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Iron Maiden: Santiago bailó la «danza de la muerte»

Las banda más emblemática del heavy clásico sedujo a las 20 mil almas que repletaron la pista atlética del Estadio Nacional.


Siempre resulta un honor recibir en Chile a Iron Maiden. Más aún cuando las muy conspicuas visitas del sexteto británico siempre han estado rodeadas de un inexplicable velo de dificultades. Los conflictos partieron en 1992, cuando, ya en democracia, la Iglesia Católica le tuvo miedo a la oscuridad y vetó la presentación de la banda en Santiago, por considerarla satánica.



Los primeros sones del grupo de heavy metal compuesto por la voz de Bruce Dickinson, las guitarras de Adrian Smith, Dave Murray y Janick Gers, los tambores de Nicko McBrain y el bajo de Steve Harris, la cabeza de la agrupación, se escucharon en la pista atlética del Estadio Nacional con algo más de 20 minutos de retraso. "Están esperando que oscurezca", comentó más de alguno de los asistentes al recinto de Ñuñoa, considerando que el show debía partir a las 21 horas, cuando en verano el sol aún se resiste a marcharse.



La colosal escenografía contemplada para la gira promocional de la última placa de estudio de los ya maduros ingleses (la edad de los músicos promedia los 47 años), "Dance of death", lucía una suerte de castillo medieval con un par de torreones a cada lado, mucho foco y una pantalla gigante de fondo, la cual exhibió la reconocida imaginería del grupo, con la mascota Eddie como actor principal.



Aunque Maiden sea una de las bandas más tradicionales del rock actual, aún así hubo muchos asistentes -que pagaron $16 mil 200 por el boleto- que prefirieron conversarse un cigarrillo de marihuana mientras Dickinson fraseaba los temas del álbum nuevo, que parece no terminar de convencer a los menos fanáticos. Sin perjuicio de aquello, los clásicos de la agrupación que todos conocen fueron coreados con inobjetable devoción.



El desempeño de una banda como Maiden, que juega en las grandes ligas hace años (se formó en 1975, aunque debutó con "The Soundhouse Tapes" cuatro temporadas más tarde), es difícil de juzgar. Claro, si de partida Dickinson es considerado uno de los "tres tenores del rock" (junto a las voces de Judas Priest, Rob Halford, y de Queensryche, Geoff Tate) y sus cinco compañeros son hombres fogueados en estas lides. En resumen, un espectáculo macizo y en extremo prolijo. Demasiado perfecto, quizá.



Inocencia para los músicos, responsabilidades anónimas, lo cierto es que muchos fanáticos, que presenciaron los más de 90 minutos de canciones, se quejaron por la baja intensidad del sonido. De hecho, la masa más incondicional, las cinco mil almas que resistieron el concierto más cerca del escenario y mataban por estridencia sonora, poco oyeron. Y los restantes 15 mil asistentes, que algo más retirados del estrado presenciaron más tranquilos el show, se ensordecieron con un sistema de amplificación inexplicablemente dispuesto en la parte posterior del recinto que, para colmo, los hacía percibir la música en "tiempo diferido".



"Qué bajo se escuchaba adelante", dijeron muchos. "Sí, qué mala suerte", contestaron otros. Al parecer, habían olvidado que Maiden tocaba en Santiago de Chile una noche de martes 13. Para la otra será, maestros.



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