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Fantasmas frente a La Moneda Tres historias que deambulan por la Plaza de la Constitución

Fantasmas frente a La Moneda

Hace algunas semanas, un barrendero hallado muerto en una banca frente a La Moneda se tomó la prensa. Generó admiración el fervor que dedicaba a su labor diaria, y a la vez irritó el que a sus 80 años recibiera una pensión tan baja que tuviera que compensarla con doble jornada laboral. ¿Qué más pasa en el corazón de la República, frente a la casa de los presidentes?


Hace algunas semanas, la vida de Mario Cortés, el barrendero de 80 años de la Plaza de la Constitución, llegó a su fin. Lo encontraron sentado en una banca como dormitando. Padre, abuelo, bisabuelo y viudo, recibía una pensión escueta, todos los días –de 6:00 a 15:00 horas– llegaba a barrer los jardines frente al Palacio de La Moneda y luego partía rumbo a un edificio cercano donde trabajaba sacando la basura. Ese día, una de las últimas postales que cruzaron frente a sus ojos fue la majestuosa entrada de la casa presidencial. Tal vez se preguntó si la Presidenta estaba allí, tomando desayuno junto a sus ministros, ataviada con un traje de tapiz floreado y un bonito collar de perlas.

La Plaza de la Constitución es una figura extraña. A ella dan los portones de madera de La Moneda y en sus cuatro esquinas colindan algunas de las calles más transitadas por los transeúntes de Santiago Centro. Bajo la atenta vigilancia de Carabineros y guardias de seguridad, a uno de sus costados aparcan los Volvo y Audi en que viajan los exclusivos invitados de la Presidenta de la República. Pocos metros más allá, entre los 15 mástiles que simbolizan las regiones del país, hay vagabundos que se arrastran, extranjeros desocupados que apuran el reloj, ancianos que se tambalean con un bastón en la mano, el sobre con la pensión en la otra. Remodelada por última vez en 2013 como parte del Legado Bicentenario de Piñera, la Plaza quiere ser tierra de todos pero en realidad no es tierra de nadie. En ella reposan miles de sujetos anónimos, bajo la mirada de piedra de Eduardo Frei Montalva, Salvador Allende, Diego Portales y Jorge Alessandri.

EL QUE ESPERA

Víctor Santiago (63) tiene las uñas de las manos tan largas y gruesas que parecen de acrílico, como parte de la utilería de un disfraz de Halloween. Se quita la mugre que tiene acumulada debajo con el carné de plástico que todo el tiempo está manoseando, metiendo y guardando en el bolsillo del pantalón. Sobre la aleta derecha de la nariz tiene un grano negro y gordo, un punto negro descuidado que el tiempo perdonó. Cuando sonríe, se le asoma afuera un diente largo, ligeramente inclinado, como de marfil amarillento. Viste buzo, un chaleco con cierre y bolsillos a lo canguro, jockey, mocasines viejos sin calcetines que dejan ver sus tobillos bronceados. Sus únicas pertenencias son la cédula de identidad que usa para sacarse la mugre de las uñas, un vaso de café Nestlé oculto en un bolsillo y un saco de yute deshilachado donde acarrea un montón de bandejas de aluminio.

[cita]¡Néstor Kirchner pagó con su vida, el Presidente que impulsó la ley de matrimonio homosexual en Argentina! Si este gobierno no coloca fin al proyecto Acuerdo de Vida en Pareja, la mano de Dios vendrá a este país. ¡Ya están advertidos, Dios tiene facultad para castigar cuando un gobierno se levanta contra su palabra! ¡No será la excepción Chile!”. El megáfono filtra la voz de Javier (40) que luego resuena, una y otra vez, entre recovecos y ventanales de las oficinas frente a la Plaza de la Constitución. Rebota contra el cemento, las estatuillas, los mástiles con banderas abatidas, los muros del Palacio de La Moneda y los rostros burlones y escépticos de transeúntes y turistas. A ratos, bajo los ojos inquisidores de los carabineros y guardias de seguridad de turno, el pastor evangélico de pie frente a la entrada de la casa presidencial increpa directamente a Michelle Bachelet Jeria. Ha venido a darle su mensaje. Dice que la Presidenta y sus ministros, desde sus oficinas y salas de reuniones, pueden oírlo predicar. [/cita]

Todas las mañanas, pasadas las 11:00 horas, pasa a fumarse un cigarrito a la Plaza. Le chupa la nicotina hasta que el tabaco se consume por completo, y queda apenas el filtro pelado y chamuscado que arroja al piso. A diario emprende rumbo desde la casa en que vive de allegado en Independencia hasta la sucursal de Renta Nacional ubicada en calle Amunátegui, donde espera que accedan a darle un crédito de $400 mil, según cuenta. Dice que tal vez, si lo ven que todos los días se da una vuelta por las oficinas, se den cuenta de cuánto realmente necesita ese préstamo.

