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La disputa cultural por el estallido social Opinión Créditos: Agencia Uno.

La disputa cultural por el estallido social

Propongo dejar a un lado los proselitismos de aquellos que intentan utilizar el estallido como marco para detectar a quienes son “octubristas” y, por ende, justifican la violencia, destruyeron la ciudad y son culpables de todos los males que nos aquejan hoy. Propongo también dejar a un lado las visiones idealizadas de un movimiento que, en la realidad, nunca tuvo domicilio político y cuya cooptación nos llevó, a quienes creemos en las transformaciones importantes, a una incuestionable derrota el 4 de septiembre pasado. Propongo entender el estallido desde los relatos de las personas, desde el simbolismo que le atribuyen quienes vieron en él una apertura de cambio inédita, hasta el sufrimiento de quienes fueron afectados por saqueos o incendios.


Uno de los campos más interesantes de estudio en ciencias sociales es la definición social de conceptos o fenómenos polémicos. Cómo se definen estos, quiénes están en una posición más ventajosa para definirlo y qué mecanismos utilizan para hacerlo, son preguntas que permiten analizar la realidad y sacar algunas conclusiones respecto a cómo operan algunos mecanismos de ejercicio del poder. En Chile, particularmente durante el último año, hemos visto cómo el estallido social de octubre de 2019 y todo lo asociado a este fenómeno, ha sido fruto de una disputa de significado que va desde caracterizarlo como un movimiento únicamente delictivo y violento, a otro extremo que lo idealiza y tiende a conceptualizarlo como un movimiento de masas comprometidas y con un objetivo común permanente en el tiempo. Desmenucemos un poco el asunto.

En términos objetivos, el estallido social fue un movimiento masivo, inorgánico y espontáneo que se inició el 18 de octubre de 2019 y que se mantuvo álgido durante el resto de ese mes y los dos siguientes del mismo año. Posterior a aquello, el movimiento fue perdiendo fuerza –en las calles– y se redujo más bien a protestas los viernes en el sector de Plaza Baquedano o Dignidad. El movimiento fue masivo, pues se expresó en casi todas las grandes ciudades de Chile, tuvo días de gran masividad y convocatoria, como el día 25 de octubre de 2019, donde solo en Santiago se reunieron alrededor de 1 millón de personas en las calles.

Fue inorgánico, es decir, no tuvo una orgánica partidista o de movimientos particulares que llevaran la batuta de los discursos o las demandas. Las demandas y consignas que se veían en las calles eran tan diversas como la multitud de personas que salían, y quienes estuvimos esos días en las calles fuimos testigos de cómo las banderas de partidos políticos tradicionales eran transversalmente rechazadas por la gente. Finalmente fue espontáneo, no hubo una planificación previa como algunos quieren creer, sino que la gente se fue acoplando al movimiento en función de sus propias demandas y de la oportunidad que suponía esta coyuntura para expresar su malestar particular.

El movimiento también tuvo expresiones fuertes de violencia. Por un lado, hubo cientos de saqueos, incendios de edificios, destrucción de propiedad pública y privada que afectaron a varios locatarios, principalmente de la zona aledaña a Plaza Baquedano. A ratos la violencia fue descontrolada, al punto que ocurrieron quemas graves y que generaron alto rechazo de la opinión pública, como la de estaciones de metro, iglesias o centros culturales. Y aunque algunos de estos actos –como la quema del metro– aún no se resuelven, no cabe duda de que son actos graves que atentaron contra la misma ciudadanía. Por otro lado, hubo violencia policial desmedida, 3.500 lesionados por agentes del Estado, 7 de los cuales corresponden a fallecidos, 347 lesiones oculares, 5 de ellas con ceguera irreversible, casos de violencia sexual, torturas, etc. Con un manejo paupérrimo por parte de las autoridades de turno, esta época marca la que ha sido la más grave crisis de violaciones a DD.HH. desde la vuelta a la democracia, lo cual queda plasmado no solo en la memoria de quienes tuvimos la oportunidad de vivir esta desmedida violencia policial, sino que también en cuatro informes internacionales que acreditan lo acontecido.

