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¿Por qué la reforma de pensiones y el proyecto de cuarenta horas pueden ser comprendidos como políticas de lo comunitario? MERCADOS|OPINIÓN

¿Por qué la reforma de pensiones y el proyecto de cuarenta horas pueden ser comprendidos como políticas de lo comunitario?

Francisco Letelier, Ximena Cuadra y Javiera Cubillos
Por : Francisco Letelier, Ximena Cuadra y Javiera Cubillos Escuela de Sociología, Centro de Estudios Urbano Territoriales UCM.
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Si dejamos que el capital y el mercado inunden todos los ámbitos de la vida, lo comunitario perderá su potencial creativo y transformador. Al contrario, si promovemos que su lógica colaborativa y de compartencia se despliegue más allá de la familia y la amistad, y crezca en múltiples ámbitos, estaremos conduciendo las energías humanas hacia la reproducción de la vida y la satisfacción de nuestras necesidades, tanto individuales como colectivas.


La reforma de pensiones y la reducción de la jornada laboral a 40 horas semanales tienen implicancias en la esfera comunitaria. De concretarse, mejorarán las condiciones para el fortalecimiento de los vínculos sociales que dan forma a lo comunitario. La disposición de tiempo por parte de trabajadoras y trabajadores, y el resguardo de las necesidades materiales básicas de las personas mayores, pueden contribuir a brindar condiciones favorables para la construcción de lazos más estables entre las personas para la satisfacción de diversas necesidades.

Solemos comprender lo comunitario como un conjunto de organizaciones formales y su interacción con las políticas públicas, no obstante, podemos darle un sentido mucho más amplio. Así como el Mercado media entre las necesidades y su satisfacción vía el intercambio privado (usualmente a través del dinero), donde la lógica central es la competencia, la esfera comunitaria posibilita la satisfacción de necesidades humanas –tanto individuales como colectivas– a través de la colaboración y la compartencia (sustantivo del verbo compartir, opuesto a la competencia).

Lo comunitario cubre diversas formas relacionales: familias nucleares y extendidas, redes informales de vecinos, grupos de afinidad para el disfrute colectivo (como los de K-pop), redes de mujeres para la ayuda recíproca en la reproducción de la vida, compañeros de trabajo que comparten cotidianamente el almuerzo, y un gran etcétera. Asimismo, en la esfera comunitaria se produce una amplia diversidad de bienes comunes relacionales, materiales e inmateriales. Algunos son muy concretos: una olla común, el cuidado de una plaza, una pichanga, una planificación participativa. Otros son menos visibles: la participación, la reciprocidad, la confianza, la pertenencia, la identidad, la amistad o el amor. Aunque todos ellos son fundamentales para la vida social, no son contabilizados ni considerados por las políticas estatales y, a veces, ni siquiera nosotros mismos reconocemos su importancia.

Usualmente los programas impulsados por los gobiernos asumen que es necesario «crear comunidad», sin embargo, tal vez lo que se necesita es generar las condiciones de contexto para que lo comunitario se despliegue. Una aproximación comunitaria a las políticas públicas implica pensar de qué modo estas pueden reconocer, respetar, facilitar o ampliar las oportunidades de los sujetos de buscar satisfacción a sus necesidades mediante la colaboración, tanto en la vida familiar, amical, vecinal o en cualquier otro espacio donde la lógica de la compartencia sea fundamental.

Respecto a generar condiciones de contexto hay cuestiones básicas, por ejemplo, las que pueden permitir las políticas urbanas: entornos seguros, espacios públicos de calidad, servicios y equipamientos de proximidad, entre otros. Las condiciones materiales de vida son otro aspecto fundamental. Alguien que trabaja todo el día lejos de casa, que debe destinar una o dos horas diarias solo para trasladarse, tendrá muy poco tiempo y ánimo para cultivar las relaciones con su familia, sus amigos y su entorno. Si la misma persona está además angustiada por las deudas, tendrá muy poca energía psíquica para destinarla a participar de la vida común.

[cita tipo=»destaque»]Un número importante de personas adultas mayores viven en condiciones de precariedad, lo que limita su participación en la esfera comunitaria.[/cita]

Con entornos y condiciones adecuadas las relaciones comunitarias acrecientan su poder para reproducir la vida de manera creativa. Cuando esto no sucede, y las condiciones sociales y materiales para la vida son precarias, las relaciones comunitarias se estresan, se cierran en círculos cada vez más estrechos, buscando asegurar la subsistencia de cualquier manera.

Hoy el debate está puesto en dos reformas que, a nuestro juicio, son buenos ejemplos de políticas de lo comunitario: la reforma de pensiones y la disminución de la jornada laboral a 40 horas. Ambos proyectos podrían tener un efecto positivo en la ampliación de los mecanismos comunitarios que permiten la reproducción de la vida.

La primera se relaciona con un grupo etario que hoy tiene (y le dedica) más tiempo a la vida en común que ningún otro: las personas adultas mayores. En nuestros barrios son ellas quienes saludan al pasar, hacen la compra en el almacén, muchas veces recogen a sus nietos de la escuela y los cuidan, controlan microbasurales, mantienen jardines y huertas, etc. No hablamos de idealizarles, sino de valorar el papel que muchos y, sobre todo, muchas cumplen en la reproducción cotidiana de nuestra vida social. Pero, al mismo tiempo, un número importante de personas adultas mayores viven en condiciones de precariedad, lo que limita su participación en la esfera comunitaria. Al aumentar en un corto plazo el monto de las pensiones, dado su componente de solidaridad, la reforma tendrá un efecto positivo en las condiciones desde las cuales hacen su contribución a la vida colectiva.

El proyecto de las 40 horas, por otro lado, ayudará a un segundo segmento, uno que está inmerso en la lógica de reproducción del capital: los trabajadores y las trabajadoras. En su gran mayoría se trata de personas agobiadas por la sobrecarga laboral, que experimentan largos tiempos de viaje y responsables, a la vez, de la reproducción de la vida familiar. Por tanto, cuentan con poco tiempo y energía para participar de asuntos comunes. Una disminución de la jornada laboral eventualmente permitiría un diferencial de tiempo para dedicarlo a la familia, a la vida amical (que entendemos como parte de la esfera comunitaria), al vecindario o a otros espacios de proximidad y de naturaleza colectiva.

Políticas como estas fortalecen lo comunitario y le permiten tener un papel más relevante en la sociedad. Si dejamos que el capital y el mercado inunden todos los ámbitos de la vida, lo comunitario perderá su potencial creativo y transformador. Al contrario, si promovemos que su lógica colaborativa y de compartencia se despliegue más allá de la familia y la amistad, y crezca en múltiples ámbitos, estaremos conduciendo las energías humanas hacia la reproducción de la vida y la satisfacción de nuestras necesidades, tanto individuales como colectivas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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