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Por qué Hermógenes no confía en Piñera

La historia es vieja. Y está en el origen de la polémica actitud que el ex columnista de El Mercurio ha manifestado públicamente respecto del Presidente. Algunos dicen que justamente esa animadversión descalifica las acusaciones de intervención en la elección de la ANFP que le imputa Pérez de Arce al mandatario. Este es el extracto de su “Autobiografía Desautorizada”, que editorial Qué Pasa publicó el 2009, y que ahonda en la génesis del asunto.


….Bueno, con los años y los golpes he aprendido que eso, al menos en mi caso, no es verdad, pero en 1989 todavía no me había dado cuenta y pensaba “¿Sebastián Piñera? ¿Quién es ése, en comparación conmigo? Solo tiene un poco más de plata (pues en ese tiempo ya se calculaba su fortuna en veinte millones de dólares) y un título en Harvard. En esas dos cosas me supera – me decía yo- , pero tengo mejor pinta que él y escribo muy bien. Además, contribuí mucho más que él a salvar al país de la UP, y los que apoyan al gobierno militar votaran por mí y no por él, mientras que los contrarios a ese régimen, como lo es él, no le darán sus votos, sino que votaran por los candidatos de la Concertación.

El raciocinio era casi impecable, pues sólo tenía un defecto: que era falso.

Pero así razonaba yo y por eso no compartía para nada el pesimismo con que Máximo (Silva) me anunciaba la propuesta de que fuera candidato, dándome por perdido de antemano. Pero la razón la tenía él  y el perdido era yo.

De partida, cuando acepté la candidatura y se lanzó mi nombre, ya las encuestas señalaban que mientras Piñera tenía cerca de 25% de adhesión, yo tenía poco más de 7%.

Así y todo, Máximo se puso a la cabeza de mi campaña y me consiguió a personas de primera para que me ayudaran, en particular a un ex alcalde UDI muy inteligente, Manuel Cereceda, y un abogado y académico joven, Cristian Jara. Además, Marcela Cubillos, hoy diputada UDI, y María Luisa Jouanne, señora del entonces candidato a diputado y hoy senador Jaime Orpis, encabezaban a las mujeres que me apoyaban, junto con la señora del ex ministro del Interior y ex  Canciller, Ricardo García Rodríguez, Sylvia Holtz de García. Asimismo, Pablo Zalaquett, un joven muy dinámico, que hoy es Alcalde de Santiago, presidía la juventud que impulsaba mi candidatura. Los postulantes a diputados de la UDI en toda la circunscripción de Santiago Oriente también eran muy buenos, Joaquín Lavín, en Las Condes; Jaime Orpis, en Macul; Gustavo Alessandri hijo, en La Florida; Tulio Guevara, en Pedro Aguirre Cerda; el joven dentista Gonzalo Stefani, e San Miguel, y Juan Jorge Lazo, en Providencia y Ñuñoa, en mayor o menor grado trabajaban conmigo, si bien Sebastián Piñera había introducido cuñas propias entre ellos y yo, cuando podía.

Pero cada nueva encuesta que aparecería mostraba que yo crecía muy poco. Al mismo tiempo, la propaganda de Sebastián era mucho mejor que la mía. Él había distribuido por toda la circunscripción un folleto muy bien hecho y yo me apresuré a tratar de emularlo con todo, bastante bueno, pero inferior.

En los comienzos de la campaña todo el mundo me decía: “Has entrado demasiado tarde, ya Piñera está muy posicionado”. Pero para lo que también era tarde era para arrepentirse, así es que apechugué

Los “dadores de sangre” de la derecha se portaron muy bien conmigo y conseguí bastante plata. En ese sentido hice un poco el ridículo, porque mi campaña fue tan ordenada para gastar que, si bien perdió por bastantes votos (obtuve 110.000 menos que Piñera), terminó con un superávit de 10 millones de pesos, que al final se repartió entre otros candidatos  de la UDI,  tan derrotados como yo, pero que, además, estaban endeudados hasta la camisa.

Hora pienso que es el colmo de un candidato perder una elección y tener superávit de dinero, porque indica que si hubiera gastado todo habría obtenido más votos. Bueno, a senador no gané, pero a económico no me la  ganó nadie

“La chichita con que me estaba curando”

Cuando comenzaba la campaña nos citaron a todos los candidatos a una reunión inaugural con nuestro abanderado presidencial, Hernán Büchi, en su oficina-comando del centro. Hernán había querido hablar conmigo, cuando se estaba todavía gestando mi candidatura a senador, para convencerme de que la aceptara, y me había llamado en su nombre Pablo Baraona, su generalísimo, para organizar una reunión de aquél conmigo. Pero yo le revelé a Pablo, con  quien tenía y tengo, desde la juventud, amistad y confianza, que ya estaba resuelto y que no era necesario que Büchi me insistiera.

