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Editorial de La Segunda contradice al de El Mercurio y dice que la vocera no comprende el humor político El tabloide elitista de los Edwards se bota a hippie y aclara que chistes son para “transgredir los límites de lo convencional”

Editorial de La Segunda contradice al de El Mercurio y dice que la vocera no comprende el humor político

Históricamente el vespertino ha sido el bastión del sector más conservador respecto de temas sobre libertades individuales, pero en este caso afirma que es el público el que debe decidir el límite a tolerar y que los políticos, en vez de quejarse, deberían «observar los síntomas y preocuparse por la enfermedad».


Una de las reflexiones más comentadas en relación con las rutinas cargadas de humor político que se presentaron en el Festival de Viña del Mar, fue la que hizo el diario El Mercurio. El buque insignia de la flota mediática que maneja la familia Edwards reservó su página editorial para decir que «si la burla verbal, pero sin mayores consecuencias prácticas, deviniera a la postre en un nihilismo y una desconfianza generalizados, sería el clásico cuadro aprovechable por demagogos que postulen utopías, siempre históricamente fallidas, conmocionantes para las sociedades, y a menudo cruentas. El humor puede ser una advertencia sanadora, pero también desatar fuerzas que luego escapan del control de todos», por citar alguno de los párrafos que generó mayor controversia.

Hoy viernes, La Segunda, el vespertino de la empresa El Mercurio, publicó otro editorial, pero en un sentido totalmente contrario. Sus aprensiones comenzaron apuntando nada menos que a la vocera (s) Javiera Blanco, quien fuera desde 2006 integrante de Paz Ciudadana, la fundación antidelincuencia creada por Agustín Edwards después del secuestro de su hijo Cristian.

Javiera Blanco en 2010 llegó a ser directora ejecutiva de la entidad, pero eso, por cierto, no la exime ahora de las críticas en el medio de su ex jefe. «La vocera de Gobierno, por ejemplo, dijo que el humor es bienvenido si se hace ‘en un marco de respeto’. Dicha definición grafica la incomprensión del asunto: hacer humor implica justamente transgredir los límites de lo convencional, o al menos, lo que las personas en posición de autoridad entienden como respeto. Pedir lo contrario es como exigirle a la literatura que sea fiel a los hechos, o a la música que no perturbe el silencio», señala el texto.

La Segunda, históricamente un bastión del sector más conservador, con una postura clara respecto de temas emblemáticos de la agenda valórica, desde la igualdad de los hijos nacidos fuera del matrimonio, el control de la natalidad mediante métodos anticonceptivos y, más recientemente, contra el proyecto para permitir el aborto en tres causales, cree ahora que con relación al humor la gente tiene derecho a decidir y regular los límites.

«Parece ser una buena idea que sean las mismas audiencias —es decir, la sociedad y sus intermediarios— las que definan qué transgresiones están dispuestas a tolerar. La forma como algunos tipos de humor han ido saliendo naturalmente de los repertorios —por ejemplo, los chistes sobre minorías— habla bien sobre la eficacia de esta regulación», escriben y, más aún, como si fuera un diario de indignados, culpa a los políticos de la percepción que el público tiene de ellos.

«Los políticos que se sientan ofendidos, y la élite en general, podrían recordar que es su posición pública la que los expone a la sorna, del mismo modo que permite a los ciudadanos escrutar su comportamiento de forma más severa que al resto. Los cargos de poder incluyen fueros, visibilidad y otras posiciones de privilegio. El humor es una de las formas en que la sociedad vigila ese poder», expresa.

Y lejos de considerar el humor como una fuerza «peligrosa» que pueda desatar fuerzas que luego se tornen «fuera de control», como dijo El Mercurio, en el vespertino creen que la burla pública no es necesariamente una carga negativa y, por otra parte, que «haría bien la clase política en observar los síntomas y preocuparse por la enfermedad. Investigadores como Andrés Mendiburo, Darío Páez y otros psicólogos de la Usach, que estudian el asunto, sugieren que el humor político es más agresivo en aquellos países donde existe mayor distancia jerárquica y los ciudadanos se sienten más lejos del poder. He ahí un dato que sería más útil investigar con detención, para poder corregirlo. Por mientras, como cantaba el gitano Peret, es preferible reír que llorar», concluye.

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