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Orwell revisitado

Si rasguñamos la cáscara de la época que vivimos podemos encontrar sorpresas: las predicciones orwellianas hablaban de un gobierno mundial, de un sistema de comunicaciones perfectamente integrado a la cotidianidad de los ciudadanos, de una maquinaria política militar oscura e indeleble, y de una separación tajante entre los gobernantes y los gobernados. Suena ligeramente a algo que los latinoamericanos de hoy conocemos en estos días.


Según la novela de George Orwell, 1984, en estos tiempos deberíamos estar viviendo bajo un gobierno totalitario, con una economía desastrosa y con los medios de comunicación poseídos por un régimen dictatorial. La Policía del Pensamiento tendría que estar arrestando disidentes para hacerlos desaparecer durante la noche.



El vaticinio orwelliano de que viviríamos en una sociedad unívoca manejada por un Hermano Mayor vinculado a un complejo industrial militar, jerarquizado y amoral, que nos enviaría órdenes a través de un implacable sistema de comunicación, parecería -a simple vista- que no se cumplió, aunque a punto hubiera estado.



Las versiones oficiales nos repiten que somos cada vez más libres: que cayeron los regímenes abiertamente totalitarios transformándose la mayoría en democracias; que el producto mundial ha crecido, que en términos globales hay menos miseria y que el mundo occidental goza de un nivel de consumo mejor. Que el avance de la tecnología es notable y que existe una cierta democratización de su uso, que para todos la calidad de vida habría aumentado.



Sin embargo, si rasguñamos la cáscara de la época que vivimos podemos encontrar sorpresas: las predicciones orwellianas hablaban de un gobierno mundial, de un sistema de comunicaciones perfectamente integrado a la cotidianidad de los ciudadanos, de una maquinaria política militar oscura e indeleble, y de una separación tajante entre los gobernantes y los gobernados. Suena ligeramente a algo que los latinoamericanos de hoy conocemos en estos días.



No se oye, padre



Desgranemos un poco más la profecía orwelliana. En 1984 era muy importante el control de la educación y de la comunicación. O, si se quiere, el control de la ignorancia y de la desinformación.



Se supone que el siglo que comienza nos traerá la «sociedad de la educación y de la comunicación», éste ha sido el tema central de la cumbre del Grupo de Río recién realizada en Santiago. Que ambas serán el principal patrimonio de los latinoamericanos del XXI. Se cree que sólo sobre las bases de un mundo educado y comunicado se acabarán muchas de las miserias humanas nuestras como la pobreza, el analfabetismo y la guerra. Se espera también que en este nuevo milenio algunos de los países pobres abandonen el subdesarrollo. Pero no se oye llover, padre. Sólo discursos.



Para lograr tan nobles fines está claro que la educación y la salud tienen que democratizarse, lo que implica una igualdad de oportunidades para todos, una racionalización de los recursos del Estado y una detección rigurosa de las debilidades de nuestros mercados, especialmente el de trabajo, lo que hoy no existe ni se busca de forma urgente e imprescindible.



Por ejemplo, en Chile, país que está en la vanguardia educativa en América latina, uno de cada tres niños de educación básica, perteneciente a los estratos medios y bajos, entiende lo que lee. La situación en el resto del continente, salvo Cuba, es mucho peor.



La educación y la salud públicas, por otra parte, se mantienen en un estado de sobrevivencia. La diferencia entre los países más educados y sanos y los menos es mayor que nunca.



En cuanto a las comunicaciones, tenemos un mundo cada vez más interconectado, pero cada vez con la propiedad de los medios más concentrada. Por ejemplo, hoy Chile tiene acceso relativamente barato a bancos de información, sistemas interactivos como redes y otros, pero éstos son usados por una minoría de la población que, crecientemente, se despega de una mayoría que no está teniendo ningún acceso al progreso tecnológico.



Hoy, el Hermano Mayor orwelliano no tiene cara. Pero existe. Se ha diluido en un sinnúmero de anónimos: las empresas de comunicación mundial son cada vez menos y su poder e influencia está cada vez más entrelazada con la política y la economía. La clase política necesita cada vez más de ellas y no vacila en aliarse directa o indirectamente con ellas.



Prisioneros y felices



¿Qué podría hacer este invisible Hermano Mayor en pocos años más si las amplias coaliciones que gobiernan varios países del continente pierden poder en América Latina?



El Hermano Mayor y la Policía del Pensamiento de que hablaba Orwell en 1984 protegerá los intereses de grupos mundiales cada día más relacionados y pequeños, sin privar a la gente de su libertad, sino que, por el contrario, haciéndola sentirse más libre a través de una sociedad de la comunicación, proporcionalmente más activa y menos pensante, cada vez más individual, con miembros encadenados por las deudas, por la ignorancia de las claves del poder y, además, por la felicidad de que todo ocurra así. Seremos los prisioneros más contentos de la Tierra.



¿Qué hacer contra esto? Al parecer, sólo la democratización real de lo local, lo regional y lo nacional, además de la integración internacional desde los estamentos más bajos de la organización social, podrían paralizar esta nueva forma de Hermano Mayor y de Policía del Pensamiento que hoy día está comenzando a invadir todos los ámbitos de la vida cotidiana desde lugares borrosos y sutiles. Para eso es imprescindible que en América latina se mantengan coaliciones amplias con una visión multiclasista, que defiendan básicamente los intereses de la gente común, abriendo sus sociedades a la transparencia de la información y en general a la transparencia de todos los entes y personas que tengan poder.



Pero hay que apurarse porque hoy esas mismas coaliciones están muy lejos de pensar en esto y a lo mejor no se imaginan que ese y no otros es su principal papel.



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