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Estudiar o comer: así vive una madre los 36 días de huelga de hambre en Buin

Alejandra Carmona López
Por : Alejandra Carmona López Co-autora del libro “El negocio del agua. Cómo Chile se convirtió en tierra seca”. Docente de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile
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Matías Ortega es uno de los estudiantes que se mantienen sin ingerir alimento en el Liceo A-131 de esa comuna hace más de un mes. A su mamá le han dicho que lo convenza de deponer una decisión que lo ha hecho bajar 15 kilos. Y aunque ella preferiría tenerlo en casa, respeta el camino que él tomó. En primera persona, cuenta por qué.


A veces hay gente que me dice que debería traerlo de un ala pa’ la casa. Pero no puedo hacer eso. No sólo porque Matías Ortega, mi hijo, uno de los estudiantes que mantienen una huelga de hambre hace 36 días en el Liceo A-131 de Buin, ya es mayor de edad –tiene 18 años–, sino porque lo que él pide no es cualquier cosa. Y yo tengo que respetarlo.

Un día antes de comenzar la huelga, se paró sobre la pesa de una farmacia ubicada dentro de un supermercado en Buin. Pesaba 85 kilos y medía 1,75 metros. Yo pensaba que estaba bromeando cuando me dijo que empezaría con la huelga de hambre porque siempre le ha gustado comer. Ese día tomamos once, compartimos todos. Yo vivo con dos hijas más, mi esposo, con Matías, la pareja de Matías y mi nieto, su hijo. Se llama Vladimir y tiene 2 años y medio.

Matías siempre ha sido de una línea en sus decisiones. Cuando era chico le gustaba el trabajo social, el fútbol, fue a campamento hasta como los 16 años. Cuando su polola quedó embarazada también se hizo cargo de todo, como si fuera un hombre grande. Están hace cuatro años juntos y es súper buen papá. El día del niño pasado estaba triste porque no iba a poder hacerle regalos a Vladimir. Ya estaba en huelga de hambre dentro de una de las salitas del liceo. Como lo vieron triste, sus compañeras juntaron plata y él le pudo regalar unas zapatillas chiquititas. Calza 25.

Matías sabe que todo este esfuerzo que está haciendo quizás no lo vea él, pero sí sus hermanas y su hijo porque la falta de educación es un círculo vicioso que alguna vez se tiene que romper.

Lo que estos jóvenes están logrando es grande. Siempre se habla mucho de lo que hacen los colegios emblemáticos en Santiago, pero acá también se ha logrado mostrar lo que pasa en la periferia. Yo me encuentro con gente que pelea por la Tarjeta Nacional Estudiantil, aquí a un chico la micro le significa 350 pesos. Pero si el chofer no acepta el pase son 1.100 pesos.

[cita]Hay gente como el ministro de Salud que nos ha tildado de irresponsables y sus declaraciones son más irresponsables que nosotros. ¡Cómo puede decir que hay gente presionando a los jóvenes!, que se les está matando. No es así. Somos todos apoderados. Todos buscan que se bajen, que no sigan la huelga. Lo que pasa es que el Gobierno ya no escucha. Están tan descolocados que no saben qué hacer.[/cita]

Esta espera a veces me angustia. El viernes decidí venir a dormir con él porque quiero que lo acompañe un adulto si es que le pasa algo. La semana que pasó estuvieron más en el hospital que nada. Han tomado sólo bebidas isotónicas y jugos Ades; y si antes tomaban dos litros al día, ahora sólo es uno… A veces hace bromas, pero a mí no me da tanta risa. Dijo que iba a venir la funeraria e iba a hacer una oferta dos por uno. Yo no me río, pero como digo, entiendo lo que él busca. Y quizás los resultados no los veremos ahora, sino en mucho tiempo más. Al menos eso dice él.

Los guindos

Mi hijo está flaco. Ha bajado 15 kilos desde que comenzó la huelga. Su ánimo a veces decae. Cuando lo llevan a él y a sus otros compañeros al hospital les ponen suero y se sienten renovados; tanto, que saltan de un lado a otro. Pero el día siguiente les pasa la cuenta y les viene el agotamiento. Es duro, pero todo esto tiene una explicación: la educación es un privilegio.

Cuando yo tenía tres años mis papás se separaron y yo me fui a vivir con mi papá y una hermana. Siempre vivimos en Los Guindos, una localidad cercana al BuinZoo. Aunque nos costó, las dos salimos de IV Medio. Mi papá no, él es campesino, cuidaba parcelas de agrado, por eso llegó sólo hasta Segundo de Humanidades. Estudió hasta los 12 años por el mismo problema: no había plata.

En mi familia, hace dos años tuvimos la primera universitaria. Mi hija estudió un año en la Universidad de Las Américas para ser técnico en Vitivinicultura y mi esposo pidió un préstamo en la Caja de Compensación. Aún pagamos 100 mil pesos mensuales y nos quedan 3 años y medio, pero ella, que también se llama Paola, no pudo seguir estudiando. Por eso digo que esto es un círculo vicioso. Quedamos encalillados tres años y medio para que ella pudiera estudiar sólo uno. En Chile es estudiar o comer. Y las cosas no cambian.

Cuando yo era chica era lo mismo y se restringía aún más: zapatos o una polera. Una cosa para mi hermana y otra para mí. No había para nada más. A veces esperábamos a que mi papá terminara de trabajar debajito de unos árboles. Claro que en ese entonces éramos felices así porque nadie hablaba de futuro. Ninguna de las dos sabía que podía soñar con otra cosa.

A mí se me aprieta el pecho con cada día que pasa. Yo no apoyo esta medida de presión, pero tengo que acompañarlo. No puedo abandonarlo. Yo espero que esto se acabe pronto, pero uno le pregunta a ellos cuál es su límite y siempre su postura es firme: educación gratis.

Ellos saben que esto es a largo plazo, pero esperan que al menos alguien les firme un documento porque antes ya los engañaron. Ya no creen en nadie. Ahora es distinto, al menos hay esperanza, aunque quizás a las autoridades no les importe que mi hijo y otros hijos de otras madres, estén poniendo en riesgo su vida.

Hay gente como el ministro de Salud que nos ha tildado de irresponsables y sus declaraciones son más irresponsables que nosotros. ¡Cómo puede decir que hay gente presionando a los jóvenes!, que se les está matando. No es así. Somos todos apoderados. Todos buscan que se bajen, que no sigan la huelga. Lo que pasa es que el Gobierno ya no escucha. Están tan descolocados que no saben qué hacer. Disparan y le echan la culpa al resto cuando ellos son los culpables porque se hacen los sordos. Es como no entender el dolor de un padre o una madre cuando su hijo no come.

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