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Los batuqueros que trajeron Bahía a la Quinta

No vienen precisamente de las alturas del centro histórico de Bahía, Pelourinho, ahí donde llegaron los esclavos que arraigaron las batucadas, sino que de la Quinta Normal de Santiago. Se trata de Os da Quinta, la agrupación pionera de las batucadas en el país que lanzará hoy su primer registro, en la SCD (Santa Filomena 110).


Al principio de esta historia Os da Quinta hacía sólo covers de los grupos brasileros, como Chimbalda, Yle a ye, y Olodumbo (autores de Borabora y Timbalada, el tema central de la teleserie Sucupira). De apoco empezaron a incorporar nuevos ritmos y después les nacieron las ganas de ganas de cantar. Ahora superan la docena de involucrados, de ellos ocho como tamboreros, dos en los bronces, uno al bajo, un guitarrista y los infaltables invitados a las percusiones menores. Todos mezclaron experiencias para dar a luz el primer disco, que lanzarán esta tarde en la SCD.




Si Os da Quinta no es una de las agrupaciones fundadoras, sus integrantes son los pioneros en el filas de los batuqueros del país. Tienen años de trabajo en el cuerpo desde que iniciaron los talleres en Quinta Normal y recién lanzarán el registro debut, fruto y cosecha de tamboreos y mezclas. La pieza viene a todo ritmo con los colores de los trompes, cantos en castellano de temas de Violeta Parra, entre otros. El mérito es que tomaron las raíces de la música bahiana y las elaboraron.



En Brasil, los batuqueros acompañan a los bailarines en los desfiles de samba en la época de carnaval. En Chile esta práctica ha estado más ligada a presentaciones y a la formación de escuelas de samba como la Escuela Khawin, Digiridum y Pachabatá, esta última, -que significa tierra de tambores- encabezará este domingo, en la elipse del Parque O’Higgins, el segundo carnaval de samba. El primero fue el año pasado en el Parque Forestal.



Pachabatá nació de la labor de Caruso Moraga, el apasionado delirante que cruzó las fronteras de la capital con sus ritmos, ofreciendo enseñanzas por distintas zonas del territorio. Ahora son sus alumnos, que por lo menos suman 400, los que llegan a Santiago a encabezar el festejo moreno y colorido de los tamboreros del sur del mundo.



Y aunque acá no existe una tradición del ritmo de samba o de carnaval, actualmente hay algunas agrupaciones enfiladas por sobre los ritos callejeros hacia una búsqueda sonora más compleja, como los Mama Yuca, Khauin y los mismos Os da Quinta, que lideran el escabroso camino de la creación popular bahiana.



No siempre batucadas era sinónimo de campaña electoral. Fue hace poco que Carlos Ominami llevó tambores a las plazas, y lo hizo después que Joaquín Lavín desplegó el mismo ritmo promocionándose por el país. Y si de llamar la atención se trataba hasta en las funas hay antecedentes de este modelo de percusión.



Reunión de amigos



Antes de las estrategias comunicacionales de los representantes de los partidos políticos existió un grupo fascinante, quizás el único que se atrevió a hacer salsa en Chile y con dominio musical extremo. En esas filas estaban Caruso Moraga y Patricio Rosales. Actuaron en cuanto escenario pudieron, llevaron el sabor del ritmo y el tono del canto salsero, que aprendió Rosales con Steve Losa, el venezolano que hizo una par de talleres en la Facultad de Artes de la Universidad de Chile e inoculó el veneno del sabor mulato entre las huestes académicas.



Poco después nació Opus Salsa, que cantó, bailó, afiebro a todos de danza, grabó un disco y desapareció. El empeño de esta agrupación masiva fue loable, aunque de igual manera sucumbieron. Todo lo demás son historias, como las que se cuentan de los alaridos que daban las admiradoras de Rosales, y se dice incluso que, las fans lanzaban ropa íntima a los músicos. Sí, en los albores de los años ’90 hubo una banda de salsa en Chile.




