Publicidad

Vida partidaria y política democrática


Los escándalos de Chiledeportes y de los PGE, así como las declaraciones de Boeninger, Schaulsohn y Martner, han derivado hacia vericuetos un tanto descuidados, tanto de la política práctica como de la investigación académica: la vida interna de los partidos políticos.



Las zozobras que éstos experimentan por estos días no están únicamente relacionadas con el nexo entre dinero y poder. Se constatan otro tipo de paradojas: si bien suelen preocuparse sincera y afanosamente de la transparencia y correcta resolución de los procesos electorales a los que concurren, sus propias elecciones internas dejar mucho que desear. Si no, ahí están las denuncias de padrones adulterados, maquinarias y acarreos que afloran cada cierto tiempo. Posteriormente, los perdedores se resisten a aceptar el triunfo del oponente, muchas veces con razón, por cuanto son procesos de legitimidad dudosa. Luz fuera y oscuridad en la casa pareciera ser, muchas veces, la tónica.



Los aspectos doméstico-partidarios, particularmente en América Latina, se asemejan un tanto a la «caja negra» de los aviones. Nos preocupamos por encontrarla para develar las causas del siniestro aéreo, una vez que ha tenido lugar. Aunque existe una bien informada literatura acerca de la faceta externa de los mismos, conocemos poco acerca de su funcionamiento y organización interna. Urgiría, por tanto, recuperar la veta de reflexión inaugurada por Michels y Ostrogorski, a principios del siglo XX, impulsando una agenda de trabajo que, para el caso chileno, nos permita saber más acerca de cómo las organizaciones partidarias trabajan, cambian y se adaptan.



Estos intentos pueden resultar estériles si no despejamos algunos mitos y prejuicios en torno a la actividad partidaria. Se habla mucho de la crisis de los partidos, pero lo cierto es que si asistimos a un cierto declive, es al de un tipo de partido: el de masas. Enseguida, existe un mito sociológico que consiste en creer que sus actividades son el producto de las demandas sociales que ellos representan cuando, en sí mismo, el partido es un sistema parcialmente autónomo de desigualdades en cuanto a su organización. Un tercer aspecto, y no el último, es el peligro de intentar concentrar todos sus problemas internos en los dilemas financieros.



La Agenda presidencial de Probidad y Eficiencia en la Gestión Pública plantea, entre otras medidas, la realización de primarias abiertas, las que contarán con incentivos monetarios. Es un tema de moda, aunque pocos partidos las han realizado de manera efectiva. Deben ser sopesados sus efectos, tanto positivos como negativos. En la balanza, los segundos no son menores: fraccionamiento por la salida de militantes, debilitamiento de la unidad y la cohesión, incursión de militantes de otros partidos, aumento del costo de la política y de una mayor personalización de la misma, entre otros. Un elemento adicional es que no existe evidencia empírica acerca de hasta qué punto los ciudadanos premian con su voto a aquellos partidos que se democratizan internamente o que intentan ser más inclusivos. La vida nos da sorpresas y los ciudadanos, muchas veces, prefieren partidos más oligárquicos, pero más cohesionados. Dado que no todas las reformas han tenido los mismos efectos, es necesario sopesar cuáles serían las más adecuadas de acuerdo a los contextos específicos.



En lo que sí hay claridad es en un aspecto, ya advertido por Kelsen en su momento: «Sólo la ilusión o la hipocresía puede pensar que la democracia es posible sin partidos políticos». No sabemos lo que el futuro le depara a los partidos pero sí tenemos la certeza de que su devenir está ligado, de manera indefectible, al futuro de la democracia.



____________



María de los Ángeles Fernández es investigadora de la UDP y directora ejecutiva de la Fundación Chile 21

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias