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Constitución a la chilena Saber Futuro

Constitución a la chilena

Paula Espinoza
Por : Paula Espinoza directora de la Fundación Saber Futuro
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¿Qué entender por tecnología? ¿Algoritmos? ¿Futuro? ¿Constitución? Está claro que muchas de estas palabras han surgido, con mayor o menor frecuencia, en lo que se suele llamar el “debate público”. Como toda aventura amorosa, porque admitamos estas palabras están cargadas de emoción, sentimiento o, al menos, algún revuelo corporal, son términos que pueden generar pasión, expectativa y decepción. De hecho, en el contexto de elecciones este sentimentalismo puede hacer de la retórica que las acompaña absurdas o, simplemente, vacías.

Pese a todo, sigue siendo habitual sobre quienes buscan abordar estos temas eludir su profundidad y, sobre todo, sus implicancias sociales. Surgen entre nosotros quienes se atrincheran en una perspectiva fóbica frente a cualquier palabra que involucre digitalización; mientras otros nos quieren hacer creer que la tecnología es una solucionática, que posibilita a la humanidad hacer casi cualquier cosa con el planeta. Han pasado los días, las semanas y los meses, y la crisis sanitaria desatada por el Covid nos ha enseñado -espero- que ambas posiciones no se sostienen. 

En lugar de plantearse desde algunos de estos bandos, desde febrero de 2021, El Mostrador junto con Fundación Saber Futuro decidió iniciar una serie de conversatorios con actores cercanos al mundo de la tecnología. Partimos con el ciclo “Futuro y Algoritmos: ¿Cómo nos está afectando el futuro?”, donde personajes como Demián Arancibia, advisors del Ministerio de Ciencias, habló del cielo y simplemente reflexionó: “Estos son datos que no tienen un titular. Son las estrellas, el cielo, es patrimonio de la humanidad”. Luego, Danisa Peric, directora ejecutiva de FabLab, observó a Chile como un país “hiper productor de basura” y un “importador de soluciones ajenas”. Una conversación que comenzó con un diagnóstico algo taciturno, terminó relevando la colaboración y la creatividad como factores de bienestar. Es más, Danisa se declaró, en contra del genio iluminado, amiga de la creatividad que surge de la escasez. Y la palabra, como un eco, no deja de resonar. 

Cuántas veces pensamos la tecnología, y en uno de sus desarrollos emblemáticos: Internet, como un lugar de abundancia. Pero hay acá una cierta paradoja, porque esta red mundial funciona a partir de un doble juego de escasez y abundandancia. Algo de eso apareció en nuestra conversación con el programador Miguel Michelson, cuando recordamos Sci-Hub, un repositorio y sitio web de artículos académicos, creado por  Alexandra Elbakyan, una joven nacida en 1988 Kazajistán. ¿Qué relevancia puede tener este caso? Más allá de la valentía, visión y perseverancia de Alexandra, Sci-Hub funciona debido a la comunidad de académicos que la alimenta. La escasez llama a la sublevación y la comunidad. 

Pero, ¿quién administra la escasez y la abundancia? Una díada que sobrevive debido a su propia dependencia. Así, por ejemplo, Michelson hizo referencia a una plataforma que funciona a partir de datos relacionados con delincuencia por territorio y cómo ello podría transformarse en un “manjar” para la clase política. De los límites y regulaciones, también, habló con convicción la abogada y especialista en protección de datos Javiera Moreno. Pero todo esto se diluye frente al juego de la dependencia, que nos hace adictos a este amor sin cuerpo que es Internet. 

Así, llegamos al segundo paso de esta alianza entre El Mostrador y Saber Futuro, cuando iniciamos el ciclo “Tecnología y Constitución”. Porque, ¿cuánto y cómo puede durar una dependencia? Ésta parece aún no tener fecha de caducidad, pero sí necesidad -o ilusión- de regulación. En tiempos que nos negamos a aceptar el vínculo que existe entre unos y otros, ¿qué hacer?

Pues una opción es traer a escena aquello que  hemos considerado obsceno: somos más un nosotros que un individuo, somos más un acontecer que un relato, somos más subjetividad que un resumen de cifras. Y hay que decir lo que no siempre se quiere oír. Hay que ceder. Hay que escribir una nueva constitución, una que no puede dejar a ese amor sin cuerpo que es parte de nuestra vida, que nos modifica, nos determina; mientras nosotros también lo afectamos.

Por eso, pensar una Constitución desde la definición del abogado Javier Velasco tiene sentido: “La constitución es, al mismo tiempo, un dispositivo sociopolítico cultural histórico, pero, por otro lado, es también una oportunidad”. Declamar este espacio de incertidumbre hace de la  pregunta de Álvaro Ramis, “¿es posible seguir pensando el internet como hoy, bajo la lógica neoliberal?”, la piedra angular de esta oportunidad. 

A estas alturas, las preguntas iniciales continúan sin respuestas, y el problema es que ya nadie soporta una dependencia, un amor, una necesidad que no cese. Un país que lo intente en nombre de la individualidad y la propiedad, solo logrará sombras de límites. Álvaro Ramis plantea que es el momento para preguntarse por la administración de lo común, resignificar la noción de propiedad individual y no cerrar los ojos frente al ámbito de lo común. Como hoy la palabra común no goza de fama, la contrapartida la puso la abogada y doctora en antropología Antonia Rivas es muy clara en lo curioso que puede resultar para los pueblos indígenas las lógicas de la propiedad individual en la creación. Lo cierto es que para las culturas indígenas la tierra es un ente de derecho, no de extracción, los límites que operan para diferenciar se estabilizan y desestabilizan. Por ello, cuando quisimos y obtuvimos -con sus pro y contras- el anhelo de escribir nuestra constitución nos enfrentamos a una eclosión de temporalidades, de identidades, de historias, de intereses. Finalmente concluye Rivas, lo óptimo sería pensar la convivencia de los pueblos (indígenas y chileno) como un modelo de pluralidad a la chilena. En definitiva, una constitución a la chilena. 

Este texto es una suerte de cierre de estos ciclo que buscaban posicionar la tecnología y el desarrollo de la digitalización como un tema clave para comprender dicha eclosión en el siglo XXI y proyectar una Constitución acorde al presente y con sentido de realidad sobre el futuro. Es un texto que se escribe cuando aún nos queda una sesión con Valentina Riberi, con quien hablaremos de autoras fascinantes como Karen Barad y Lisa Blackman. Sobre todo, hablaremos porque como propone Mercedes Bunz es hora de dejar de concebir la tecnología como una herramienta de soluciones, sino como una entidad a interrogar -que no es lo mismo que destruir. Porque, ojo, en boca cerrada también entran moscas.

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