura productiva; es la energía la que puede permitir el desarrollo de nuevas industrias y tecnologías y es la energía la que puede hacer posible un desarrollo con una economía circular, con una matriz eléctrica cien por ciento verde, democrática y con  impacto popular.

No basta con hablar de economía ni de políticas públicas en general, para detener el calentamiento global y construir un desarrollo sustentable se requiere optar por las energías limpias y un plan para terminar con la dependencia de los combustibles fósiles.

Chile requiere y merece que la sustitución de los combustibles fósiles sea una gran misión país, con objetivos, tiempos, metas, indicadores de gestión, financiamiento y responsables, para hacer de la industria de la energía un pilar sobre el cual construir una economía sustentable. Hasta el momento, no pasamos de los diagnósticos y las buenas intenciones a la espera de que, una vez más, las tecnologías sean desarrolladas en otras partes del mundo y que el mercado actúe.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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