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Mónica Echeverría: ‘Los Edwards han hecho todo para detener a sus enemigos’

A través de la reconstrucción literaria del pensamiento de Sonia Edwards, una de las mujeres más admiradas y envidiadas de su época, y la más rebelde del poderoso clan periodístico, la autora revive episodios como el secuestro de Cristián Edwards y la poco comentada cercanía de la protagonista de su texto con la izquierda, con detalles inéditos y dramáticos.


En su entorno cercano, mucha gente tenía temores. Mónica Echeverría, profesora, escritora y una de las fundadoras del teatro Ictus, había decidido escribir un libro complicado: la historia de la familia Edwards en Chile, una de las más poderosas en los últimos dos siglos. No era exactamente una ficción, y tampoco una crónica periodística; era una ‘novela de facto’, una recreación literaria con muchísima documentación.



Más de alguno intentó hacerla desistir de escribir historias -algunas de ellas nada de alegres- acerca de los más poderosos empresarios de las comunicaciones en nuestro país. Sin embargo, la muerte de Sonia Edwards, una de las más ‘díscolas’ de la familia, izquierdista, cercana al mundo del Partido Socialista y del MIR, hizo que la autora de El vuelo de la memoria y guionista de La última epopeya de Salvador Allende se decidiera a escribir Cara y sello de una dinastía.



La novela se inicia con la llegada de George Edwards a Chile como tripulante del barco inglés Blackhouse, y recorre dos siglos de historia de la mano del clan en el que nunca dejó de existir el mayorazgo para los Agustines. El personaje central, desde luego, es Sonia, una de las mujeres más admiradas y envidiadas de su época. "Todo el mundo en esos años conocía a Sonia Edwards y sabía quién era -cuenta la autora-, porque era la debutante social más importante, porque era la niña más bella y más rica de Chile. La veíamos en revistas, sabíamos de ella, que iba a esquiar, que le iba bien. Era un poco lo que todas las muchachas de su edad hubiesen querido ser. Cuando murió, sentí una curiosidad por saber qué había sido de esa vida que lo tenía todo y que había terminado tan en lo oscuro".



Fue entonces que comenzó con la investigación, que le dio más de una sorpresa, como el descubrimiento de que la chica rebelde del clan Edwards tuvo una hija fuera del matrimonio que fue entregada a un hogar de menores, en Londres, contra la voluntad de la madre.



"Al investigar sobre esta vida de una mujer que parecía la más feliz del mundo, me encontré con una mujer terriblemente desgraciada, terriblemente aplastada, destrozada -recuerda. Al meterme en los hechos que provocaron esto, me encuentro con la familia Edwards; no sólo con el hermano, que tuvo mucha influencia en su destrucción, sino que también en todos sus antecesores. De ahí nació que yo escribiera sobre esta familia."



-¿En algún momento tuvo aprensiones por lo que podía suceder si usted escribía sobre una de las familias con más poder de Chile?
-Mucha gente me asustó, para qué decir las editoriales, después. Estaban todos aterrados. Lo que sucede es que a mí a veces el peligro, el miedo, más bien me excita. Y pensé que hasta cuándo no se iba a poder nunca mencionar a los Edwards. Este poder oculto a través de dos siglos en la historia de Chile era como mucho.



-¿Después de la publicación le han llegado algunos recados hostiles?
-Llega uno que otro, pero creo que lo que más van a tratar de hacer los Edwards en las proximidades de la elección es pasar desapercibidos. Hacer silencio. Han utilizado de todo para detener a sus enemigos. Y utilizan también un silencio sepulcral. Hasta los medios de comunicación tienen miedo.



La Edwards mirista



-¿Hasta qué punto la izquierdización de Sonia es una rebelión contra su familia?
-Creo que al comienzo, simplemente le choqueó la injusticia social. Ver cómo trataban a los peones, a los rotos. Creo que fue lo primero que le sucedió. Pero después, al entrar a la universidad de Chile-contra el deseo de su familia, porque ahí estaban ‘los enanos rojos’, según su hermano-, se le abrió el mundo de la izquierda. De ahí no paró más, fue metiéndose cada vez más en ese mundo, y se sintió a sus anchas.