Pues también días antes me había llamado a ese efecto Jaime Guzmán, para convencerme de aceptar la candidatura y, en efecto, me había convencido definitivamente. En esa ocasión recuerdo que me dijo: “Es esencial que tú vayas, Hermógenes, porque Piñera viene de la  DC, votó NO tanto en el plebiscito de 1988 como en el de 1980 y no va a mover ni un dedo para defender a Pinochet  ni a su Gobierno”. Agregó otros juicios categóricos acerca del mismo personaje.

Bueno, la tarde en que me dirigía  a esa primera reunión de candidatos a parlamentarios en el comando de Büchi, transitando por la Costanera hacia abajo, vi que los Tajamares de piedra del Mapocho estaban ya pintados con el nombre de Piñera, en enormes letras azules muy llamativas, seguidas de su típico tick de aprobación, a lo largo de cuadras y cuadras. Pero cuando me aproximaba al centro, cerca de la Estación Mapocho, vi espantado que la propaganda de tantas cuadras tenía un epílogo pintado con los mismos colores, donde aparecía un extenso falo que decía “Hermógenes” y que estaba a punto de entrar en un enorme trasero desnudo que decía “UDI”. Puede haber sido viceversa, porque la memoria es frágil, pero prefiero la versión que he dado.

Llegué atónito y desolado al comando de Büchi. Fui directo donde Piñera y le pregunté si sabía de la pintura del río, pero me miraba como si no entendiera de que le estaba hablando. En definitiva, no me contestó nada.

Supongo que las personas decentes de Renovación Nacional tienen que haberle dicho algo, porque algunas semanas después desapareció la insólita grosería en desmedro mío y de la UDI.

A ingenuo no me la gana nadie

Cuando comenzaba la campaña habían aparecido algunos escasos letreros pintados en mi favor con mi lema: “Una sola línea”.

Entonces me llamó por teléfono el padre de Sebastián, don José Piñera Carvallo, con quien yo tenía una amistad cordial, nacida años antes durante largas charlas que teníamos en la oficina de la dirección de La Segunda, a donde solía acudir a conversar conmigo y a ilustrar mi juicio sobre asuntos de actualidad, junto con enaltecer mi nivel cultural, porque era un hombre extraordinariamente instruido, además de simpático.

Fundado en la cordialidad de nuestra relación pasada, don José me pidió que cambiara mi lema de campaña, porque resultaba implícitamente denigratorio para su hijo. Pues resultaba obvio que si algo no tenía Sebastián era “una sola línea”.

Como yo estaba dispuesto a respetar, como lo he hecho toda mi vida, el fair play, le dije a don José que no se preocupara y que buscaría otro lema. Al comunicarle esto último a mi comando de campaña, casi hubo un levantamiento en mi contra, porque no lo podían creer y lo estimaban muy perjudicial para mí. Pero cuando me equivoco soy casi mas porfiado que cuando tengo razón, así es que impuse mi criterio y discurrimos otro lema de muy inferior impacto y que fue el usado en definitiva en todos mis carteles de propaganda: “Se puede confiar en él”.

De poco sirvieron esos carteles, porque a la semana de haber sido colgados (a un costo de 38 millones  de pesos del año 1989, me acuerdo muy bien, y que representaban como el 40% de los fondos que había recaudado) fueron destruidos casi por completo por “manos anónimas”.

Recuerdo que un amigo y pariente político (primo hermano de mi cónyuge), Sergio Baeza Valdez, que vivía entre las calles O`Brien y Espoz, a la altura de Escrivá de Balaguer, me llamó una mañana consternado y me dijo:

-Hermógenes,  un sitio eriazo vecino a mi casa está cubierto de letreros tuyos destrozados. Son miles. Trata de recuperar los que puedas.

Mi presencia visual y grafica en la circunscripción había sido virtualmente borrada, indudablemente por alguien con muchos medios, porque si yo había gastado 38 millones de pesos en colgar los letreros, ese alguien tenía que haber invertido una suma parecida para descolgarlos de toda la circunscripción. Después de la elección, un pariente de mi principal sospechoso, cuyo nombre, por supuesto, no voy a revelar, me dijo que este le había aseverado (el pariente era candidato en otra parte): “Es mucho más barato destruir los letreros de tu adversario que mandar a hacer y colgar letreros propios”.

