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Peña cuestiona la credibilidad de Golborne tras caso Cencosud

“¿Desde cuándo obedecer órdenes libera de toda responsabilidad? ¿Qué tipo de Presidente sería este que enseñara a sus subordinados que la altura del deber es simplemente cumplir las instrucciones que se reciben sin discenir si su contenido es bueno o malo, razonable o irrazonable? Si Golborne, que era un próspero ejecutivo, no se sintió capaz de cuestionar las órdenes que recibía, ¿por qué hay gente más modesta, con menos recursos, que sin embargo no cumple instrucciones ilícitas o discutibles?”, explica el rector de la UDP.


El rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, cuestiona la credibilidad del candidato de la UDI, Laurence Golborne, luego de conocerse el fallo de la Corte Suprema que condenó a Cencosud por por cláusulas abusivas y alzas unilaterales en los costos de mantención de su tarjeta Jumbo, proceso que se inició por una demanda colectiva presentada por el Sernac en 2006, cuando el ex titular del MOP era gerente general.

En su habitual columna en El Mercurio, Peña explica que lo ocurrido con Cencosud “sería uno más de los miles (de casos) que ven los tribunales si no fuera porque quien dirigió la operación que la Corte Suprema acaba de calificar como abuso fue Laurence Golborne, hoy día precandidato presidencial de la UDI”.

“Si Golborne no hubiera dejado de ser lo que siempre fue -un eficiente y afortunado empleado del retail-, no habría motivo para el escándalo. Golborne podría decir que siendo entonces gerente de una gran empresa -un organismo cuyo combustible es el afán de ganancia-, él no podía sino hacer lo que un buen gerente haría: aprovechar las oportunidades hasta sus últimos intersticios, sacar cuentas y tomar riesgos”, precisa.

Sin embargo, sostiene que el problema es la credibilidad, “¿por qué si hasta ayer era capaz de comportarse desaprensivamente con los intereses de la gente, hasta el extremo de abusar sin problemas de ella, debiera creérsele ahora que promete promoverlos?”.

Además, Peña se cuestiona la explicación dada por el abanderado del gremialismo en el sentido de haber ejecutado las instrucciones del directorio de la empresa, la cual considera como “la peor de todas las explicaciones”.

“¿Desde cuándo obedecer órdenes libera de toda responsabilidad? ¿Qué tipo de Presidente sería este que enseñara a sus subordinados que la altura del deber es simplemente cumplir las instrucciones que se reciben sin discenir si su contenido es bueno o malo, razonable o irrazonable? Si Golborne, que era un próspero ejecutivo, no se sintió capaz de cuestionar las órdenes que recibía, ¿por qué hay gente más modesta, con menos recursos, que sin embargo no cumple instrucciones ilícitas o discutibles?”, explica.

El académico señala que las explicaciones dadas por Golborne no son sólo gaves por las consecuencias que tuvieron para las personas afectadas, sino que son más graves “por lo que revelan acerca de la íntima personalidad de Laurence Golborne y la manera que él concibe los deberes que en la vida le corresponden. Lo que él ha dicho equivale a escudarse en la obediencia como la justificación final de los propios actos”.

“Su frase explicativa -la empresa tomó una decisión que él simplemente habría ejecutado- recuerda dos incidentes, uno real y el otro ficto, que poseen el mismo talante moral. Uno es el caso Eichman (infinitamente más grave que el caso Cencosud, por supuesto, pero indicativo del mismo razonamiento). En este caso, Eichman preguntado por su responsabilidad en los campos de la muerte, respondió que él no tenía ninguna, puesto que él no era más que un funcionario que había cumplido escrupulosa y fielmente son un deber”, señala.

Y añade que “el otro es Las Uvas de la Ira, de J. Steinbeck, en que un puñado de personas son lanzadas a la cesantía y a la miseria. Nadie, se argumenta en la trama, hizo eso. Es la empresa la que lo decidió: todos los partícipes no son más que ejecutores de esa voluntad fantasmal, pero irrefutable, del directorio”.

Peña finalmente menciona que tanto en el mundo de Eichman y de Steinbeck y “de aquí en adelante habrá que agregar que en el mundo de Golborne la responsabilidad no existe, porque no hay sujetos, sino simples funcionarios, gerentes, en su caso, que ejecutan una voluntad, de la empresa, del Estado o del directorio, que no le pertenece finalmente a nadie”.

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