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Chile, llegando tarde a las jugadas globales y glocales Opinión Captura de pantalla Google Earth

Chile, llegando tarde a las jugadas globales y glocales

Rolando Garrido Quiroz
Por : Rolando Garrido Quiroz Presidente Ejecutivo de Instituto Incides. Innovación Colaborativa & Diálogo Estratégico
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Nunca es tarde para jugar en las grandes ligas, como lo hicieron Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Violeta Parra, Francisco Varela, Christiane Endler, Claudio Bunster y tantas otras y otros.


Las jugadas del presente y del futuro se están realizando en la cancha de la innovación colaborativa y el diálogo estratégico. En ello, la creatividad dialógica entre personas e instituciones resulta clave. La “cancha de tierra” de la innovación cerrada (I+D+I), que tanto aprecian el empresariado y las universidades chilenas, ya fue. Ese bote no flota ni se mantiene en las aguas de la complejidad y la incertidumbre crecientes, porque el conocimiento adquirido con el que cuentan se devalúa muy rápido, al no ser parte de dinámicas de código abierto.

Los gigantes globales están experimentando hace rato con recursos más potentes y benéficos que el litio para la electromovilidad, innovando con baterías de estado sólido de sodio (nanómetro). Asimismo, más allá de la geopolítica y las definiciones geoestratégicas presentadas por los medios de comunicación como “guerras”, China y Estados Unidos facilitan el despliegue de estrategias de innovación colaborativa en el campo de los semiconductores de grafeno, demostrando que la movilidad de los electrones del epigrafeno es diez veces superior a la del silicio a temperatura ambiental.

La innovación colaborativa tiene un recorrido fecundo. En plena Guerra Fría, la Unión Soviética y Estados Unidos se pusieron de acuerdo para crear IIASA (International Institute for Applied Systems Analysis) en Laxenburg, Austria. IIASA es una organización internacional de investigación científica multidisciplinaria, creada el año 1972 para coordinar los avances científicos entre las superpotencias y los países signatarios de este instituto, que después de la desaparición de la URSS se ha potenciado como plataforma de interlocución científica entre Oriente y Occidente con el ingreso de China e India. Destaca la ausencia de países hispanohablantes entre sus miembros. El mandato para coordinar los esfuerzos iniciales de IIASA lo recibió un experto en negociación como Howard Raiffa.

Un ejemplo contemporáneo de proyectos científicos de innovación colaborativa es el Gran Colisionador de Hadrones (LHC por sus siglas en inglés), convirtiéndose en el acelerador de partículas más grande y de mayor energía existente en el mundo, creado por el CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear). El LHC impulsado por CERN fue posible gracias a la colaboración de más de 10 mil científicos y cientos de universidades y laboratorios, así como más de 100 países de todo el mundo. La innovación colaborativa, en cualquiera de sus expresiones, requiere de objetivos claros y el despliegue de esfuerzos compartidos en equilibrio dinámico.

Ejemplos de innovación colaborativa los encontramos también en las alianzas entre empresas de distintos rubros. Uno de estos ejemplos, más al alcance de las personas, es un producto desarrollado hace unos años por Apple y Nike para crear la “zapatilla inteligente”. Escenas paradigmáticas de innovación colaborativa también las podemos reconocer en el patrimonio social de la microhistoria de Chile. La sede gremial de La Mariano Valenzuela (organización obrero portuaria, creada en 1892) tenía en 1948 un salón de baile abierto para el disfrute de la comunidad de Valparaíso y, en otro de sus pisos, albergaba una biblioteca a libre disposición para cualquier persona de la ciudad porteña con interés de leer.

En las jugadas glocales que han ocurrido en la placa sudamericana, Chile no ha entendido las invitaciones de Brasil en torno al poder negociador de Sudamérica, más allá de conseguir o mantener tratados de libre comercio. Sudamérica, junto al gigante brasileño, constituyen un ecosistema único en el planeta y su diversidad bioeconómica y geopolítica representa un potencial de poder que podría generar soluciones de diseño para los problemas internos de cada país y de la región en su conjunto, sin la retórica improductiva de antaño, sino sobre la base de innovaciones colaborativas, impulsadas por un diálogo estratégico y sostenido, principalmente en áreas biotecnológicas, alimentarias, energéticas y de flujos bioceánicos.