La odisea del Estadio Nacional

Poco antes de eso había sucedido otra cosa: Hernán Büchi había convocado a una magna concentración en el Estadio Nacional, donde estaríamos junto a él los candidatos a senadores por Santiago, cada uno de los cuales hablaría durante dos o tres minutos, antes de que lo hiciera él.

[cita]Manuel Cereceda, jefe de mi comando, me comunicó que un muchacho de apellido muy conocido, que trabajaba por la candidatura de RN, lo había llamado por teléfono a nuestro comando y le había dicho: – Manuel, te llamo porque acabo de oír que Sebastián le ha dicho a un grupo de tipos rudos que trabajan para él lo siguiente: “Vayan al Parque Arauco y bajen el globo de Hermógenes que está amarrado ahí; no me pregunten cómo, pero háganlo”.[/cita]

El estadio estaba repleto, no solo en sus aposentadurías, sino también en la cancha, que estaba llena de público. Todos los candidatos habían llevado su parafernalia, que estaba desplegada. La mía no le iba en zaga a la de Piñera, que tenía un globo enorme y muchos más pequeños, mientras yo tenía un zepelín de ocho metros de largo (me había costado $700.000), en cuyos costados se leía en grandes letras “Hermógenes”. Pero observé, pasmado, que sucesivamente todos mis globos y el propio zepelín emprendían vuelo a las alturas, pues  alguien les había cortado las amarras.

Como durante mi campaña senatorial seguí escribiendo mi columna, en ella tuve ocasión de referirme humorísticamente a mi zepelín perdido, acerca del cual expresé, entonces, que “… debe estar sobrevolando Camberra, donde muchos australianos, tras ver mi nombre en él, deben estar yendo a tiendas a preguntar si hay “Hermógenes”.

En esa columna hice una digresión sobre mi estatura, que no venia mucho al caso pero era bastante completa y refleja mi descontento con la que he alcanzado, pues habría preferido que fuera mayor: “Ahora, sin zapatos, mido un metro 77 centímetros y medio, si bien en una oportunidad un paramédico insistió en que aplastándome el pelo, mi estatura era solo de uno punto 76. Le argumenté que el pelo era parte de mi cuerpo, a lo cual replico que sí, pero que entre el pelo había aire que no era de mi cuerpo. Entonces  le dije que había aire en muchas otras partes de mi cuerpo y que si me aplastaba suficientemente me podía dejar  de un metro 20. Finalmente transamos en uno punto 77. Detallo lo anterior exclusivamente para ahorrar trabajo a futuros historiadores”.

Ahora he visto que candidatos que apenas sobrepasan el metro  70 compran zapatos “enaltecedores”, que valen como un millón de pesos, e igualan mi metro 77. ¡Trampa!

Volviendo al estadio, Sebastián, que estaba a mi lado en el escenario, ubicado bajo la torre sur, me miró consternado y me dijo: – ¡Hermógenes, se fueron todos tus globos!

Lo noté tan conmovido que temí que partiera a tratar de recobrarlos. Luego me llegó el turno de hablar. Me había preparado muy bien, pero mientras trataba de elevar al máximo la voz, un joven subió corriendo hasta el podio y me dijo: “No se te oye nada, habla más fuerte”.

Por más que traté de gritar a todo pulmón, fue inútil, casi nadie me oyó; alguien había desconectado todos los cables de los micrófonos del podio en el instante en que yo subía a hablar, de modo que el público del estadio no oyó una palabra de lo que dije.

Uno o dos días después llego a mi oficina el dueño de Publicitaria Época, Fernando Silva Clarke, que había estado a cargo de parte de la propaganda de mi campaña. Me dijo lo siguiente: – Hermógenes, anoche  fui a comer al restaurante (no recuerdo el nombre) y llegaron a la mesa vecina Sebastián Piñera, su hermano el cantante y otros amigos de ambos, y se vanagloriaron de que te habían cortado todas las amarras de tus globos en el estadio y te habían desconectado los micrófonos cuando hablabas. Y todos se reían mucho de sus proezas. Te lo cuento para que sepas las armas que usa tu compañero de lista.

Ciertamente le agradecí su testimonio.

“Ganadores” y “Perdedores”

Así y todo, mi candidatura iba tomando algún impulso, porque aparecieron encuestas que daban ya dos dígitos de preferencias, lo que aproveche en mi propaganda para decir que era “el candidato que más crecía”, si bien estaba diez puntos debajo de Sebastián. A la vez, Eduardo Frei aparecía con más de 40%. La otra candidata (me refiero solo a las dos listas mayoritarias, pues había otras con menores adhesiones) era la ex senadora socialista María Elena Carrera, viuda del senador fallecido antes de la UP, Salomón Corbalán, cuyo curul ella había ocupado en la Cámara Alta antes de la UP, tras la electiva elección complementaria.