Ahora bien, pasados ya tres años de este suceso, vale la pena analizar algunas de las interpretaciones que se hacen al respecto. Por un lado, están quienes idealizan lo sucedido y tienden a pensar en una continuidad en el tiempo de las demandas de esos días y de aquella masividad. Es difícil, sin duda, pensar en estos términos; cierto es que hubo una gran mayoría de chilenos y chilenas que apoyó estas marchas y salió a las calles con demandas propias, pero también lo es el hecho de que muchas de las expresiones de violencia alejaron a la gente del movimiento.

Tampoco es posible hablar de una unidad. Es muy probable que muchos y muchas de quienes apoyaron las marchas hoy las rechacen por diversos motivos. Parte de la evidencia de esto es el contundente triunfo de la opción Rechazo en el plebiscito de salida, el cual puede ser interpretado como un rechazo al trabajo de la Convención Constitucional y a muchas de las consignas del 18-O que siguieron siendo la bandera de lucha de un grupo pequeño, sin tener el apoyo popular.

Pero, por el otro lado, están quienes califican este movimiento como un estallido delictual, donde lo que primó fue la violencia y la destrucción y que, bajo el calificativo de “octubrismo”, han iniciado una cacería de brujas para hacer una división ficticia entre quienes justifican o no la violencia. Nada más alejado de la realidad, el 18 de octubre y lo que lo siguió tuvo un sinnúmero de expresiones no violentas que han derivado en una apertura al cambio inédita en Chile. Durante el estallido no solo hubo destrucción, hubo creación artística, hubo organización, se crearon a lo largo de todo el país cabildos ciudadanos que se juntaban a discutir respecto a lo que sucedía. Muchos de estos cabildos siguen activos hasta el día de hoy y han recompuesto el tejido social de barrios que pasaron del atomismo a la organización vecinal. Del estallido también surgió el proceso constituyente, que, aunque con un tremendo traspié con la Convención Constitucional, sigue su curso de otra manera.

La historia la escriben quienes ganan, reza un tradicional dicho popular. Pero ¿quién ganó en este caso? ¿Cuál es el relato hegemónico del estallido? Propongo dejar a un lado los proselitismos de aquellos que intentan utilizar el estallido como marco para detectar a quienes son “octubristas” y, por ende, justifican la violencia, destruyeron la ciudad y son culpables de todos los males que nos aquejan hoy. Propongo también dejar a un lado las visiones idealizadas de un movimiento que, en la realidad, nunca tuvo domicilio político y cuya cooptación nos llevó, a quienes creemos en las transformaciones importantes, a una incuestionable derrota el 4 de septiembre pasado.

Propongo entender el estallido desde los relatos de las personas, desde el simbolismo que le atribuyen quienes vieron en él una apertura de cambio inédita, hasta el sufrimiento de quienes fueron afectados por saqueos o incendios. Desde la impotencia de quienes fueron víctimas de la desmedida violencia policial hasta quienes ven en el estallido el inicio del deterioro de las ciudades. Propongo avanzar en entender este fenómeno como lo que es: algo complejo, difícil de definir y que despierta en todos y todas un sentimiento diferente. Propongo que nos hagamos cargo, como país, de cada una de esos sentimientos: justicia y reparación para quienes sufrieron violencia policial, justicia y reparación a quienes sufrieron daños en sus emprendimientos, memorial en la nueva Plaza Baquedano para quienes esta fecha tiene una importante carga política y afectiva, recuperación de espacios públicos deteriorados tras este y otros acontecimientos que le siguieron. En definitiva, propongo una mirada amplia más allá de las mezquindades políticas sectoriales, que permita avanzar en cerrar las heridas, más que en abrirlas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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