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Escenarios estratégicos en América Latina

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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Ni el terrorismo, ni el narcotráfico ni el crimen organizado, ni ninguna de las nuevas amenazas de que nos hablan los discursos militares actuales viven o se efectúan fuera de la ciudad. La ciudad se ha transformado en el escenario privilegiado no convencional de la seguridad en un sentido moderno.


El peor escenario de inseguridad para América Latina es la conjunción  explosiva de la desigualdad estructural de sus sociedades, el aumento de la pobreza urbana, la violencia que domina las relaciones inter personales y sociales de sus habitantes y la degradación ambiental de vastas zonas. Analizados por separado, cada uno de estos elementos presentan tasas preocupantes en toda la región, aunque su composición e incidencia nacionales sean diversas. Puestos de manera articulada, los resultados son más que preocupantes, pues retratan la constante de ingobernabilidad que de manera continua amenaza la región.

Por ello llama la atención la renuencia de los gobiernos y de las Fuerzas Armadas de la región a reconocer públicamente que los escenarios tradicionales de conflicto no son el mayor problema. Que los relativos a controversias sobre límites tienen un rango muy inferior como riesgo o amenaza, porque cubren ámbitos muy acotados de acción  que pueden ser manejados mediante la diplomacia, el multilateralismo y el derecho internacional. Y que, por lo tanto, el gasto en seguridad y defensa que es muy alto en la región, tiene un sesgo militar  que va a contramano de la realidad, y se inserta en una lógica de militarización de la sociedad internacional que poco tiene que ver con la solución de los problemas.

Por cierto no se trata volver al viejo dilema de «mantequilla versus cañones».

Simplemente resulta conveniente, en medio de un debate acerca de las perspectivas y amenazas para la región, y de la petición expresa de Colombia de legitimar una política de bases militares norteamericanas en la región, hacer una apreciación de la realidad, y contrastarla con las decisiones en materia de seguridad.

Es evidente que son hechos como la violencia social, la pobreza estructural o el deterioro ambiental, los que conforman escenarios que permiten o potencian fenómenos como el narcotráfico y el crimen organizado, la acción del terrorismo y la debilidad institucional  de los Estados. No solo para hacer frente a las organizaciones criminales o terroristas, sino también para controlar a las grandes corporaciones económicas transnacionales.

También se hace evidente en la región que el acelerado desarrollo urbano, sin ningún rasgo de planificación o control, ha terminado instalando ciudades de miseria dentro o en la periferia de la ciudad moderna, que aceleradamente escapan al control de los Estados. Las expresiones extremas actuales se viven en Brasil (sistema miliciano en favelas) y en México, pero son similares en toda la región.

Su estructura y los problemas que presenta ya han sido estudiados en casos de levantamientos espontáneos en la década de los 90′ en  ciudades como Chicago y Los Angeles en USA; Bristol en Inglaterra o Lyon en Francia, además de Somalía, los territorios palestinos ocupados (Nablus y la Franja de Gaza) o Haití. El tema, del cual no pueden darse por no enterados los ejércitos latinoamericanos, ha dado nacimiento a una nueva preocupación estratégica en los estados mayores militares: el combate en las zonas urbanas densas. Y a una especialización militar, la arquitectura y el urbanismo con significación de guerra, con toda una terminología nueva, que expertos israelitas denominan «geometría inversa», y que consiste en reorganizar la sintaxis urbana por medio de acciones micro tácticas que se efectúan a través de «túneles sobre la superficie«, los que se logran perforando horizontal y verticalmente los edificios de las ciudades. Ello permite enjambrar (de enjambre) militarmente una zona, es decir una acción táctica de guerra contra un enemigo cuyo hábitat es la ciudad.

Ni el terrorismo, ni el narcotráfico ni el crimen organizado, ni ninguna de las nuevas amenazas de que nos hablan los discursos militares actuales viven o se efectúan fuera de la ciudad. La ciudad se ha transformado en el escenario privilegiado no convencional de la seguridad en un sentido moderno. Y la seguridad, en un sentido estratégico, se ha desplazado desde un ambiente militar a uno de seguridad cooperativa y colectiva en la cual lo militar es un componente muy menor, en consideración a las características y dimensión de escala de los problemas. No digo que se ha eliminado el componente militar, simplemente sostengo que estratégicamente se ha redimensionado, lo que obliga a reorganizar tanto el establecimiento como el gasto militar.

El año 2006, un influyente think tank independiente inglés, el Oxford Reaserch Group (ORG),  publicó un informe que bajo el título «Respuestas Globales a Amenazas Globales» (www.orgshop.org.uk) sostiene que la estrategia de la «guerra contra el terrorismo» que después de los atentados a las Torres Gemelas el 2001 puso al terrorismo internacional como la mayor amenaza, es errónea. Incluso dice que es una amenaza relativamente menor comparada con otras tendencias globales más graves, y que la tendencia a responder militarmente aumenta los riesgos de que se produzcan más atentados terroristas en lugar de menos.

En opinión del ORG son cuatro los hechos que aparecen como «causas subyacentes de los conflictos y la inseguridad en el mundo de hoy», y como «factores probables de futuros conflictos: el cambio climático, la competencia por los recursos, la marginación del mundo mayoritario y la militarización global». Es posible, sostiene, que estos factores sean «… las tendencias que probablemente conducirán a una inestabilidad regional y global sustancial, y a una pérdida de vidas a gran escala, ambas de una magnitud no alcanzada por otras amenazas potenciales.»

La tesis de fondo es que la reacción militarizada de los países que caracterizan como un «paradigma de control»,  es un intento absurdo por mantener el statu quo a través de medios militares y de controlar la inseguridad sin abordar las causas subyacentes. Se requiere por lo tanto un nuevo enfoque, para un «paradigma de seguridad sostenible», donde no se pretende controlar unilateralmente las amenazas a través del uso de la fuerza («atacar los síntomas»), sino más bien resolver de manera cooperativa las causas subyacentes de esas amenazas utilizando los medios disponibles más efectivos («curar la enfermedad»).

Por ejemplo, un enfoque de seguridad sostenible daría prioridad a las energías renovables frente al cambio climático; a la eficiencia energética frente a la competencia por los recursos; al gasto social y reducción de la pobreza frente a la desintegración social y la marginalidad; a la inversión en desarrollo e innovación frente a la proliferación de armas de destrucción masiva. Según los autores, estos  enfoques «…ofrecen la mejor posibilidad de evitar el desastre global, así como de abordar algunas de las causas subyacentes del terrorismo.»

El informe, bastante poco divulgado hasta ahora, termina diciendo que los gobiernos no estarán dispuestos a abrazar estas ideas sin la presión de la sociedad civil, y que a menos que se adopten medidas urgentes entre los próximos cinco y diez años, será extremadamente difícil, si no imposible, evitar un sistema global muy inestable a mediados de este siglo.

La adopción de un punto de vista similar o cercano al planteado por ORG ayudaría a entender de mejor manera los elementos negativos y las oportunidades de la crisis de globalización que se vive, el sentido institucional del Estado moderno, la apreciación de fenómenos políticos neopopulistas, el sentido estratégico del multilateralismo y la dimensión estratégica de seguridad y defensa que presenta el mundo actual.

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