María Elena alcanzó a darme tres sorpresas durante la campaña: la primera, que en el foro televisivo inicial, en el que estábamos los cuatro candidatos de las dos listas mayoritarias, ella desató un ataque tremendo contra Sebastián Piñera, acusándolo de haberse “dado vuelta de carnero” en su posición política y oras criticas por el estilo, que dejaron al aludido sin saber que contestar y con cara de venir saliendo de un choque de trenes; la segunda sorpresa tuvo lugar cuando, cerca ya del final de la campaña, justamente en un foro que teníamos los postulantes de la circunscripción en Radio Cooperativa, ella manifestó que ese iba a ser  el último debate en que iba a participar y que se iba a abstener de concurrir al principal de ellos, el del programa Decisión ‘89, de Canal 13, donde un panel de periodistas interrogaba a dos candidatos a senadores, uno de la Concertación y otro de Democracia y Progreso, cada vez.

Es decir, le iba a dejar la cancha libre a Sebastián Piñera en el programa, renunciando a mejorar su propia votación en la mejor y más multitudinaria tribuna en que podía hacerlo, y justo en el momento crítico, al final de la campaña.

Mucho tiempo me pregunte qué razones tuvo para desistir de una intervención que tanto le convenía, en particular porque favorecía al rival contra el cual había mostrado más inquina. Bueno, finalmente supe la razón en 1995, pero no la divulgo porque estábamos en un almuerzo privado, en casa de nuestro amigo Gonzalo Alcaíno.

Y la última sorpresa me la dio María Elena cuando, al examinar los datos finales de la circunscripción, no solo comprobé que había  obtenido casi la misma votación mía, sino que la superaba por unos cientos de votos, dejándome en el cuarto y último lugar.

Vale la pena añadir que la participación en el programa Decisión `89, de Canal 13, era considerada un hito mayor de la campaña, y el director de la estación televisiva, Eliodoro Rodríguez Matte, había aprobado las duplas que irían en las dos últimas ediciones, que iban a estar dedicadas a la circunscripción Oriente de Santiago: Eduardo Frei conmigo y Sebastián Piñera con María Elena Carrera.

Yo supe que esta distribución había molestado extraordinariamente a Sebastián y se me informó que él y Andrés Allamand, que era candidato a diputado por Las Condes (donde finalmente él y Carlos Bombal doblaron a la Concertación), habían ido a hablar con Eliodoro para  cambiar las parejas: “los ganadores”, Piñera y Frei, en un programa; y los “perdedores” María Elena Carrera y yo, en el otro. Pero Eliodoro, que sabia ser muy “entaquillado”, se había mantenido firme y había soportado una granizada muy desagradable de los dos “jóvenes impacientes” de RN, sin cambiar su predicamento.

Enterado a tiempo de estas presiones para que a Decisión `89 fuera Frei con Sebastián y no conmigo, aproveché un debate que tuvimos los candidatos en Radio Portales y abordé a Eduardo, pidiéndole, derechamente, que no aceptara el cambio de las parejas de Decisión `89, porque había sabido las influencias ejercidas para alterarlas. Y me contestó, más o menos textualmente, según mis recuerdos: – No, yo no voy aceptar el cambio. Además, Sebastián Piñera trabajó conmigo en el partido, cuando yo estaba competiendo por ser el candidato presidencial, y  ahora resulta que en esta campaña me da con todo.

Quedé tranquilizado, pero debo reconocer que no me porté todo lo bien que debería haberlo hecho con Frei, porque cuando fuimos a Decisión `89 le saque en cara, mostrando las respectivas publicaciones, el hecho de que él hubiera donado un día de sueldo del personal de su empresa, Sigdo Koppers, a la junta militar, después del 11 de Septiembre de 1973, para así contribuir a la reconstrucción del país. Y mostré en cámara su fotografía haciendo entrega del donativo a un general. Pero la réplica de mi adversario fue genial, pues dijo algo así como: – A mi no me preocupan las divisiones del pasado, yo me he fijado como misión trabajar por las chilenas y chilenos más pobres, por las mujeres de La Pintana, que no tienen alimentos para sus hijos. Esos temas son los que a mí me preocupan.

Creo que no podía haber mejor réplica que esa.

El hecho fue,  sin embargo, que la negativa a cambiar parejas en Decisión `89 resultó en beneficio de Sebastián Piñera, pues, como Maria Elena Carrera había decidido no participar, había dejado disponible todo el espacio en exclusiva para él.

