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El chat y la cuchara Opinión

El chat y la cuchara

José Acevedo Mundaca
Por : José Acevedo Mundaca Coordinador Futuro del Trabajo en Rumbo Colectivo Abogado
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Los procesos de automatización son complejos y no se producen por la mera aparición de nuevas tecnologías, pero eso no quiere decir que deben dejar de ser atendidos por los reguladores. Lo razonable desde el punto de vista de políticas públicas, es adoptar medidas para que el bienestar generado por la automatización sea disfrutado por todas las personas – p. ej., reduciendo la jornada laboral-; producir las condiciones para que evitar estragos en el mercado mientras nuevas profesiones aparecen (p. ej., con políticas nacionales de capacitación) y; que la inteligencia artificial sea integrada de manera armónica a nuestros procesos productivos (p. ej., atendiendo la ausencia de regulación).


Hace solo unos meses, buena parte del mundo se deslumbró con el lanzamiento del modelo 3 y 4 de Chat GPT. La impresión causada no se debe solamente a que se trata de una herramienta poderosa y útil para múltiples propósitos, sino que además es de acceso masivo. En efecto, como adelantó Nicholas Carr en el año 2008 con su libro “El Gran Interruptor”, la inteligencia artificial se convertiría en una tecnología de propósitos generales como la electricidad. Y tal como la electricidad, esta herramienta tendería a proveerse centralizadamente como un servicio al cual las compañías sencillamente pueden conectarse.

Esto es lo que ocurre hoy: las empresas no necesitan comprar ni producir su propia inteligencia artificial, sino que basta contratar los productos de Google, Amazon Web Service o Microsoft. De ahí el carácter profundamente disruptivo de la cuarta revolución industrial: toda compañía, en alguna medida, podrá utilizar inteligencia artificial. Por ende, todo trabajo puede ser, en alguna medida, trastocado por la masificación de mecanismos automatizados de toma de decisiones.

No es casual entonces la preocupación del mundo del trabajo. Según un estudio realizado por investigadores de Open AI, Open Research y la Universidad de Pensilvania, tecnología como Chat GPT puede afectar al menos el 10% de las tareas del 80% de la fuerza de trabajo norteamericana, y aproximadamente un 19% de la fuerza de trabajo vería al menos un 50% de sus tareas afectadas. Además de la elocuencia de los números, se trata también de trabajos que históricamente no habían estado expuestos a la automatización como aquellos de sectores manuales, típicamente la agricultura y manufactura.

Sin embargo, cabe notar que esta preocupación no es nueva. No es primera vez -ni tampoco será la última- que el mundo del trabajo experimenta una revolución tan profunda que implique el cuestionamiento de sus propios cimientos. En el año 2013, Frey y Osborne, profesores de la universidad de Oxford, pronosticaron que un 47% de las personas podrían perder sus empleos a costa de la automatización en solo un par de décadas. Y si bien hay análisis similares de otros organismos como el Banco Mundial, también hay otros organismos igual de prestigiosos como la OCDE que han arrojado cifras muy inferiores.

Los procesos de automatización son complejos y no se producen por la mera aparición de nuevas tecnologías, pero eso no quiere decir que deben dejar de ser atendidos por los reguladores. Lo razonable desde el punto de vista de políticas públicas, es adoptar medidas para que el bienestar generado por la automatización sea disfrutado por todas las personas – p. ej., reduciendo la jornada laboral-; producir las condiciones para que evitar estragos en el mercado mientras nuevas profesiones aparecen (p. ej., con políticas nacionales de capacitación) y; que la inteligencia artificial sea integrada de manera armónica a nuestros procesos productivos (p. ej., atendiendo la ausencia de regulación).

Salarios bajos y una jornada laboral extensa no son la manera de prevenir la automatización, como parecen creer algunos críticos de la reducción a 40 horas recientemente aprobada. Cuenta la anécdota que, en una visita a una obra en construcción en China, Milton Friedman preguntó sorprendido por qué los trabajadores usaban palas en vez de grúas. Cuando le contestaron que este era un programa cuyo objetivo era entregar trabajo a las personas, respondió: “¡si lo que quieren es generar trabajo, deberían darles cucharas en vez de palas!”. Tal como Chat GPT, la ironía habla por sí sola.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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