“Vivo de allegado con mi ex señora y sus dos hijas. Vivimos como 17 años juntos y de ahí la pillé con otro y nos separamos. Yo tenía otra compañera pero me la mataron, hace ya diez o doce años. Se llamaba María Soledad Salazar. Yo creo que fue la mujer que más he querido, porque murió en mis manos. Ella era casada y el marido la trataba mal. Yo le avisé a él que si no la cuidaba se la iba a quitar. No creyó y se la quité, me la llevé con sus tres niños, dos mujercitas y un hombrecito. Se fueron todos a mi casa en La Faena, que es una villa en el límite de Peñalolén Alto con La Reina.

“Después ella se metió en el vicio –en la pasta– y yo le pedí que tratara de salirse. ‘Es que aquí venden en todas partes’, me decía. ‘Entonces vámonos, vendo la casa y nos vamos para la playa’, le propuse. Liquidamos y yo compré dos terrenos en Laguna Verde, todavía los tengo. Tenía la idea de que pusiéramos una verdulería y viviéramos de eso. Estaba todo listo y una amiga, que vivía en la toma de Peñalolén, le pidió que le cuidara la casa mientras ella viajaba a Puerto Montt por un mes. Partimos para allá y cuando íbamos recién entrando apareció la amiga con una bolsa. Adentro traía una escopeta hechiza. Mi compañera le preguntó si funcionaba y le respondió que ‘claro, si está recién aceitadita’. La sacó para mostrársela y en eso se disparó. Los perdigones le llegaron a todo el pecho. No alcanzó a decirme nada, ni pío. La levanté y la di vuelta, ‘vieja, vieja, qué te pasa, viejita’, le decía. Pero ya estaba muerta. Tenía los ojitos igual que los pescados. Ahí supe que no había más que hacer. Días después, cuando volví a ver los sitios y a prepararlos para levantar la casa, me percaté de que no quedaba nada; se habían robado hasta los clavos. Así que cerré todo y me vine para Santiago. Todavía están ahí, pelados. Tuve dos mujercitas con la finada, viven con un tío allá en San Bernardo: la Jocelyn, que tiene diez, y la Kiara, que tiene trece. Todos los fines de semana voy a verlas. Me gustaría traérmelas para acá o llevármelas para Laguna Verde, por eso estoy pidiendo este préstamo.

“Yo antes era chofer de micro y me enfermé. Tengo diabetes, soy hipertenso, enfermo de la próstata, las tengo todas. Me estoy colocando insulina en el ombligo y día a día se me va acortando más la vista, así que tengo que sacar lentes para que me den la licencia y pueda trabajar. En septiembre pasado fui al Club Los Leones a sacar lentes. Me dijeron que el primero de octubre estaban listos pero que tenía que pagar $20 mil pesos. Tuve que ponerme a recoger cartones y nunca pude juntar la plata. Así que hasta ahí no más llegué.

“Me gustaría trabajar pero lo más difícil es que, por la edad, no le dan pega a uno.  ‘No, este caballero está muy viejito’, dicen. Eso quiero, afeitarme, cortarme el pelo como corresponde y tratar de superarme. Estoy a tiempo, con un año que trabajara en la locomoción quedo salvadito con la casa allá en la playa. Saco ciento veinte de pensión y con eso me alimento, pero lo que yo como en este momento es bien poco por culpa de las diabetes. Yo llegué a pesar 120 kilos; ahora parezco palillo, soy puro hueso”.

EL QUE ADVIERTE

“¡Néstor Kirchner pagó con su vida, el Presidente que impulsó la ley de matrimonio homosexual en Argentina! Si este gobierno no coloca fin al proyecto Acuerdo de Vida en Pareja, la mano de Dios vendrá a este país. ¡Ya están advertidos, Dios tiene facultad para castigar cuando un gobierno se levanta contra su palabra! ¡No será la excepción Chile!”. El megáfono filtra la voz de Javier (40) que luego resuena, una y otra vez, entre recovecos y ventanales de las oficinas frente a la Plaza de la Constitución. Rebota contra el cemento, las estatuillas, los mástiles con banderas abatidas, los muros del Palacio de La Moneda y los rostros burlones y escépticos de transeúntes y turistas. A ratos, bajo los ojos inquisidores de los carabineros y guardias de seguridad de turno, el pastor evangélico de pie frente a la entrada de la casa presidencial increpa directamente a Michelle Bachelet Jeria. Ha venido a darle su mensaje. Dice que la Presidenta y sus ministros, desde sus oficinas y salas de reuniones, pueden oírlo predicar.