Vi la emisión del mismo y, realmente Sebastián  se lució ante el panel de  periodistas. Cuando yo había acudido, no solo debí polemizar con Freí y compartir mi tiempo con él, sino soportar preguntas francamente pesadas de cierta periodista, muy próxima a RN, que sabía cómo menoscabar a un candidato ante la audiencia con la mejor de sus sonrisas. En cambio, en el programa de Sebastián todas las preguntas para él fueron caramelos y monopolizó con brillo la escena.

Cierto empresario amigo me había hecho llegar una fotocopia de las publicaciones de prensa de comienzos de los ochenta, cuando se había procesado a los ejecutivos del Banco de Talca, del cual Sebastián era gerente, por infracciones a las leyes bancarias y financieras. Las publicaciones describían las conductas que la justicia investigaba y hacía alusión a la participación en ellas de Piñera. Mi amigo me dijo: – Le he hecho llegar a cada uno de los periodistas del panel de Decisión `89 una fotocopia de esta publicación, así es que doy por seguro que al menos uno se atreverá a preguntarle algo sobre el tema.

Pero ninguno lo hizo. Yo recordaba la situación que afrontó Sebastián en esos años, que fue bastante difícil, porque se había despachado orden de detención en su contra, sin que pudiera ser habido. Debió ocultarse por más de tres semanas, librándose así de la mayor parte del escándalo que había rodeado el ingreso a Capuchinos de connotados personajes, por utilizar los mismos mecanismos financieros que se le imputaban a él.

Un llamado por celular

También recordaba el hecho porque, en su momento, cuando se alegó ante la Corte Suprema la revocatoria del auto de reo, entre los abogados de la plaza se había comentado que el tribunal de jueces superiores había debido enfrentar a “la delantera de River”, dada la connotación de los personajes próximos al procesado que se hicieron presentes en la primera fila durante los alegatos: su padre José Piñera Carvallo, su tío, monseñor Bernardino Piñera Carvallo, hermano del anterior; y su tío político, el notario don Hernán Chadwick Valdez, aparte de la madre del procesado.

El auto de reo, que había sido dictado por el ministro en visita Luis Correa Bulo y confirmado por dos votos contra uno por la Corte de Apelaciones, fue, sin embargo, revocado por unanimidad por la Corte Suprema.

A ese caso se refería la extinta ex ministra  de Justicia, Mónica Madariaga, cuando reveló en una entrevista que en 1982 había recibido una llamada para que intercediera a favor de Sebastián ante el ministro sumariante. Este último, Luis Correa Bulo, por su parte, confirmó haber recibido tal llamado.

Este episodio dio lugar a un dialogo curioso por celular, durante la campaña electoral en que competí con Sebastián. En ese año 1989 habían recién aparecido los primeros teléfonos celulares y la compañía nos había entregado en préstamo un  aparato a cada uno de los candidatos. Una mañana, temprano, en que iba saliendo a cumplir mis actividades como tal, sonó mi aparato, provocándome gran alegría, porque casi nadie me llamaba a él. Era Sebastián, que me dijo perentoriamente: -Hermógenes, yo sé que vas a sacar a relucir el tema del Banco de Talca y te  advierto que si lo haces, yo voy a revelar que recibiste un cheque de diez millones de pesos del general Pinochet.

Yo no tenía presente en ese momento que Sebastián había sido encargado reo como gerente de dicho banco, pues lo había olvidado, y esto sucedía mucho antes del programa Decisión `89, a raíz del cual mi amigo empresario me había hecho llegar fotocopia de las publicaciones de prensa al respecto. Entonces le respondí, desconcertado, a Sebastián: -¿Y qué pasó en el Banco de Talca?

Mi pregunta, a su turno, lo desconcertó a él, que no supo que responder y solo resolvió insistir en lo del cheque del general Pinochet. Esto último era estrictamente verdad, pues uno o dos días antes de ese llamado, estando en plena sesión con las personas a cargo de mi comando electoral, yo había recibido en el mismo celular otro del general Jorge Ballerino, que era probablemente el uniformado más próximo al Presidente en ese momento, en que me había dicho más o menos lo siguiente:

– Hermógenes, quiero que sepas que el Presidente me ha ordenado hacerte llegar un cheque de diez millones de pesos como ayuda a tu campaña. Te advierto que se trata de recursos personales de él y no tienen que ver con el gobierno. Es plata de él.

