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En Valparaíso, el sueño del pibe


Estoy imbuida en una intensa mezcla entre Springfield y Dogville. Paradojalmente, el Gran Valparaíso es un pueblo bastante pequeño. Los personajes se construyen de manera fortuita en las diversas actividades cotidianas o durante las agitadas noches que giran hasta consumirse en si mismas.



Los famosillos, sean institucionales, contraculturales o de ambos bandos, como aquí se estila, tienen la característica de practicar la transparencia del poder. Burdamente son tal cual, así como el universitario que se emborracha con cerveza barata o la abuela que vende pasta. Tanto anónimos como conocidos viven una vida resuelta en el total desenfado y se atreven a llegar al límite de sus capacidades.



Acá todos vivimos en carpas y nadie se lee la suerte. La corrupción nuestra de cada día nos hace tolerantes a la «diferencia» y no es raro que en las conversaciones políticas se considere a Hernán Pinto como un buenísimo candidato para el sillón edilicio. Y no es por la amnesia consuetudinaria, ni por el agua bajo el puente…



No por nada esta ciudad es un anfiteatro. Estamos acostumbrados a mirar el mar como un espectáculo, y también todo lo que sucede en el plano, comarca de las grandes galeras donde manda capitán.



La vida pasa como un sueño. Confusa, extraña, permisiva. Como una tira cómica, una película o una obra en 5 actos.



Mientras deliran los flotantes y apilados duermen los niños con los perros, los planes de la elite se despliegan sin achaques ni pudor: Valparaíso con escaleras mecánicas que aligeren la subida de los cerros, apunta Guastavino. Una marina pública en el sector del puerto para que el choro llegue al menos con una tina si es que no tiene yate, se le ocurre a los de EPV. Hacer innovación tecnológica en Placilla con la primera central nuclear, manifiesta off de record un científico. Rescatar el Flach, primer submarino chileno, grita Piñera hiperventilado. Un barrio rojo para los marinos del mundo, balbucea candido Godoy. Terminar con la actividad portuaria para hacer malles y acuarios en el Borde Mar para el Bicentenario, cantan a coro los adminis-traidores del país.



Incluso es mencionado por una mente audaz que tapa su rostro con tres dedos, un teleférico para unir el plan con el Cerro Cárcel. El Cerro donde se aposentará la obra del gran Oscar Neimeyer, quién junto a Le Corbusier elaboraron el proyecto del edificio principal de las Naciones Unidas en Nueva York en 1952, que hizo el Palacio Alvorada, residencia oficial del Presidente de la República de Brasil -«o mais grande do mundo»-; el Palacio Itamaraty, sede de la cancillería; el Congreso Nacional; el Palacio del Planalto, sede del Ejecutivo; y la sede del Supremo Tribunal Federal, reparan conmovidos quienes se vinculan al arte y la cultura institucional; y agregan «Arica tiene a Eiffel, no podemos quedarnos atrás».



Si se puede agregar algún nuevo exotismo a nuestro puerto «de allá somos»



El plano entregado gratuitamente por el respetado arquitecto Neimeyer, para que usted se lo imagine, es una especie de enorme y blanca nave dispuesta en las alturas del Cerro Cárcel. Este edificio estaría enclavado entre miseria, roedores, borrachos carnavalones -si es que es temporada- niños de pelo chuzo y casitas de diseño espontáneo y maravillante: Palafitos de tierra y cabañas de playa se mezclan con tartufos castillos y quebradas; y ahora también, de concretarse tan magno regalo, con una edificación de dimensiones bíblicas, pero con proyecciones fu-turísticas.



Ni pensar que este espacio albergue a los tantos y tantas que manifiestan un compromiso social y verdaderamente progresista con nuestro país como lo son los ocupantes del Parque Cultural Ex Cárcel. Pero que no cunda el pánico, ya está dicho: El Parque Cultural -lugar específico en el cual se construirá la monumental obra de Niemeyer- tiene un destino 100% «cultural». ¿Cómo el centro cultural La Moneda donde penan las ánimas?



A los que «la llevan» no les importa preguntarle a la comunidad su parecer, ni la dimensión estética del proyecto- que falta de delicadezaÄ„Ä„-.Una especie de estación espacial montada sobre las ruinas de una ciudad dejada literalmente en el inconciente. Como si ganarse el título de Patrimonio de la Humanidad fuera un estímulo para seguir coronándose con más nominaciones, ranking y records, donde sea. En el Guinness o el Semanario de lo Insólito: «Verdadero Caño Cañaveral en las alturas del antiguo Puerto de mis amores»



Aunque el proyecto de Neimeyer sea regalado, debe verse la concordancia arquitectónica con el puerto, y por sobretodo, hacerse una lista de prioridades en las que no está, a mi áspero parecer, erigir, y eso no será gratis, un edificio que ostenta progreso, contrastando con la negligente forma de mantener una ciudad «patrimonial», y más lejos de los títulos nobiliarios y patriarcales, hermosa y cargada de sentido.



No es por aguar la fiesta ¿pero no les parece que se ha llegado bien lejos? Soñar no cuesta nada y esa es la gran diferencia cuando uno hace ciudad. Muchos planes han servido de excusa para arrasar con los fondos públicos. Proyectos de factibilidad técnica y fotos satelitales han estafando a todos los porteños. Se han tirado a la basura miles de dólares en empresas improbables y poco serias.



Para mí, los pretenciosos proyectos que «el país» tiene para Valparaíso, no son más que el delirio de señores que no saben cuando se acaba la noche y comienza el día, horarios en que nunca reprimen su patética pulsión arribista.



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Karen Hermosilla. Periodista

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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