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De un gobierno paritario a una cultura paritaria


Este 11 de marzo, cuando Michelle Bachelet asuma como Presidenta de la República de Chile se pondrá fin a una historia de casi 200 años de gobiernos ejercidos por varones, fueran estos democráticos o autoritarios, legítimos o dictatoriales. La presidencia de Michelle Bachelet constituye, a nuestro juicio, un hito fundacional de la transición cultural en Chile.



Los horizontes de la transición en nuestra historia reciente han sido el logro de una democracia plena, la deconstrucción del entramado institucional de la dictadura y la plena vigencia de los derechos humanos habida consideración de los déficit de verdad y justicia históricamente acumulados. El holgado triunfo de Bachelet y el intenso apoyo ciudadano que este expresa, le ha impuesto al sistema político un nuevo horizonte de cambios que exige no sólo las anecdóticas adecuaciones de un protocolo que consideraba a las damas de la presidencia apenas en su calidad de consortes, sino un serio ajuste a los desequilibrios tradicionales entre sexo y poder. Este cambio interpela al núcleo más profundo de la cultura política chilena, en el que las mujeres no han dejado de ser vista hasta ahora como advenedizas, efecto de demostración, sector minoritario, fenómeno emergente.



Las primeras decisiones de la Presidenta en el ejercicio de sus atribuciones, en orden a constituir un Gabinete paritario en varios niveles de autoridad y a utilizar, además, criterios diversos e innovadores en la selección de sus colaboradores cercanos, ha incrementado la densidad simbólica y política de la transición que su elección encarna. El cambio se respira, se percibe un claro desajuste de expectativas: hay nuevas tensiones en las viejas estructuras.



Transitar desde un modelo político que define una determinada distribución de recursos materiales y simbólicos -como el patriarcal-, legitimado por la fuerza, la ley y la costumbre, hacia otro modelo -como el paritario- que pone en crisis los supuestos sexistas de esa distribución, es un proyecto de tal envergadura cívica que no puede sostenerse sin una fuerza social que lo apoye y lo defienda. Es seguro que enfrentará resistencias articuladas en torno a lógicas e intereses propios del ethos patriarcal de la tradición partidaria, o de los fundamentalismos religiosos, por mencionar algunos de los frentes de tensión más evidentes. No hay certeza de que las propias mujeres con cargos de poder asuman el simbolismo que porta en su corporalidad. Tampoco se puede garantizar que a partir de este punto de inflexión la curva de la paridad y la justicia de género sea ascendente. Las mujeres sabemos -la historia nos lo ha enseñado- que además de impulsar los cambios debemos ocuparnos siempre de resistir los retrocesos.



Sin embargo, hoy día tenemos mucho que celebrar. Las feministas somos una actoría social y política presente desde muy temprano en la historia de nuestra república; y aunque muchas de las mujeres que figuran hoy en cargos de poder político suelen distanciarse del feminismo, nada puede evitar que sea el pensamiento feminista el que haya inspirado, teorizado y difundido un nuevo imaginario democrático, cuyo umbral de justicia y respeto a la persona humana es más integrador e inclusivo. Celebramos la posibilidad de seguir llevando adelante nuestros ideario de una cultura paritaria, en un contexto que al hacer visible a las mujeres en asignaciones de alta responsabilidad pone en evidencia su ausencia histórica. Estamos comprometidas para contribuir en un diálogo leal y crítico, al éxito del Gobierno de la Presidenta Bachelet, un gobierno que en el sentido que hemos descrito es el más nuestro de todos.



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Fabiola Gutiérrez, Corporación Humanas

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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