Publicidad

El malestar de la independencia


Por éstos días pareciéramos asistir al regocijo de El Mercurio y otros medios con la llegada de los «Estudiantes Independientes» a las diversas federaciones estudiantiles, siendo paradigmáticos los casos de la FECH, con la elección de Luis San Martín, y la FEUC, con la reciente elección de Julio Pertuzé, ambos estudiantes que dicen estar alejados de los partidos políticos. ¿Qué se esconde tras el trabajo de los independientes? ¿Debilitan la democracia universitaria los llamados sectores independientes que se alzan para resolver los «problemas reales de los estudiantes»?



La reciente elección de las Directivas a la FECH y la FEUC -sumado a los recientes triunfos de listas independientes en universidades no tradicionales y de regiones- llama poderosamente la atención de una nueva «clase» política y dirigencial que se identifica con la independencia en un discurso claramente crítico ante la inserción de los partidos políticos en las Universidades y con un discurso que se define más ligado a los «verdaderos intereses reales de los estudiantes». Ello no hace sino afirmar un par de ideas que resulta importante comenzar a vislumbrar desde ya.



En primer lugar el juego de la independencia de los movimientos universitarios es peligroso, en especial en cuanto practique un estado de negación hacia la política entendida como «ese arte tan noble, pero tan difícil», esto es la política como el medio para alcanzar ciertos ideales que todos los seres humanos aspiramos. En segundo lugar, concebir la dirigencia estudiantil como organismos resolutorios de conflictos o expectativas de los estudiantes, entendiendo a las federaciones de estudiantes como verdaderas «gerencias» o «direcciones de bienestar estudiantil», las aleja del verdadero propósito que éstas tienen como movimientos regeneradores de pensamiento y de liderazgo dentro de las sociedades modernas; no es menor que movimientos políticos importantes de nuestra vida republicana hayan nacido precisamente de éste seno.



Por lo anterior, reducir las experiencias de la dirigencia estudiantil a la administración de «los intereses reales de la gente», autolimita el verdadero rol que éstos entes tienen, lo que generará al corto plazo gestiones eficientes en la administración, pero al largo plazo administraciones pobres en ideas renovadoras del pensamiento político y social de Chile. Además de una tremenda frustración -en términos generales- respecto de lo que nuestros líderes tienen y pueden proponer para nuestra sociedad.



En tercer lugar, tras los discursos de supuesta independencia vive el futuro de ciertos sectores políticos; ello tiene que ver con el desgaste de los partidos y sus militantes comprometidos -algo que de hecho es de conocimiento público- lo que hace más fácil captar el voto descontento, pero más difícil disfrazar la verdadera intención. No se deja de hacer política por el hecho de decir que no se realiza tal actividad. Aquellos que pontifican su independencia política se postulan a cargos públicos, y por ende políticos. Esto corre para todas las organizaciones desde las federaciones de estudiantes hasta la Presidencia de la República. No existe por tanto nada más ilusorio que la independencia, sobre todo en política; ello, porqué los seres humanos aspiramos a construir y alcanzar ciertos ideales que unos y otros persiguen de diferentes formas, pero que, al final del día, se habrá intentado a través de la acción política.



Con lo anterior nos queda observar con la mayor cautela y desconfianza a los que niegan lo que de verdad son. No vaya a ser que las palabras del poeta Paul Verlaine les caigan como anillo al dedo en el futuro: La independencia siempre fue mi deseo, la dependencia siempre fue mi destino…»



(*) Estudiante de Derecho. Vicepresidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad Diego Portales.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias