Recientemente, Chile participó de la cuarta versión de la conferencia Nuestro Océano en Malta. En ese foro nuestro país fue reconocido- por importantes figuras como el Príncipe Carlos de Inglaterra y la bióloga marina Silvia Earl- como un líder en conservación oceánica. ¿Significa este reconocimiento mundial que podemos darnos por satisfechos? La respuesta ciertamente es: no, porque aún enfrentamos grandes desafíos. El océano continúa amenazado por la actividad humana que afecta su salud y puede aniquilarlo, por ejemplo con la pesca ilegal y la contaminación por plástico, problemas que el país no ha ignorado y poco a poco avanza en su combate.
Actualmente, Chile, a través de la Cancillería, está preparando por primera vez en nuestra historia una Política Oceánica Nacional (PON). Una brillante idea que surgió al interior del edificio Carrera, cuyos orígenes se remontan a propuesta creadas por almirantes de la Armada. Sin embargo, a diferencia de aquellas basadas en la defensa nacional, la del Minrel es transversal y cuenta con una sólida base en el desarrollo sostenible- lo cual está al nivel de otras políticas oceánicas de países vanguardistas- y se suma a nuestra participación multilateral y membresías en foros internacionales.
La extensa costa del país representa una verdadera oportunidad de desarrollo social, económico y cultural. Chile es un país oceánico y hechos concretos lo demuestran: nuestro liderazgo mundial en conservación del océano, la pesca y acuicultura como tercera actividad económica más importante, el tercer lugar como mayor usuario del Canal de Panamá, la vinculación cultural con el océano que tienen muchas comunidades costeras, tales como: Punta Choros, Puerto Edén, Rapa Nui y Juan Fernández.
En este contexto, la PON constituye una posibilidad latente para lograr establecer una “sociedad del océano” que permita que todos los actores- que interactúan con el gigante azul- participen, reflexionen y proyecten directrices y lineamientos donde se vuelquen los esfuerzos por lograr un desarrollo en el borde costero de una forma sustentable y amigable con el medioambiente, donde sea fundamental y determinante el trabajo colaborativo entre Estado, sector privado, sociedad civil, academia, ONGs y fundaciones.
Sin duda, la implementación de esta novedosa política será el escenario perfecto para identificar nuevos desafíos y efectuar cambios donde se impulse una cultura y economía de la navegación-no sólo comercial, que ya existe- sino además se promueva, por ejemplo: el desarrollo y fomento de los deportes náuticos, alejando estas actividades del imaginario cursi y elitista que se tiene ellos. Sumado, por qué no, a la incorporación de la educación náutica a la malla curricular escolar básica, porque la idea es educar desde temprana edad para que niños y niñas no teman al océano y puedan adentrarse en él de una forma respetuosa y responsable.
Ciertamente, existe la confianza de que la Política Oceánica Nacional es una gran oportunidad para desarrollar nuevos paradigmas y llevar la relación de Chile y su gente a otro nivel, existiendo la posibilidad concreta de que en el futuro seamos no sólo un país líder en conservación del océano, sino que también una “sociedad oceánica”.