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Republicanos y el peligroso síndrome de la Lista del Pueblo Opinión Crédito: Agencia Uno

Republicanos y el peligroso síndrome de la Lista del Pueblo

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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Sin duda, el voto obligatorio es clave para entender las variaciones del péndulo entre el 18/O y el 7M, pasando por el 80% que quería cambiar el texto, el 62% de convencionales electos en calidad de independientes al año siguiente y, claro, la elección de un hombre de izquierda, quien obtuvo la votación más alta registrada por un Mandatario, hace poco más de un año. ¿Bipolaridad?, ¿esquizofrenia?, ¿miedo? O tal vez algo más simple: el chileno(a) se ha convertido en alguien exigente, sin paciencia y vocación opositora. No le importa que lo encasillen en la izquierda o en el Gobierno. Su pragmatismo es a toda prueba. Y sus oscilaciones también.


No cabe duda de que el resultado obtenido por el Partido Republicano en las elecciones del 7 de mayo fue sorpresivo, no por la tendencia –se proyectaba que sería la colectividad más votada– sino por la magnitud del triunfo. Un 35% que lo dejó no solo en una posición inigualable para lo que vendrá en el nuevo proceso constituyente, sino que también le puede abrir serias perspectivas de acercarse a algo que hace unos años era impensado: que la extrema derecha se convierta en gobierno, luego de un periodo marcado por el estallido social y de numerosos cambios en materia social y política que parecían indicar que Chile se inclinaba por una mirada cultural progresista.

Ya analizamos, en este mismo espacio, algunas de las variables que permiten entender –o al menos intentan explicar– qué le está pasando a la sociedad chilena, sometida a un incansable tobogán que nos ha llevado a movernos entre la izquierda y derecha –qué más claro que la dupla Bachelet/Piñera–, con pérdida total del centro y asumiendo posiciones extremas que hablan de un país muy polarizado. Se podrá culpar a la Convención y la actitud arrogante de algunos de sus integrantes que pensaron que, con “pasar máquina” a los otros, conseguirían cambios radicales. Por supuesto que se puede responsabilizar al Gobierno de Boric y a la sensación de inseguridad, lo que facilitó que las “ofertas” que trajeran más tranquilidad –aunque no tuvieran nada que ver con la nueva Constitución– fueran recompensadas por los electores. Es un hecho, también, que el voto obligatorio transparentó a una población –hablamos casi del 50% de los chilenos en edad de sufragar, los que solían tomar palco en las elecciones– que, al verse obligada a cumplir con el trámite, prefiere al ambiente conservador y que implique menor riesgo y costos.

Sin duda, el voto obligatorio es clave para entender las variaciones del péndulo entre el 18/O y el 7M, pasando por el 80% que quería cambiar el texto, el 62% de convencionales electos en calidad de independientes al año siguiente y, claro, la elección de un hombre de izquierda, quien obtuvo la votación más alta registrada por un Mandatario, hace poco más de un año. ¿Bipolaridad?, ¿esquizofrenia?, ¿miedo? O tal vez algo más simple: el chileno(a) se ha convertido en alguien exigente, sin paciencia y vocación opositora. No le importa que lo encasillen en la izquierda o en el Gobierno. Su pragmatismo es a toda prueba. Y sus oscilaciones también.

En ese contexto, Republicanos obtuvo un triunfo inobjetable. Y aunque las cifras dan cuenta de una nación completamente dividida y polarizada, lo cierto es que el partido de Kast puede hacer y deshacer lo que quiera en el Consejo. No necesita más que unos pocos votos de Chile Vamos para aprobar, uno a uno, todos los artículos de la nueva Constitución sin contrapeso. Claro que tampoco el partido de derecha pareciera temerle al fracaso. En redes sociales han dejado entrever que en ese escenario igual ganarían, porque quedará vigente la actual Carta Fundamental firmada en su origen por Pinochet. Una provocación innecesaria justo cuando en septiembre se celebran los 50 años del golpe de Estado.

Por supuesto que el Partido Republicano tiene razones de sobra para celebrar. Sin embargo, las señales entregadas en estos primeros días representan una alerta no solo para el país –de repetir nuevamente la historia– sino incluso para sus propias aspiraciones políticas. El rechazo de un nuevo texto representaría un fracaso para la sociedad chilena que podría generar una crisis política mayor, pero también significaría tirar por la borda lo logrado por Republicanos el 7M. Eso de que igual ganarían con que se mantuviera la Constitución de Pinochet, es la explicación más infantil que podría esgrimir un partido político, en cuya esencia está la vocación de poder.

Veamos algunas de estas señales de alerta, que parecieran ser la copia calcada de los errores cometidos “por los otros” en el proceso anterior, es decir, eso mismo que ellos criticaron con acidez. Declaraciones torpes y soberbias, como esa de que ellos podrían cambiar las bases del acuerdo –los famosos bordes– o que podrían eliminar reivindicaciones y derechos conquistados por la sociedad chilena hace décadas –incluido el aborto en tres causales–, que nada tienen que envidiar a Stingo –lo usan de ejemplo para todo–. Y para qué decir del peor error de diagnóstico que podría hacer este partido: olvidar que una parte importante de ese 35% votó por ellos como castigo a otros o porque pensaron que el Partido Republicano lograría –por obra de magia– controlar la delincuencia y no porque compartan todas sus posiciones extremas. Como un espejo de la historia, la Lista del Pueblo –había sacado 20 escaños, de manera sorpresiva– cometió exactamente el mismo error de diagnóstico y ya sabemos cómo terminó la aventura.

Antes de asumir, Republicanos ya cuenta simbólicamente con su propio Pelao Vade, el consejero Aldo Sanhueza –acusado de abusos sexuales–, quien, pese a renunciar a la colectividad, se integrará al Consejo, convirtiéndose de seguro en un ícono de críticas de diversos sectores. La asociación entre el Partido Republicano y Sanhueza será inevitable, más aún cuando este partido tiene precedentes en cuanto a que quienes renuncian –como Kaiser– siguen siendo voceros de la colectividad.

Pero también se equivoca el Partido Republicano al sobreestimar ideológicamente a sus electores, pensando que ese 35% corresponde a gente radical-conservadora y de derecha. Esto fue lo mismo que hizo la Lista del Pueblo en su borrachera triunfal. ¿Qué pensarán las personas de sectores populares de la oposición de ese partido ante el aumento del salario mínimo o del royalty, de cuyos fondos saldrán 350 millones de dólares para combatir la delincuencia? ¿Supondrá Republicanos que la mayoría del país aún cree que Iglesia y Estado son indivisibles, de acuerdo con el relato del supranumerario del Opus Dei que los representará como consejero? ¿Qué pensará la gente que votó por ellos cuando uno de sus integrantes reivindica la Constitución vigente porque, dice, ahora los niños no andan a pata pelada?

Sin embargo, a partir del 7 de junio empezaremos a vivir la paradoja más grande de la historia política de nuestro país, esa de que quienes no querían cambiarle una coma a la Constitución vigente podrán imponer su mayoría sin contrapeso –ya han dicho que no apoyarán el cambio del Estado subsidiario a uno social, el único punto de consenso que hubo en los nueve meses en que se gestó el acuerdo de todos los partidos chilenos– y, por tanto, imponer sus términos en lo que podría ser, de acuerdo a lo que les hemos escuchado esta primera semana, una especie de refundación conservadora, es decir, la otra cara de la moneda del intento fracasado de la refundación progresista. ¿Alguna duda sobre la bipolaridad nacional?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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