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Berlín, una olla a presión que estalló en pánico con el gol de Torres

El espacio está dotado de cuatro pantallas gigantes repartidas entre las emblemáticas Puerta de Brandeburgo y la Columna de la Victoria y superó con creces el medio millón de asistentes.


El millar de aficionados reunidos en Berlín, ante la Puerta de Brandeburgo, fue una olla a presión que estalló en pánico con el gol de Fernando Torres y que por las mismas se rindió a la evidencia de que el «A por ellos» iba en serio, y merecidamente.



Tras varios días de jugar a si España era o no era el favorito, el medio millón de hinchas sintió como propia y premonitoria la herida en la ceja del capitán Michael Ballack, unos minutos después del único gol del partido, el de la derrota alemana.



Cada acercamiento a la portería de Jens Lehmann era un nuevo grito de horror en lo que debería haber sido, según el programa germano, la sorpresa la nueva Alemania de Joachim Löw.



La final de la Eurocopa acabó en Berlín en funeral de pelucas y banderas alemanas caídas. La minúscula «representación» de españoles salpicando el despliegue de hinchada local trataba de celebrar discretamente, con sordina, la revolución generacional de su fútbol.



Algunos alemanes se sobreponían a la tristeza y aplaudían al campeón, incluso se vio algún apretón de manos. Los más hacían como que no los veían y se iban con la bandera a casa.



La milla del aficionado, el mayor espacio público de Europa para las retransmisiones deportivas, se convirtió en una olla a presión más de tres horas antes del inicio del partido, cuando hubo que cerrar los accesos porque en el recinto no cabía ya un alfiler.



El espacio está dotado de cuatro pantallas gigantes repartidas entre las emblemáticas Puerta de Brandeburgo y la Columna de la Victoria y superó con creces el medio millón de asistentes.



De vez en cuando surgió alguna que otra bandera española y se escuchó el grito de «A por ellos», visibles y audibles horas antes del partido, pero progresivamente engullidos luego por la multitud.



Los accesos se abrieron a las 08.00 GMT y se llenó en unas pocas horas, con una rapidez que sorprendió a los propios organizadores y que hizo que más de uno desistiera de quedarse ahí y buscara refugio en cualquier otro espacio para seguir la transmisión sin riesgo de asfixia.



La capital alemana fue un macro-estadio donde apenas quedaba un bar, restaurante, quiosco de bebidas, terraza, parque, estación de tren, cines al aire libre o incluso piscina pública sin su televisor, en gran, mediano o pequeño formato.



La gran milla del aficionado es el mismo espacio donde durante el Mundial de 2006 de Alemania se concentraron multitudes para cada uno de los partidos de la selección germana, entonces a las órdenes del técnico Jürgen Klinsmann.



Allí se festejó a los de Klinsmann tras el Mundial como si hubieran ganado el título, pese a quedar terceros. Con ese mismo talante se prepara para mañana, a las 12.30 GMT, una fiesta de bienvenida a los de Löw, aunque vuelvan como héroes derrotados.



Las imágenes de entonces, como las de hoy, hasta que Torres les rompió el plan, mostraron al mundo una Alemania menos ortopédica de lo que dicen los clichés y capaz de vibrar bajo la euforia futbolística sin caer en hostilidades.



EFE

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