Yo había quedado muy agradecido, pero, obviamente, no era una cosa que fuera a andar publicando, ni mucho menos. Varias personalidades destacadas del ámbito privado y público me habían hecho llegar contribuciones y yo pensaba que no tenía derecho a divulgarlas, sobre todo, si, como sucedió en un caso particular de cierto empresario, se trataba de una persona a quien todo el mundo atribuía simpatías pro democratacristianas. Bueno, a lo mejor este último les mandó cheques más grandes que el mío a Frei y a Piñera, porque eso suele suceder, pero yo le quedé de todas maneras muy agradecido y no habría considerado  correcto andarlo voceando.

El hecho fue que, cuando llegué a mi comando, tras recibir la amenaza de Sebastián y contestarle que nada sabía de lo del Banco de Talca, referí la llamada a quienes me ayudaban, manifestándoles mi extrañeza por el hecho de que él supiera que íbamos a hacer semejante cosa. Entonces, uno de los del comando me dijo: – Es que justamente hace un rato se planteó esa idea y la discutimos. O sea, Sebastián había sido informado antes que yo sobre las  ideas y estrategias que se debatían en la cúpula de mi comando. ¡Dentro de este había un “topo” que trabajaba para Piñera!

Bueno, hoy día sé perfectamente quien era: todo un profesional del espionaje. Cuando se acercó a ofrecerme su ayuda en la campaña – porque así se introdujo en mi comando- lo hizo en términos tan conmovedores que me emocioné, pues habló de mi lealtad al gobierno militar, de cómo la gente era tan malagradecida que, pese a ser de derecha, estaba dispuesta a votar por un tipo contrario al régimen, como Piñera, olvidando todo lo que yo lo había defendido, y muchas cosas por el estilo. Y como mi comando funcionaba sobre la base de la confianza mutua y el entusiasmo personal, todos creímos que ese nuevo voluntario era un idealista que deseaba sacrificarse por nuestra candidatura. Así tuvo acceso a todas las reuniones a las que quiso asistir. Varias veces me acompañaba en el auto a diferentes recorridos bastante sacrificados.

A ese efecto, recuerdo que un candidato a diputado por La Florida, del Partido Unión Centro-Centro de apellido Fuenzalida, me llamó para pedirme que asistiera a un acto masivo que había organizado. Como no había candidato a senador de su partido en la circunscripción – me dijo-, adhería a mi persona. Me expresó que quería que fuera solo yo entre los candidatos a senadores y que había tenido buen cuidado de que la información no llegara a oídos de Piñera, porque entonces “se le iría a meter aunque no lo hubieran convidado”.

Bueno, Piñera, por supuesto, debidamente informado por mi abnegado colaborador, acudió al acto de Fuenzalida, cantó El Rey, “movió la colita”, discurseó y todo lo hizo mejor que yo y sin estar invitado, mientras todos nos preguntábamos (y el “topo” parecía ser el más intrigado) como se habría enterado.

Dos golpes de gracia

Yo he dicho que en esa elección de 1988 sentía como que ya antes de comenzar la pelea senatorial hubiera entrado groggy en el ring. Y después hubo dos cosas que constituyeron golpes de nocaut definitivos.

La primera fue que los tres “transatlánticos” de la derecha chilena, tres pilares civiles del gobierno militar, los ex senadores Francisco Bulnes Sanfuentes, Pedro Ibáñez Ojeda y Sergio Onofre Jarpa, con quienes yo había luchado codo a codo contra la UP y en defensa del régimen castrense, aparecieron profusamente, en una publicación pagada en los diarios, llamando a su gente a votar por Sebastián Piñera, en un texto en que obvia, si bien, tácitamente, dejaban entender que mi candidatura no los representaba, pues decían expresamente que el único que personifica las virtudes que ellos propician en política era mi compañero de lista.

Por supuesto, yo no creo que el aviso haya nacido de la inspiración de ninguno de los tres “transatlánticos”. No me cabe duda de que Sebastián les demandó que lo rubricaran y ninguno de los tres debe haber accedido de buen grado a darme esa puñalada por la espalda, pues todos eran personas con las cuales ya había trabajado tan cercanamente, como recién he señalado.

Con don Pancho Bulnes habíamos estado en los orígenes del texto del Acuerdo de la Cámara de 22 de agosto de 1973, que precipitó el pronunciamiento militar; con don Pedro Ibáñez colaboré dando charlas gratuitas durante años sobre economía social de mercado, en su universidad (entonces Escuela de Negocios de Valparaíso), a jóvenes lideres estudiantiles, a comienzos de los sesenta, convenciéndolos de las bondades del sistema opuesto al que se procuraba instalar en Chile.

