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Crítica de cine: “Vida sexual de las plantas”, la especularidad de los días Una película de Sebastián Brahm

Crítica de cine: “Vida sexual de las plantas”, la especularidad de los días

Premiada con una mención especial en el Festival de San Sebastián de 2015 (sección Nuevos Directores), la segunda obra audiovisual del realizador chileno sorprende y gratifica: a la valiosa actuación de Francisca Lewin, se le añaden una cámara hábil en el retrato del Santiago moderno, provista de sentido dramático y cuya narración se encuentra hilada por un montaje perfecto, casi de tiempos literarios. Roban felicitaciones al producto final, no obstante, la notable diferencia interpretativa existente entre el rol protagónico, y el resto del elenco.   


“Ella se quedó mirándome / y creo que fue / el momento en que empezó a entender / la tragedia de que estuviéramos / juntos”.

Charles Bukowski, en Guerra sin cesar (Poemas 1981-1984)

Una hermosa mujer de 35 años trota por las empinadas laderas de Los Farellones, y el lente de la cámara la sigue en un plano cerrado, con ese esfuerzo, reportador de sudor y de expansión física: la luz del sol, además de caer sobre su pelo, alumbra y reflecta en el vidrio del lente, el color miel de la cabellera, y los pequeños arcoíris de las promesas.

Bárbara (el papel encarnado por Francisca Lewin), parece tener el presente y el futuro al alcance de la mano y de su espejo: se casará con Guille (el actor Mario Horton), y juntos, engendrarán y criarán a sus hijos. Y la velocidad del cronómetro que le envuelve la muñeca, rítmico y constante, señalan, también, audiovisualmente aquello: la vida le sonríe tranquila, en una plasticidad y música que, sin embargo, anuncian lo contrario: la activación del caos y del desorden, en fin, la presencia especular e ilusorio de la vida.

Luego, las manifestaciones del amor erótico, desbordadas, cotidianas y comprometidas en este filme, auguran, asimismo, otro detalle: nada es fácil, y menos pagar el precio y la tentación de proyectarse con “certezas”, tanto de orden práctico como emocional, cuando la realidad, era que no, se coordina con el azar y lo impredecible. Así comienza Vida sexual de las plantas (2015), el segundo largometraje de Sebastián Brahm (1973) –luego de la olvidable y pretenciosa El circuito de Román (2011)-, y crédito ganador de una mención especial en el último Festival de San Sebastián, España, una cita mayor en la órbita competitiva del séptimo arte internacional.

Si tuviésemos que enumerar los principales atributos de este crédito, serían los siguientes: primero, la actuación protagónica de Francisca Lewin (1980): Bárbara funda el papel en la carrera de esta intérprete que, como pocas artistas de su generación, ha logrado forjar una trayectoria “pareja” en el cine, el teatro y la televisión. Su talento y audacia profesional jamás habían llegado tan lejos, y la elegancia, la feminidad, y la belleza de sus gestos y posturas, evocan, por momentos, a la francesa Delphine Seyrig, esa musa inolvidable que trabajó con directores como Alain Resnais, Francois Truffaut y Luis Buñuel. Ubicada en el peldaño mayor de nuestras actrices (debido a sus condiciones creativas), comparte ese distinguido podio, con sus colegas Antonia Zegers y Manuela Martelli.

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Después, se debe recalcar en esa lista de virtudes, a la dirección de fotografía, aquí a cargo de Benjamín Echazarreta y de Sergio Armstrong. Con una cámara dotada de un exuberante sentido dramático (resalta acciones, emociones y detalles, que sin su intencionalidad, jamás podríamos percibir) y dueña de una plasticidad singular, el lente transforma a la ciudad de Santiago, en un elemento que traspasa el argumento de la cinta: mientras Bárbara corre, la urbe asoma como la ampliación de ese campo de batalla indiferente y populoso, que no acoge ni sus sentimientos, ni menos a sus expectativas afectivas más íntimas y profundas.

