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George W. Bush en el diván: Una aproximación sicológica

Esta semblanza, que bien podría ser discutida, tiene por objeto advertir las características sicopatológicas de aquel que presiona a otros presidentes y jefes de gobierno a someterse. Su axioma es no aceptar las reglas de los demás, sino que imponer las suyas; no interesando si son justas y correctas.


«Los que no están conmigo, están en contra». Así se podría resumir la sentencia del presidente de los Estados Unidos, G. W. Bush, después del atentado a las Torres Gemelas; determinando desde ese día un estrecho espacio para el ejercicio de la diplomacia mundial.



Tras dichas palabras se esconde un mensaje no sólo amenazante y rígido, sino que carente de toda lógica. Sin embargo, esa escueta frase también representa su mundo intra síquico que, de una u otra manera, lo atormenta.



En efecto, desde el momento en que se responsabiliza a Osama bin Laden, el señor Bush asegura que rápidamente lo atrapará, juzgará y condenará. Dando evidencia de que una idea hipervalorada comienza a ocupar el campo de su conciencia y de su quehacer. Pero, al no encontrar a Osama, se desespera y confunde a tal punto, que siente la imperiosa necesidad de recomponer otra imagen (sustitutiva del eventual agresor, para dar cauce a sus impulsos destructivos) y vengar la afrenta, que siente de modo personal (exageración valórica del Yo). Para ello, es probable que subconscientemente en un comienzo, resucita la figura de un antiguo aliado de su país en la lucha contra los chiítas iraquíes. El mismo que, en 1991, su padre considera el principal enemigo de su nación: Sadam Husein.



No es ilusorio suponer que a causa de ser también árabe, el presidente Sadam se convirtiese en la silueta perfecta donde depositar el enojo y rabia que le provoca el escurridizo Bin Laden. No obstante, esta analogía sustitutiva le permite a Bush otra compensación: superar a su padre, que fue «incapaz» de derrotar a Husein.



Es justo señalar que dentro de su atormentada mente, el actual gobernante norteamericano no tiene cabal conciencia de la superposición de ambos «enemigos»; y menos, que quiera hacer una «gran proeza» para brindársela a su progenitor. Profundizando algo más, podemos notar los siguientes rasgos de este personaje:



– Desprecio por el mundo organizado política y moralmente (Derecho Internacional), al extremo de jactarse «que igual atacará, si el Consejo de Seguridad de la ONU no lo favorece con su decisión final». Sin duda debido a la reiteración de estas expresiones, se aproxima a la configuración de una idea delirante de suma gravedad: no se da cuenta que el futuro de la Humanidad está en juego.



– Su omnipotencia (sensación de que tiene todo el poder del mundo), le lleva a fantasear sobre cómo va a reconstruir cuanto destruya; sin comprender que la gente que muera o quede lisiada jamás podrán ser resucitadas ni reconstruidas.



– Sus rasgos paranoídeos (sentirse perseguido) quedan a diario demostrados, al desconcertar a la población norteamericana y a sus aliados, que serán víctimas de los más atroces atentados. Su acentuada ansiedad para imponer plazos a sus intenciones bélicas, le lleva a reaccionar de manera incongruente y reiterativa.



– Su megalomanía es desbordante. Frases como «voy a destruir esto o aquello cuando yo quiera», parecieran sustentarse en una baja autoestima (sobrereacción a un acentuado sentimiento de minusvalía que arrastraría desde la infancia), tal vez a causa de la vigorosa imagen del padre. Rasgo sicopatológico que, últimamente, ha alcanzado su cumbre, cuando ha propalado «que irá a salvar al pueblo iraquí de la dictadura». ¿Nuevo redentor?



– Es presa de un pensamiento monotemático e ideas circulares. Más que una compulsión u obsesión este signo sería el resultado de sus contenidos delirantes.



– Muestra, además, ciertos índices de pérdida del sentido de la realidad, quizás causado por un estrechamiento de conciencia o perturbación de la misma. Signos que se acompañan con actitudes estereotipadas, jactanciosas y hasta histriónicas. Conducta que en ningún caso podría corresponder a un individuo que tenga la responsabilidad de tomar decisiones trascendentales, como sería un ataque a 25.000.000 de niños desnutridos, de mujeres indefensas y ancianos que parecieran resignados a la voluntad de un alterado mental.



Esta semblanza, que bien podría ser discutida, tiene por objeto advertir las características sicopatológicas de aquel que presiona a otros presidentes y jefes de gobierno a someterse. Su axioma es no aceptar las reglas de los demás, sino que imponer las suyas; no interesando si son justas y correctas.



Se ha insistido que es el petróleo la motivación central de Bush. Indiscutiblemente, hay mucho de verdad en esto. Aunque, si nos ajustamos al análisis conductual y síquico del Presidente de Estados Unidos, no descarto de ninguna manera, que antes de usurpar los chorros de petróleo de Irak, sienta una enorme sed por ver correr sangre, tanto de sus «enemigos» como la de sus propios soldados. Es cuestión de observar, para darnos cuenta de su falta de lucidez síquica y de su incontenida violencia. Su pasado, como gobernador, es el mejor aval.



Igual a cualquier chileno, siento enorme preocupación por el futuro inmediato y lejano, si es que no se logra identificar a tiempo al posible causante de un desastre nuclear. Y como ciudadano del mundo, espero que Chile sepa usar la razón, y no caer bajo la fuerza del dólar ni del euro. Porque, en rigor, es en estas circunstancias cuando las expresiones: socio o amigo tienen real valía, respetando que el otro discrepe.



Es bueno tener presente que Chile no crea que al fusilar un condenado, ha tenido en suerte disparar con bala de salva. Sería un imperdonable error histórico, y nuestros hijos repudiaran ese amargo pan.



Tampoco, se trata de un ajusticiado en la cámara de gas de Texas, y que después fue encontrado inocente. Hoy, el condenado es todo un pueblo; y de seguro, de acuerdo a los trastornos psíquicos de George W. Bush, otros países deben esperar su fatal turno.



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(*) Doctor en Sicología y catedrático en las escuelas de medicina de la Universidad de Chile y Católica

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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