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Comprar periodistas

Ahora, desde la distancia que me da el no trabajar en medios, me cuestiono el problema de los regalos a periodistas. Lo hago cuando un ex ministro de Frei me confiesa que autorizó honorarios a periodistas del sector, y que solo uno se excuso de recibir esos «engañitos». Lo hago cuando un funcionario del Ministerio de Salud me asegura que cuando llegó con Artaza se encontró con la sorpresa que un periodista que cubría el sector había recibido honorarios por trabajos anexos.


Si se analiza bien y se acude a los recuerdos no tan remotos, no debería causar ninguna sorpresa que el Pentágono proponga comprar periodistas para que publiquen artículos que hablen bien de la política de Washington y de su presidente George W. Bush.
Se podría asegurar con alto grado de certidumbre que se trata de una política más bien de larga data, aunque la tarea estaba radicada en su todopoderoso aparato de inteligencia, la CIA. Los fines eran los de intervenir en la política de esos países, y no -como hoy se propone- limpiar la mala imagen que el resto de la humanidad tiene de Estados Unidos y su gobierno.



Desde siempre Estados Unidos pagó a periodistas, creó «medios golondrina» (porque una vez que cumplen su objetivo desaparecen tan abruptamente como salieron a la calle) y financió directamente a los medios más influyentes. Si no, que lo diga don Agustín, el gran amigo de Don Graf.



La gran pregunta es si la fauna periodística chilena está entre los potenciales beneficiados con estos dineros, que por provenir de fuentes reservadas -qué más reservado que el Pentágono- no deberían ser tributables.



En Chile, esto de la «compra de periodistas» no ha sido sólo una práctica del inefable Tío Sam. Cuando me inicié en el periodismo, en el ’90, corrían historias sorprendentes sobre el particular. Las listas que supuestamente aún guarda bajo siete llaves el Mamo Contreras con nombres de periodistas informantes, los chequecitos que los periodistas de determinado sector recibían en algún ministerio o directamente en La Moneda, y las fiestas y el convite a los que la mismísima CNI invitaba a los reporteros del sector policial, las cuales aún hoy son recordadas por su sordidez, eran solo algunas de las formas que había adquirido la práctica «comprar periodistas».



Con la llegada de la democracia, muchas de estas formas entraron en pugna con los nuevos valores, para desconsuelo de los que querían seguir en un baile eterno. Los «beneficios» ahora debían «acomodarse» a la nueva realidad, blanquearse en invitaciones a viajes, fastuosos regalos de fin de año para el beneficiado y su familia, y uno que otro gesto que muy pocos se negaban y se niegan a recibir.



Recuerdo que en el diario La Epoca, cuanto tenía su base en calle Olivares, se discutió un fin de año -en la forma desatada en que se discutía en ese lugar y en esos tiempos- sobre las decenas de regalos que recibían los periodistas de Economía, no sólo agendas, sino cajas de mercadería Ä„y hasta electrodomésticos! Algo de envidia de los demás había motivado la discusión. Por cierto, no llegamos a nada. Por esos años, una empresa también comenzó a poner en práctica el nuevo libreto en sus fiestas de fin de año, en las que se llegó al absurdo de sortear un auto, 20 viajes a sitios exóticos, 10 televisores de 29 pulgadas, y una serie de estímulos que terminaba con que cada uno de los cien invitados se marchara con algo bajo el brazo. No era un regalo, y la suerte o un premio eran la excusa. Así año tras año las celebraciones se fueron haciendo más numerosas, al punto que podían coincidir cerca de 20 periodistas de un mismo medio.



Si puedo contar todo esto es porque yo también estuve allí siendo parte de aquel coro de vendidos que se niega a creer que compartir en una mesa con tus potenciales fuentes de información es una forma velada de compra. Así, asistí a cenas de fin de año con regalos. Aún guardo un juego de loza muy fina que me regaló el Colegio Médico junto a un bolso de cuero que me dio el Ministerio de Salud, y una estatuilla que me consideraba la «revelación periodística del año» en Investigaciones. Hice varios viajes dentro del país sin tener que poner ni un peso. Hasta hace apenas dos años nunca compre una agenda, pues todas me las regalaba un alcalde «amigo». Y más de alguna vez me valí de mi condición de periodista para sacarme un parte en el municipio o directamente con Carabineros.



Ahora, desde la distancia que me da el no trabajar en medios, me cuestiono. Lo hago con este artículo del Pentágono y su compra de periodistas en mi escritorio. Lo hago después de discutir con un colega sobre el tema y no haber entendido su explicación que podría resumirse en «no eres un vendido si tras la cena y los regalos sigues haciendo tu trabajo con independencia». Lo hago cuando un ex ministro de Frei me confiesa que autorizó honorarios a periodistas del sector, y que solo uno se excuso de recibir esos «engañitos». Lo hago cuando un funcionario del Ministerio de Salud me asegura que cuando llegó con Artaza se encontró con la sorpresa que un periodista que cubría el sector había recibido honorarios por trabajos anexos.



Lo hago mientras recuerdo una conversación con don Emilio Filippi Muratto, ex director de Ercilla y La Epoca, ex embajador, a quien una vez le pregunté cuál era el valor límite de una regalo que podría aceptar un periodista en su desempeño profesional. Por primera vez don Emilio no me dio una larga respuesta citando las distintas corrientes éticas, sino que me dijo tajante: «cero».



(*) Periodista, reportero en distintos medios de prensa, entre ellos los diarios La Epoca y La Nación.



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