Yo asistía a esos seminarios desde Santiago, sin cobrar y pagándome todos los gastos. En esa época conocí a un joven académico, muy próximo a don Pedro Ibáñez, que se llamaba Carlos Cáceres, con el cual teníamos gran afinidad de ideas. Después de las charlas a los jóvenes nos sentábamos a conversar con don Pedro en los salones de la casa antigua, en los terrenos de la Escuela de Negocios y recibíamos durante horas toda su sabiduría económico-social.

Y don Pedro siempre me había distinguido; tanto, que me pidió, en los años ochenta, formar parte del Consejo Directivo de la Fundación Adolfo Ibáñez, que regentaba la Escuela de Negocios, antecesora  de la actual Universidad Adolfo Ibáñez. También me nombró director de una de las empresas del grupo Cruzat- Larraín, la Radio Minería, durante el periodo en que estuvieron intervenidas por el gobierno, tras la crisis de 1982, en que él fue designado interventor. Y  posteriormente me solicitaba artículos –estos sí remunerados- sobre temas doctrinarios para publicaciones políticas que él propiciaba.

Por supuesto, cuando apareció la publicidad de los “transatlánticos”, con un llamado tan perentorio a no votar por mí, yo le mandé a don Pedro mi renuncia al Consejo Directivo de la Fundación Adolfo Ibáñez. Él me llamó de vuelta muy extrañado, preguntándome por qué me marginaba. Parece que no se había dado cuenta de lo que había significado ese aviso en los diarios para mí. Y cuando le di mis razones pareció seguir sin darse cuenta.

Durante la campaña seguí recibiendo otros golpes desde todos lados. En una ocasión recuerdo que Manuel Cereceda, jefe de mi comando, me comunicó que un muchacho de apellido muy conocido, que trabajaba por la candidatura de RN, lo había llamado por teléfono a nuestro comando y le había dicho: – Manuel, te llamo porque acabo de oír que Sebastián le ha dicho a un grupo de tipos rudos que trabajan para él lo siguiente: “Vayan al Parque Arauco y bajen el globo de Hermógenes que está amarrado ahí; no me pregunten cómo, pero háganlo”. Como yo sé que hay chiquillas y chiquillos jóvenes a cargo del globo y para evitar que les hagan algo, te ruego comunicarte con ellos y bajarlo antes que lleguen esos tipos.

Por supuesto, Manuel le agradeció, se comunicó con nuestros jóvenes y se bajó nuestro globo. ¿Un ardid o un gesto de decencia del que llamó? Nunca lo sabremos, pero, creo, Manuel Cereceda hizo lo correcto.

Un segundo jab al mentón lo recibí cuando Sebastián Piñera hizo un acto de masas en el Teatro-Circo Caupolicán, coliseo, que logró repletar. Fue un evento muy exitoso y que, además, coincidió con su cumpleaños número 40. En los momentos culminantes del acto leyó un  mensaje del candidato presidencial, Hernán Büchi (que, como se recordará, se había interesado personalmente en que yo aceptara la candidatura a senador), felicitando a Piñera por el triunfo que –manifestaba implícitamente Büchi- podía considerase ya conseguido, pues su mensaje terminaba diciendo: “¡Feliz cumpleaños, senador!”. Al día siguiente apareció publicado como aviso destacado en todos los diarios. Es decir, mi candidato presidencial aparecía anunciando mi derrota públicamente y por anticipado.

Me contaron que Büchi se había resistido inicialmente a mandar semejante mensaje, pero que, al final, había cedido a la presión de Piñera.

En ese mismo tiempo hubo un acto masivo del primero en San Miguel. Uno de sus lugartenientes me llamó por teléfono para pedirme que no asistiera, pues el candidato deseaba tener el exclusivo protagonismo del evento y, por tanto, pedía que no concurrieran los candidatos a senador. Acaté, por supuesto, solo para enterarme de  que Sebastián había desoído la petición –si es que a él se la habían hecho igual que a mí—y se había presentado junto a Büchi en el repleto gimnasio de San Miguel, haciendo toda la correspondiente cosecha electoral en esa importante comuna.