-Usted comenzó a escribir este libro con una idea respecto de Sonia y de su familia. ¿Cambia alguna de sus opiniones a partir de la investigación posterior?
-Yo me informé a través de esta investigación. Yo estaba un poco ciega, como estamos todos los chilenos sobre lo que han sido realmente los Edwards y el peso que han tenido en nuestra historia. Tampoco creí nunca que Sonia había sido tan dominada, tan destruida, tan aplastada. Siento que Sonia, como protagonista, representa a todos los chilenos, que hemos sido dominados y dirigidos por esta familia, sin lograr siquiera tener conciencia de ello ni podernos rebelar. Es un libro tremendo, porque ella fue más fácilmente dominada como ser femenino. Era más complicado para ella salirse.



-¿El episodio de este bebé nacido de Sonia y de Alfredo Carmona que es dado a un orfanato es un episodio del que tenía referencias o que encontró en el camino?
-Los detalles no los sabía. Ninguno. Se contaba en la alta sociedad que existía una niña que no tenía padre, y que Sonia la trataba como hija. Nada más. El resto, que se le fue arrancada de sus brazos en una clínica en Inglaterra, y entregada, no lo sabía. Cómo fue rescatada tampoco lo sabía. Es importante, porque a tantas mujeres les ha pasado eso.



-Un episodio especialmente fuerte en su novela de facto es lo que sucede cuando secuestran a Cristián Edwards. Usted plantea que no fue su padre, Agustín, sino su tío Roberto quien entrega el dinero del rescate.
-Yo creo que él, como todo padre, quería recuperar a su hijo vivo. Pero lo que pasa es que es un hombre muy orgulloso, muy prepotente. Él había creído que después de que es aplastado Allende y que ya había gobernado Pinochet con puño de hierro y había calma, no podía suceder nada más: ya estábamos de nuevo en un país tranquilo. Y le sucede esto. Sintió que todavía no era todopoderoso, puesto que le raptaban nada menos que al hijo. Eso de querer ganársela a ellos, pesaba. Quería pillarlos in fraganti. Llamó a la CIA para que lo ayudaran en la pesquisa, y no lo encontraban. Por eso, le torcían el brazo si él pagaba.



La deuda de la izquierda con Sonia



-¿Cree que algo de la herencia como ser humano de Sonia persistió en la familia luego de su muerte?¿Que algo cambió?
-No, creo que nada. Sólo quedó en la izquierda -y me lo han dicho algunos periodistas que trabajaron en El Mercurio- una deuda, porque ella refugió gente en su casa, ayudó a meter personas en una embajada. Nunca se le ha agradecido todo lo que hizo por la izquierda. Nunca nadie la menciona.



-¿Fue de algún modo una militante de segunda clase en la izquierda, por su origen?
-Por supuesto. Confianza total no puede haber tenido la izquierda en una persona que representaba al poder. Además, la pobre, de entregarse completamente, sentía que desconfiaban de ella, que no pertenecía a ese ambiente, que no iba a jugarse completamente por ellos. Y ella se jugó, así que ahí hay una injusticia hacia la pasión, la entrega que tuvo por el gobierno de la Unidad Popular y después por los derechos humanos. Ojalá este libro le sirva como un gran abrazo de agradecimiento.



-¿Le queda a usted la satisfacción de haber puesto por escrito muchas historias que se contaban?
-Yo quería que este libro ojalá impactara de una vez a este Chile medio dormido. Eso espero, el impacto. Después de la dictadura, nos estamos demorando, pero llegó el momento de abrir los ojos bien abiertos. Ha sido largo en otros países, pero creo que los artistas tienen que seguir delatando y contando lo que yo simplemente insinúo.

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