El aspecto lumínico, así, adquiere una resonancia de carácter existencial: claroscuros que indican los matices y las variables internas, y por llamarlos de alguna manera, psicológicos, de la protagonista. No en vano, al inicio del largometraje, cuando el personaje de Francisca Lewin trota y su futuro transita por la medida y en la emoción de la posibilidad, el sol precordillerano alumbra su hipotético destino, el horizonte, y también los balbuceos rocosos y montañosos, del fatigado valle del Mapocho.

En correlato con esa afirmación audiovisual, las sombras y la timidez de las luces de estudio, prevalecerán en el “sino” de esa encrucijada y dilema dramático: ante la frustración vital de ver estropeado su plano de ruta existencial, la reacción indecisa, y la falta de coherencia de Bárbara, estarán alimentadas por ese factor ambiental y desde luego, cinematográfico: una estética fotográfica de la nostalgia y de la melancolía.

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El tercer punto a destacar, son las fortalezas del proceso de montaje y la calidad en la escritura del libreto, efectuados por el mismo realizador, Sebastián Brahm Giglio. Los planos y ángulos de su cámara, fragmentan los vasos y nervios “sanguíneos” de su creado personaje; y, juntos, arman un rompecabezas de la sensibilidad, y de la soledad femenina, del papel abordado por Francisca Lewin, y también, a final de cuentas, de su misterio insondable: hasta las escenas eróticas de , hiladas bajo los supuestos argumentales y estéticos ya mencionados, sitúan al rol principal en una vivencia de la contradicción y de la dificultad misma que le implicaría simplemente el vivir, después de que Guille (Horton), sufriera ese leve pero devastador accidente, en sus nefastas consecuencias para su motricidad intelectiva y psicoanalítica.

Analizamos, en efecto, un relato audiovisual “bien contado”: no enjuiciamos una obra maestra, para nada, aunque sí una película chilena muy por sobre el promedio, debido a los factores artísticos, ya descritos. Ante la excepcional actuación de Lewin, sin embargo, surge un problema: la comparación con los otros miembros del reparto. Mario Horton en su debut cinematográfico, por ejemplo, se muestra todavía como un actor de rango televisivo: sus desplazamientos son predecibles, y sus registros, avisan escasa composición a la hora de instalarse en esa evolución humana y de personaje, que representa pasar de ser un hombre normal y exitoso, a otro incapacitado hasta de retener y poder ofrecer, un futuro a la mujer que ama.

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Por otra parte, el conocido director Cristián Jiménez (Nils), quien en Vida… encarna al ingeniero talquino afincado en Santa María de Manquehue, y que sustituye a Guille como pareja de Bárbara, desliza una duda razonable: si la tosquedad de su caracterización se debe a que lo hace muy bien, o a que él mismo, no es un actor formado en la academia. Pero la duda es razonable y nos indica que su labor interpretativa está más cerca de la parodia, que de una entronización real de un tipo humano que basa sus prerrogativas y fuerza varonil, ya sea en la posesión del dinero, o en su prestancia física y profesional, para el mundo de los negocios.

La música incidental es también otro rasgo identitario, en la categoría artística del segundo largometraje de Sebastián Brahm: aporta tensión, y acentúa siempre el dominio de los tiempos escénicos y literarios de la película, a lo largo de su desarrollo. Más que un acierto, anotamos en esa sonorización, un componente técnico que hace de este crédito, todavía más, una propuesta atendible y lograda, en su gestación audiovisual.

Es cierto que presenciamos un filme que explora con destreza cinematográfica, los ocultos e impredecibles (y a veces inentendibles), recovecos de la espiritualidad y la metafísica femenina (“made in Chile”, eso sí, debemos dejarlo bien en claro), pero sin la presencia interpretativa de Francisca Lewin, dudo de que el resultado de Vida sexual de las plantas, ronde lo satisfactorio y los aplausos, como finalmente termina por hacerlo, y arrancarlos.

Esta, antes que otro adjetivo, y pese a lo superlativo de su cámara, es, sin duda, una película de “actriz”.

 

  

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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