Smith también advierte que entre las consecuencias no previstas del funcionamiento de los mercados se pueden incluir el incremento de la desigualdad, la explotación de los trabajadores por parte de los empresarios, la formación de monopolios y carteles, así como la posibilidad de que se ignore el desarrollo de lo que hoy llamamos bienes públicos, como la infraestructura, la defensa, la seguridad y la educación.
En junio recién pasado se cumplieron 300 años desde el nacimiento de un ilustre pensador que dejó una profunda huella en la teoría económica y la filosofía moral: Adam Smith, autor de dos monumentales obras –La Teoría de los Sentimientos Morales y La Riqueza de las Naciones– que cambiaron la forma en que entendemos la naturaleza humana y los fundamentos económicos.
Aunque Smith realizó contribuciones significativas en ambos campos, es esta última obra la que ha tenido mayor difusión y ha trascendido las fronteras de la academia para convertirse en un pilar del pensamiento económico occidental. ¿Por qué ha tenido tal resonancia? Uno podría argumentar que su relevancia radica en que permite consolidar una posición ideológica, específicamente la del liberalismo. En un mundo en el que las fuerzas del mercado han adquirido una importancia sin precedentes, los argumentos de Smith en favor de la “mano invisible” y la eficiencia del libre mercado han encontrado un terreno fértil. Sin embargo, es crucial señalar que la obra de Smith es mucho más matizada de lo que a menudo se presenta.
En efecto, en su tratado moral y económico se pueden encontrar argumentos que parecen contradecirse, pero que al mismo tiempo pueden ser seleccionados para fundamentar ideas intencionadas. Probablemente uno de los mejores ejemplos de la riqueza de sus planteamientos y el proceso de selección que se hizo sobre ellos para fundamentar algunas ideas sea el concepto de “mano invisible”, que alude a lo que hoy conocemos como consecuencias inesperadas o comportamiento emergente; es decir, resultados que surgen de la interacción social sin ser la intención explícita de los actores involucrados. Estas consecuencias inesperadas pueden ser tanto positivas como negativas, pero las interpretaciones de los escritos de Smith nos han llevado a pensar que los mercados son organizaciones en las que existe un comportamiento emergente que genera la mejor asignación de bienes y bienestar para todos los participantes.
Sin embargo, esto no es del todo cierto. Smith también advierte que entre las consecuencias no previstas del funcionamiento de los mercados se incluyen el incremento de la desigualdad, la explotación de los trabajadores por parte de los empresarios, la formación de monopolios y carteles, así como la posibilidad de que se ignore el desarrollo de lo que hoy llamamos bienes públicos, como la infraestructura, la defensa, la seguridad y la educación.
Por cierto, es interesante notar en el proceso de selección de ideas que se hizo a través del tiempo, que la famosa frase de “la mano invisible” se menciona una sola vez en las 900 páginas que contiene La riqueza de las naciones.
A pesar de ser un defensor del libre mercado, Smith también entendía que la intervención del Estado era necesaria en ciertas circunstancias, que la riqueza debía ser redistribuida para evitar desigualdades extremas y que la educación era un bien público esencial. Este Adam Smith matizado nos recuerda que, lejos de ser un ideólogo radical, era un intelectual pragmático y centrado, cuyas ideas eran revolucionarias para su época. Lejos de encontrar debilidades en estos argumentos aparentemente contradictorios, es notable la profundidad y sutileza de su pensamiento.
En el contexto chileno actual, con el país navegando por las aguas turbulentas de la reforma constitucional, la figura y las ideas de Adam Smith adquieren una relevancia particular. Al revisitar su obra, podemos encontrar valiosas lecciones para construir una mejor sociedad para todos. Smith nos invita a considerar los beneficios de los mercados libres, pero también a tener en cuenta sus limitaciones y fallos. Nos insta a fomentar la competencia, pero también a garantizar que todos tengan acceso a oportunidades y recursos básicos.
En definitiva, nos ofrece una visión equilibrada y matizada de cómo debería funcionar la economía. A medida que celebramos el tercer centenario de su nacimiento, podemos aprender de su enfoque pragmático y centrado y que el progreso de una sociedad no está dado por grandes eslóganes, panfletos o interpretaciones sesgadas, destinadas a justificar posturas extremas. En cada fase de su evolución, las sociedades necesitan perspectivas renovadas que logren sintetizar y mejorar la comprensión de los sistemas que han surgido de las etapas precedentes. En un mundo que a menudo parece dividido entre ideologías extremas, la voz de Smith sigue siendo un llamado al equilibrio y a la razón.