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Solo, sólo, solamente: la última guinda de la RAE Opinión

Solo, sólo, solamente: la última guinda de la RAE

Eduardo Labarca
Por : Eduardo Labarca Autor del libro Salvador Allende, biografía sentimental, Editorial Catalonia.
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Una nueva clarinada de la Real Academia Española (RAE) ha ocupado las primeras páginas. Esta vez ha sido la “admisión” condicional de la tilde, en realidad “readmisión”, ya que anteriormente la había suprimido, para el adverbio “solo/sólo”, tilde que el escritor Rubén Azócar, mi profesor de castellano, llamaba “acento pintado”. A ello se ha sumado la calificación de “vulgar” respecto del uso chileno de los artículos “la” y “el” antes de un nombre: “El Ricardo está pololeando con la Teresa”.

La aparición de cada nueva edición del Diccionario de la lengua española, el DRAE, va precedida de un clima de suspenso –según la RAE debemos decir “suspense”– sobre las palabras que serán “admitidas” y las definiciones con olor de ranciedad que serán jubiladas o modernizadas.

Quienes en nuestro quehacer hemos tenido que recurrir al DRAE –yo como periodista, escritor y traductor de la ONU– podríamos llevar el inventario inacabable de las frustraciones que hemos experimentado al consultar sus páginas: palabras usuales que no aparecen, acepciones que faltan, definiciones que dicen poco, burdo tratamiento de vocablos cuya sutileza radica precisamente en el matiz, además de las famosas definiciones circulares que remiten de una palabra a otra y de esta a otra y a otra hasta volver a la que generó la consulta. Ganas nos dan entonces de aplaudir al mexicano Javier Prieto que, en su hilarante libro ¡Madre Academia!, hizo el inventario despiadado de las muchas incongruencias y no pocos dislates del DRAE, o de emular a mi colega que empleaba de cojín el voluminoso Diccionario de la Academia afirmando que sólo sentado en él (¡“sólo” con acento pintado!) podía traducir.

Fundada la RAE en 1713 bajo el reinado de Felipe V, el reciente Pleno celebrado tres siglos más tarde un jueves de enero de este año, estuvo presidido por otro Felipe, esta vez el actual Felipe VI, quien concurrió acompañado por la reina plebeya Letizia Ortiz Rocasolano, con la que me topé en la Guerra de los Balcanes mientras ambos reporteábamos bajo las balas. Tras los discursos oficiales se procedió al tradicional “turno de las papeletas”, en que los académicos de número, treinta y siete “Excmos. Sres. y siete Excmas. Sras.”, se baten como leones y leonas a favor de las palabras que cada cual intenta meter por votación en el DRAE. Los jueves, antes de cada Pleno, entre tapas y copas, en las tascas y bares cercanos al palacio de la RAE de la calle de Felipe IV de Madrid (otro Felipe), los(as) académicos(as) negocian en busca de los cambalaches y apoyos cruzados que en un golpe de mano han de permitirles dentro de un rato abrir por votación las páginas del DRAE a sus palabras regalonas: “Yo, Su Señoría, voto por la suya… si Su Señoría vota por la mía”.

El DRAE recoge exhaustivamente la terminología del catecismo y los dogmas católicos, refiriéndose a menudo a “la Iglesia” a secas como si fuera la única en el planeta, así como la abundante jerga de la tauromaquia, la “fiesta” y el “arte” consistente en torturar a un toro hasta la muerte, y la descripción detallada de todos los guisos que borbotean en las cacerolas de España y de los juegos y pases de naipes de la baraja española. Entretanto, otras palabras de uso general han quedado atascadas a lo largo de varios siglos. Es el caso de la expresión que los españoles disparan a diestra y siniestra, la palabra “coño”, que sólo (nótese el acento pintado) pasó el examen de admisión para la vigésima edición del DRAE, de 1984 en los siguientes términos:

“coño – Del latín cunnus – malsonante. Vulva y vagina del aparato genital femenino”.

Un camino igualmente tortuoso han seguido los demás términos del vasto vocabulario sobre temas sexuales, expresiones que son “admitidas” con cuentagotas y lapidadas sistemáticamente con el calificativo de “malsonantes”.

En 1969 Camilo José Cela, escritor notable y brillante académico, sacudió desde las raíces el árbol de la RAE al lanzar su Diccionario secreto de la lengua española en dos tomos. ¿Secreto por qué? Porque en 599 páginas hizo un completísimo inventario de las más variadas expresiones utilizadas en el castellano de España, América Latina, Filipinas y Estados Unidos con respecto a las materias excluidas del DRAE, especialmente de carácter sexual. El segundo tomo recoge exclusivamente el variadísimo vocabulario con que los 490 millones de castellanohablantes, de los cuales más de 420 millones vivimos en América Latina, se refieren a la “polla” o “pija” –dos palabras “admitidas” y tildadas de “malsonantes”– como los españoles llaman coloquialmente al “órgano masculino del hombre y de algunos animales”.

De un tiempo a esta parte la RAE se viene esforzando por saltar el charco y recoger en el Diccionario el idioma vivo que se habla fuera de la península Ibérica, a lo que contribuye la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), entre las que se cuenta la Academia Chilena de la Lengua, cuya destacada y activa directora es Adriana Valdés. También existe una carrera contra el tiempo por renovar el anticuado repertorio de términos científicos del DRAE, incorporar las voces de las nuevas tecnologías y abrirse a la vertiginosa evolución terminológica de la internet y las redes sociales. La RAE sigue actualizando el Diccionario periódicamente con nuevos artículos y la modificación de los ya existentes, y el hecho de que, gracias al aporte financiero de la Fundación La Caixa, se encuentre disponible gratuitamente en línea facilita hoy su consulta universal con un clic (“clic” y “web” fueron “admitidas”).

Con todo, debido al carácter monárquico que ostenta hasta hoy (“Real Academia”) y como resultado de su asiento en Madrid, la RAE está empapada de un criterio autoritario y centralista del idioma –las palabras se “admiten” o “rechazan”– que lleva a sus miembros a arrogarse el derecho a inventar significados e incluso palabras cuyo uso nos pretenden imponer en virtud de alguna votación de las famosas papeletas. Es así como estos Excelentísimos Señores y Excelentísimas Señoras quieren obligarnos a que en vez de “whisky” digamos y escribamos “güisqui” o que al “vóleibol” lo llamemos “balonvolea”, y que consideremos que las innúmeras palabras que corretean vivitas y coleando, pero que no figuran en las páginas del DRAE, simplemente “no existen”.

El último golpe de autoridad de la RAE ha sido su decisión de que la palabra “solo/sólo”, en los casos en que es adverbio, es decir, cuando puede remplazarse por “solamente”, “puede tildarse únicamente si hay riesgo de ambigüedad”, vale decir, de que pueda confundirse con el adjetivo similar. Pongo por ejemplo:
—En este momento yo solo escribo.

¿Estoy solo cuando escribo?, o bien, ¿lo único que hago en este momento es escribir aunque me encuentre acompañado por mis nietos que corretean por ahí?

Digan lo que digan la RAE y quienes le hacen coro, como lo único que estoy haciendo antes de tomarme un whisky con un amigo es escribir, yo diré:

—En este momento yo sólo escribo.

Lo pensaré y lo escribiré así, con acento pintado, no porque la RAE me diga que se “puede”, sino simplemente porque se me antoja, ¡coño!

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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