Yo estaba tan furioso que llamé un poco fuera de mí al generalísimo de Büchi, Pablo Baraona, para protestar. Y en un foro televisivo del día siguiente, al que asistían candidatos a diputado, entre ellos Joaquín Lavín, y había personeros del comando de Büchi, comenté mi exclusión del acto de San Miguel y le pregunté a un candidato por La Florida, del partido Unión Centro-Centro, de Francisco Javier Errázuriz, aspirante presidencial de dicho partido, si este último no querrá hacer campaña conjunta conmigo, porque el de mi propio pacto, Democracia y Progreso, me estaba marginando ostensiblemente. Obviamente, yo no hablaba en serio y solo exteriorizaba mi irritación, pero supongo que esa imprudencia de mi parte debe haber llegado a oídos de Hernán Büchi, en particular porque días después, al concurrir junto con él a un acto en un establecimiento escolar de Ñuñoa, apenas me saludó y durante nuestra conversación con la directora del plantel me dio ostensiblemente la espalada, interponiéndose entre ella y yo, dejándome out del intercambio de ideas.

Nadie me dijo nada sobre lo que estaba sucediendo ni yo me dediqué a averiguar que había, pero dejé de contar con el respaldo de Büchi en el resto de la campaña.

Defendiéndome de mis aliados

En otra oportunidad, la dirigente de RN Berta Correa Salas, que era partidaria de mi candidatura y trabajaba denodadamente por ella, me confió que, estando en su oficina del partido una noche, revisando nuestras listas de apoderados de mesa, oyó que en la pieza contigua, donde estaban Sebastián, Andrés Allamand y Alberto Espina, se impartían instrucciones a algunos activistas para inutilizar una secretaría de mi candidatura. Ante eso, ella abrió la puerta de la oficina, los enfrento y les dijo: -Oí lo que están tramando y les advierto que si hay un incendio o atentado en alguna secretaría de Hermógenes, voy a declarar ante la justicia lo que acabo de oír.

En el acto final de la campaña de Büchi en Santiago, en el cual íbamos a hablar todos los candidatos a senador, iba a tener lugar en avenida Vicuña Mackenna, entre Plaza Baquedano y Rancagua. Yo había preparado un discurso breve, con varias ideas-fuerza bastante geniales que se le habían ocurrido a Manuel Cereceda, jefe de mi campaña.

Habíamos asimilado todas las experiencias anteriores, así es que un cantante y compositor me ayudó mucho en la elección, cuyo nombre artístico es Jorge Eduardo, quien, además, había compuesto uno de los jingles de mi publicidad (el otro fue obra del conocido compositor y trompetista uruguayo Daniel Lencina), se ofreció a montar guardia al lado de la consola de conexiones de los micrófonos para que estos no fueran desconectados al momento de subir yo al podio. Como había sucedido en el Estadio Nacional.

Gracias a eso los “desconocidos” dedicados a desconectarme los micrófonos no pudieron hacerlo, no obstante que Jorge Eduardo recibió una golpiza en el intento que aquellos hicieron por acercarse al panel de conexiones.

Debo decir, modestia aparte, que ese discurso final mío no fue solo el mejor por el contenido, sino también por la forma, porque cuando me resuelvo a gritar con toda la fuerza de mis pulmones, realmente puedo sacar un vozarrón impresionante. Y esa vez lo empleé. Además, como había memorizado las ideas fuerza y estas eran bastante geniales, el efecto fue muy positivo y al final recibí una gran ovación.

Un ingeniero comercial, Jorge Valenzuela, que había sido compañero de curso mío en el magíster de Economía en la UC, se me acercó ese día o la siguiente y me dijo: -Hermógenes, yo no tenía tomada mi decisión de voto para senador, pero después de tu discurso  resolví dártelo a ti.

Con eso prácticamente cerró la campaña. El día de la elección me habían convidado a una radio, donde me encontré con Sebastián, acompañado de su amigo Pedro Pablo Díaz, que en ese tiempo era gerente de Coca-Cola.

Me llamó la atención la hostilidad de este último hacia mi persona, porque cuando lo había conocido, alrededor de quince años antes, era muy cordial conmigo. Él fue el coprotagonista, pocos años después de la elección del 89’, del episodio “de la grabadora Kioto” en que Ricardo Claro denuncio la maniobra de Piñera para perjudicar a Evelyn Matthei en el programa político de Jaime Celedón tenía en Megavisión.

Lo que reprodujo la grabadora Kioto de Ricardo Claro fue la conversación por celular en que Piñera le encargaba por teléfono a Díaz instruir al periodista Jorge Andrés Richards, panelista de programa A eso de…, para dejar mal parada a Evelyn, perjudicándola (no fue esa la palabra que empleó Piñera). En ese tiempo, Evelyn Matthei competía con él por la candidatura presidencial de RN para la elección  de 1993.

Se movieron grandes influencias a todo nivel para que el tenor literal de la conversación de Piñera con Díaz no fuera publicado íntegro y, de hecho, el único diario que lo dio a conocer de manera textual e in extenso fue La Época.

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