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Javier, el pastor evangélico, predicando sobre su visión en la Plaza de la Constitución.

Desde hace casi dos años, Javier asegura haber tenido una revelación: Dios le dijo que pasaría el rastrillo sobre el territorio nacional si el gobierno no frenaba el proyecto de Acuerdo de Vida en Pareja. Tras innumerables esfuerzos, logró entregarle la advertencia al entonces Presidente Sebastián Piñera. Pero hoy el futuro del país se encuentra en las manos de una nueva administración que le ha puesto suma urgencia al proyecto de ley. Por esa razón, todos los lunes, vestido de terno y el pelo cuidadosamente engominado, el pastor llega hasta la Plaza de la Constitución, armado con el megáfono en una mano, la Biblia en la otra. Su demanda es que lo escuchen.

“La Biblia dice en el libro de Job, capítulo 33, que Dios habla a través de visiones o sueños, y yo tuve un sueño de revelación en Valparaíso. Me encontraba frente al edificio de la Armada en la Plaza Sotomayor cuando comenzaba un temblor de grandes magnitudes. Las partes altas del edificio empezaban a caer y la gente corría de un lado a otro. Al mirar el suelo, el cemento se levantaba en forma de oleaje. Fue bien real. En ese momento yo iba viajando al campamento Esperanza donde estaban enterrados los 33 mineros. Días después, de vuelta en Viña del Mar, tuve otra revelación con el Presidente de la República, donde le entregaba el mensaje de esta catástrofe que iba a ocurrir en la V Región. En el sueño yo le decía que el motivo era la ley de Acuerdo de Vida en Pareja. A la semana comencé a venir aquí a La Moneda a pedir audiencia con el Presidente y hacer los trámites en los otros ministerios. Me di el trabajo de enviarles un oficio a todos, así como a las ramas de las Fuerzas Armadas, contándoles que necesitaba darle esta información al Presidente. Mientras estaba en eso, tuve otra revelación con Viña del Mar. Me encontraba al costado del Hotel Sheraton y veía cómo el mar había subido a la altura de la Av. España. Vi los vehículos cómo se revolvían y el mar se los llevaba para adentro. Veía edificios caídos, humo, fuego, era tremendo. El 31 de octubre por fin pude ver al Presidente en La Moneda. Le dije ‘Señor Presidente, devastación inminente para la V Región del país, terremoto y tsunami’, así, bien directo. De esa forma se cumplió una de las revelaciones que yo había tenido, el haber soñado que le entregaba el mensaje. Nacido y criado en Viña, todas las semanas viajo a Santiago a predicar. En el 98 me convertí al Señor, antes de eso estuve en la Escuela de Grumetes dos años, después nos embarcamos y navegué desde Iquique a Puerto Williams. Me llamaba la cuestión romántica, eso de ver a los oficiales jóvenes a cargo de un buque. Pero después comencé a ver que las diferencias que se hacían entre los oficiales y el resto del personal a bordo eran muy grandes. No me gustó y pedí mi retiro. Tenía 21 años.

“De chico quería ser empresario. Tenía liderazgo y decidí lanzarme con una empresa de productos innovadores de la zona. Contraté personal, arrendé una oficina y empezamos a vender. Pero en mi corazón, tenía el ego muy alto y no escuchaba a nadie. Yo creía en que las cosas se podían hacer si se le ponía pino, y hoy día eso lo conozco como la fe. Pero las cosas me empezaron a salir mal, todo se echaba a perder. Unos trabajadores se fueron con la plata y poco a poco nos fuimos yendo a la quiebra. Debía dos meses de arriendo y lo último que pasó fue que un día la dueña de la oficina me cortó el agua. Ese día, se me acercó uno de los jóvenes que trabajaban para mí y me dijo ‘oremos, entrega tu vida a Dios’. Ese día yo reconocí ante Dios que lo necesitaba y comencé poco a poco a leer su palabra. Antes de eso era muy bueno para tomar y para fumar, seco para el carrete. Ese mismo mes lo dejé todo.

