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Turismo de naturaleza: ¿Conservación y desarrollo? Opinión

Turismo de naturaleza: ¿Conservación y desarrollo?

Andrés Diez
Por : Andrés Diez Director Ejecutivo de ONG Puelo Patagonia
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En lugares como Cochamó, comuna ubicada en la Región de Los Lagos, Patagonia norte de Chile, el turismo de naturaleza ha emergido como un agente impulsor tanto del desarrollo social como de la conservación ambiental.

Durante la última temporada estival, aproximadamente 15 mil visitantes se adentraron en el Valle de Cochamó, atraídos por su imponente naturaleza y la variedad de servicios disponibles. Este flujo turístico ha otorgado dinamismo no sólo a la economía local, sino también a la región en su conjunto.

A lo largo de una década de trabajo en la comuna de Cochamó, hemos sido testigos de la convergencia entre la vida rural y el emergente sector del turismo de naturaleza. Esta simbiosis ha revitalizado las labores del campo, el trabajo de los arrieros y el saber local, a la par que ha fomentado la diversificación económica mediante la provisión de servicios turísticos especializados.

Este modelo ha demostrado ser no sólo un catalizador económico, sino también un mecanismo de protección para ecosistemas que históricamente se han visto amenazados por proyectos invasivos.

Sin embargo, este panorama no está exento de desafíos. El impacto que puede generar la actividad turística desregulada en atractivos emergentes puede causar daños significativos en ecosistemas naturales y perjudicar severamente la imagen del destino. En esta búsqueda de un equilibrio entre la conservación de la naturaleza y el desarrollo económico, surge la necesidad de reconocer el papel vital que desempeñan las comunidades locales en la protección de los ecosistemas a largo plazo.

Sobre todo en países como Chile, donde aún persisten deficiencias en materia de políticas públicas, financiamiento y regulación ambiental y muchas veces municipios rurales quedan desprovistos de herramientas para contrarrestar las malas prácticas de turistas conglomerados.

En este contexto, es un error pensar que la preservación de la naturaleza implica el fin de actividades tradicionales y de subsistencia. Por el contrario, diversas experiencias demuestran que la colaboración entre las comunidades y la implementación de prácticas sostenibles pueden llevar a resultados positivos para el medio ambiente y el bienestar humano.

Por ejemplo, en el Parque Nacional Madidi, región de Rurrenabaque, en el corazón de la Amazonía boliviana y uno de los lugares con mayor biodiversidad del planeta, las comunidades locales han adoptado prácticas de turismo sostenible que han beneficiado tanto al medio ambiente como a su economía.

La gestión comunitaria de áreas protegidas y la oferta de servicios turísticos basados en la preservación del entorno han generado empleo y desarrollo económico, sin comprometer la riqueza natural de la región.

Reconocer el valor de la naturaleza para el desarrollo de las personas es reconocer que hay actividades tradicionales que pueden transformarse, adaptarse y reinventarse para lograr un equilibrio virtuoso entre la conservación y el desarrollo sostenible. Así como hemos visto que ha funcionado en el Valle de Cochamó, gracias al trabajo colaborativo de organizaciones locales, esto podría replicarse también en otras zonas del país.

A pesar de los avances que tenemos en Chile en la protección de la biodiversidad, aún enfrentamos desafíos significativos en materia de conservación. La falta de financiamiento adecuado para mantener las áreas protegidas es un obstáculo importante que debe abordarse, y no sólo desde el punto de vista del Estado: todos los actores de la sociedad deben asumir un papel más activo en aquello, porque conservar la naturaleza no sólo aporta a lo obvio, sino también es una herramienta fundamental para el desarrollo social del país.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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