Salitre, cobre y, ahora, litio, son palabras y productos que han limitado y limitan los potenciales de desarrollo o despliegue de oportunidades que Chile puede alcanzar en este siglo XXI. Estos productos funcionan como fronteras o barreras desde el siglo XIX hasta nuestros días. Algo así como el destino de alguien poco esforzado, al que las cosas le están dadas. Ahí se encuentran, en la tierra, para ser extraídas y sacar dividendos limitados de aquello. Funcionan también como anteojeras o vendas que nos impiden ver lo que otros ya están experimentando con diversos recursos superiores en usabilidad, cambio paradigmático y potencial de futuro.

Ni Alemania se encontró con el salitre sintético en un lugar cualquiera, ni otros países se encuentran en su geografía y/o geología con la diversificación tecnológica sobre los usos del cobre, así como tampoco China se encontró en un valle o desierto con los atributos del grafeno para producir semiconductores superpoderosos o con baterías de estado sólido de sodio, para jugar en las grandes ligas de la electromovilidad. Todos estos países han transitado por virtuosos y vitales procesos de innovación colaborativa científico-tecnológica, invirtiendo en el trabajo de sus comunidades científicas, la renovación de equipamientos de punta para sus laboratorios y presupuestos para sus centros de investigación e innovación.

Lo del litio va a seguir el curso que los acuerdos para su explotación produzcan, incluyendo el concebido daño ambiental que se genere porque esas “piscinas” y las derivadas de esta actividad minera no son inocuas. Dicho lo anterior, hay que evitar proyectar al litio como el “nuevo sueldo de Chile”, porque por ese camino ya hemos transitado, además de que es una vía estrecha y Chile, más que buscar una salida, necesita descubrir las entradas, para ser parte activa de las conversaciones globales y glocales del presente inmediato y de un futuro inclusivo, transparente, innovador, colaborador y dialógico. Este es un juego prometedor.

Nunca es tarde para jugar en las grandes ligas, como lo hicieron Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Violeta Parra, Francisco Varela, Christiane Endler, Claudio Bunster y tantas otras y otros. Más allá de los talentos e inteligencias individuales, Chile puede trabajar en equipo para entrar en el juego de las conversaciones globales y glocales. Una palabra clave: “grafeno”.

En la escena glocal, Brasil es un jugador de clase mundial y uno de los países más importantes del globo en este siglo XXI, a pocas horas de Chile, pero hasta el día de hoy, para nuestro sistema educacional, aprender portugués no es relevante en términos estratégicos para nuestras élites ni para los habitantes de un Chile ensimismado. La riqueza relacional, económica y cultural que nuestro país pierde o deja de ganar al no fortalecer sus vínculos con Brasil (27 países en uno) es inconmensurable. Una suerte de dislocación o ceguera donde prima la incapacidad de construir oportunidades en un espacio geográfico común.

A la hora de pensar en estudiar posgrados, nuestros graduados y profesionales continúan comprando estadías y grados en universidades de Europa y Norteamérica y, a la hora de emprender nuevos laburos, eligen como destino Australia, Canadá y otros países lejanos.

La educación pública debiese dar un salto cualitativo para incorporar al idioma portugués como asignatura oficial en los procesos de enseñanza y aprendizaje. Esto es una jugada glocal. El efecto práctico es contar con una herramienta que hoy no tenemos para nuestros niños y jóvenes, para entrar en contacto con un mercado de más de 200 millones de habitantes.

Migrar, desde “el  diseño de una solución” (innovación cerrada), hacia “soluciones de diseño” adaptativas, sensibles y sostenibles (innovaciones abiertas), permite entrar a las jugadas globales y glocales que se están gestando en los campos de juego de la innovación colaborativa. Poner en práctica el diseño e implementación de políticas públicas interministeriales sería una buena apuesta glocal para los gobiernos que vendrán.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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