En rigor Opus Salsa no desapareció, sólo mutó y algunos de sus integrantes formaron nuevas agrupaciones, por ejemplo, Entrama, que tomó otro rumbo en la integración de las sonoridades latinoamericanas. Rosales y Moraga continuaron empeñados en integrar la raíz afro caribeña a las expresiones sureñas, más bien nutridas de un componente indígena. Y después de algunas vueltas partieron a la Quinta Normal a inventar música. Ahí empezó el tamboreo masivo, los golpeteos al zurdo y repique. Eran talleres sencillos que luego albergó Balmaceda 1215, pero a la fecha ya son cientos de jovencitos y jovencitas a los que esta dupla les ha enseñado las artes de ser batuquero. Pero ante la pregunta de ¿cómo entraron las batucadas a Chile? hay que sumarle el antecedente del trabajo de Joe Vasconcellos en el año 1995, cuando se esmeró en los talleres de percusión bahiana. De esa escuela siguieron Mama Yuca y Curandeiros.



El trabajo popular lo hizo Caruso Moraga, que se había ido a Francia por una temporada y regresó en 1996 con ansias de hacer música. Reunió a sus antiguos amigos y empezaron a descifrar los misterios de la caja, las claves, el repique, el zurdo, el tamborín y las semillas, navegando en polirritmias cada vez más complejas en los prolongados ensayos en el Sindicato Orquestas Profesionales de esa Quinta que perdía toda su normalidad con estos Talleres de Percusión Latinoamericana.



El mismo grupo acompañó a Inti Illimani en la grabación del disco Arriesgaré la Piel, y con tal suerte que el día del recital de presentación estaba el embajador de Brasil en Chile, quien gustoso los invitó a Bahía y ellos, más gustosos aún, partieron, aprendieron y regresaron. Ya para 1998 Balmaceda le dio el apoyo formal a Caruso Moraga para que hiciera clases en Quinta Normal. Ahí armó su grupo Os da Quinta (quiere decir los de la Quinta), mientras pasaba el tiempo más y más se sumaban y tocaban cada vez mejor, tanto que pasaron a formar nuevas agrupaciones. En poco tiempo el asunto se multiplicó, y hoy es complejo saber en qué terminará.



– ¿Hoy se asocia a las batucadas a las campañas políticas?
– Lamentablemente. A nosotros nos tocó de cerca. Hay algunos integrantes que se fueron para tocar y ganar diez lucas por tocar en las campañas. Fue Lavín, quien astutamente vio que las batucadas estaban de moda y las tomó, armó una batucada de plástico y ahí estaban "nuestros amigos"- dice irónico-. La concertación también tomó las batucadas y empezó la competencia-, comentó Patricio Rosales.



– ¿Qué te parece el uso político de estas agrupaciones?
Filo. Es la pura ignorancia. Al pueblo chileno le pasan gato por liebre a cada rato. Es una cuestión del momento, de los 15 minutos de campaña, lo que importa es lo otro; el rescate musical que va quedando. Mi gente, los niños, están haciendo esfuerzo por hacer disociación manos pies, por bailar, por aprender a tocar y eso es bueno.



Que las batucadas son todo un mundo. Y tal vez más que un mundo sean una experiencia de integración al pulso colectivo, un ritual, una práctica y una pertenencia. En los barrios se ha visto a chiquillos tomarse recintos, rotondas, juntas vecinales, callejones y espacios públicos por tardes enteras, forzando acentos, quebrando ritmos, sintiendo el movimiento. Y si era una práctica asociada sólo a las tierras candentes, pues ya no lo es, porque acá se la apropiaron. En este caso cabe recordar el tema de Charly García que dice así: "La alegría no es sólo brasilera".




"Las batucadas son todo un mundo sonando y se está formando y eso es positivo. A pesar de que hay muchos que critica que esto es una cultura foránea. Chile siempre ha estado abierto a asimilar cosas de afuera, no faltan los que dicen: ¿qué tienen que ver los tambores bahianos con este país? En realidad, y a lo mejor, no tienen nada que ver, pero es bueno que los jóvenes estén metidos en esto y no en otras cosas", precisó Rosales.



– ¿Cómo enseñan?
– Ya no se hacen los talleres, nos juntamos a tocar. Cuando los hacíamos casi siempre partían, tocando un tiempo en el zurdo de segundo para pasar al tambor de primera y empezar después a hacer otros ritmos, como las dobradas -contracantos-.



– ¿Los batuqueros chilenos incorporan la alegría brasilera?
– Las batucadas son un rito social, un juego de amigos, una reunión. Y es cierto que es de Brasil pero al tocar no se pierde esa tristeza esencial de lo chileno. Muchos se pueden ponerse más alegres tocando tambores pero muchos, todavía, siguen mirando el suelo.



– ¿Cuál crees que es el aporte de este rasgo de la cultura brasilera al país?
– Poder incorporar la música a gente que no tiene posibilidades de desarrollarse musicalmente.

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