“El nuevo gobierno dijo que iba a tratar que de aquí a un mes el proyecto entrara a votación en el Senado. No he pedido audiencia porque estuve más de un año pidiendo audiencia. Lo que yo he hecho ahora es tratar de hacer esto lo más público posible, venir a pararme frente a La Moneda y decirle a la Presidenta ‘usted sabe lo que viene’. Estamos hablando por muchos, muchos, muchos compatriotas. Esto ha salido en las radios, en diario, en páginas de Internet, en La Red. No hayamos cómo más decírselo. Aquí se aprueba el AVP y a Chile le va a llegar. ¿Cuándo? Antes que lo firmen, después, cuando lo estén firmando… eso yo no lo sé, pero les va a llegar. Están advertidos”.

EL QUE DESCONFÍA

El día está gris. Juan (50) juega con el auricular viejo de lo que un día fue un teléfono de oficina. ‘Aló. ¿Sí? ¿Diga? Aquí la Plaza de la Constitución’, exclamaba entre risas, intercambiando miradas cómplices con su compañero de trabajo. A la par, hacían de percusionistas mientras golpeaban la superficie del depósito de basura –que acarreaban de un lado para otro– con dos baquetas de tambor, de esas que tienen la punta cubierta por un pompón de tela.

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Juan (a la derecha) junto a Rigoberto, en plena jornada laboral frente a La Moneda.

‘Juanito’ llegó hace unos meses a trabajar a la Plaza. Viste el overol azul de la empresa de servicios sanitarios Aramark, y un gorro gris de polar que le cubre hasta las orejas. Esta es su primera vez trabajando en la calle, aunque el rubro de la limpieza de espacios públicos lo conoce al revés y al derecho tras doce años en eso. Con Rigoberto, su compañero, se encuentran temprano frente al Palacio de La Moneda, toman desayuno y luego se largan, escobillón en mano, a pulir y refregar cada uno de los miles de adoquines que cubren el suelo de la Plaza. Estar ahí, viendo pasar a diario a cientos de autoridades y políticos, y hombres de terno con mujeres moderadas colgando del brazo, mientras cae la lluvia y los zapatos embarrados de los transeúntes echan a perder, en cuestión de segundos, todo el trabajo abarcado, es como vivir en otro planeta.

“La política no me interesa. Jamás me he preocupado de eso. Cuando hay que ir a votar, voto por el compadre más alumbrado no más. Voy porque si no después le llega el manso parte a uno. Así que voto por el más conocido. En la última, voté por la Bachelet porque era la más nombrada no más. Pero la verdad es que no me interesa porque todos los años, venga el gobierno que venga, es la misma cuestión. No ha habido cambios importantes, al menos para los trabajadores. Yo no estoy ni ahí con eso. Me dedico a puro trabajar.

“El turno aquí empieza a las 06:45 horas. Entre los dos limpiamos todo este cuadrado (la Plaza). A las 15:00 horas terminamos y ahí parto para la casa. El horario es bueno. Yo trabajaba en tiendas antes, esta es la primera vez que trabajo en La Moneda. No me acostumbro, fue un cambio brusco. Lo más diferente es estar en la calle. Cuando llueve nos pasan una capucha. En la mañana, el frío de repente es harto, pero como uno se anda moviendo, se puede sobrellevar. Nunca falta la gente aburrida que viene a reclamar porque lo encuentra todo malo y sucio.

“Antes trabajaba en Johnson, también en lo mismo. La empresa nos va asignando el lugar. Tengo familia, soy casado y tengo nietos. Vivo con una hija y mi señora en Cerro Navia. Antes de Johnson, trabajaba en Ripley. Se podría decir que estoy bien, aunque el sueldo no alcanza. Nos pagan lo mínimo, $225 mil. Vivimos en la casa de mi suegra, ella falleció pero igual estamos ahí. Se hace difícil, mi hija está pagando un crédito porque rehizo el baño de la casa, así que le quedan pocas monedas también. Gracias a Dios, todavía tengo fuerzas para seguir trabajando, así que hay que echarle para adelante no más.

“En el colegio llegué solamente hasta octavo. De ahí mi papá me dijo que trabajara con él en una cristalería en Cerrillos. Ahí estuve 35 años. Uno donde esté aprende y ahí aprendí harto. Mi mamá era dueña de casa. A ellos tampoco les gustaba la política, no estaban ni ahí, nadie de la familia.

“A mí lo que no me gusta es la suciedad que tiene La Moneda, las paredes negras, las rejas todas cochinas. A veces nos quedamos mirando y se ve todo tan negro. Eso está mal porque es La Moneda y debería estar ‘impeque’”.

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