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Inmigrantes y xenofobia: Cómo es la vida de una colombiana negra en Chile

Inmigrantes y xenofobia: Cómo es la vida de una colombiana negra en Chile

Loreto Santibáñez
Por : Loreto Santibáñez Editora de Agenda País y Revista Jengibre. Periodista PUC con experiencia en prensa escrita, radio y TV, tanto en Chile como en el extranjero.
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Este fin de semana se viralizó un video por redes sociales donde una pareja insultaba a las dependientas de una farmacia, cuyo origen es brasileño y venezolano. La mujer quehabría estado en estado de ebriedad y fue sorprendida intentando robar, empezó a exigir violentamente la presencia de algún chileno diciéndole a las mujeres que se fueran a su país.

El video abrió nuevamente el debate de cómo tratamos a los inmigrantes en Chile y si nuestra sociedad se ha transformado en xenófoba y discriminatoria.

Una de las personas que vio las imágenes fue Sandra Liliana Caicedo, la colombiana que hace unas semanas se hizo conocida por subir a las redes un video de protestaba contra los prejuicios que ha tenido que enfrentar en nuestro país.

¿Qué opina ahora de las imágenes de la farmacia? «Me encanta que haya aparecido este video porque es una forma de reafirmar lo que yo estaba diciendo. Hay muchos que hablan de ‘como quieren en Chile al amigo cuando es forastero’ pero ésta es la realidad, quieren al forastero sólo cuando es rubio, alto y de ojos azules», sostiene.

Y es que en muchos chilenos se ha creado la sensación de que estamos invadidos por los inmigrantes, aunque la última Encuesta Casen determina que sólo corresponden al 2,7% de la población, es decir, algo más de 465.000 personas.

Esto significa que estamos lejos de tener cifras de países desarrollados, cuya población de inmigrantes supera los dos dígitos según la ONU. De hecho, la realidad más cercana son otros países de Sudamérica: Ecuador (2,3%), Paraguay (2,3%) y Uruguay (2,2%).

Quizás el problema, como dice Sandra, es que los inmigrantes que llegan a Chile no son -solamente- rubios, sino de otras razas, entre ellas indígenas andinos y afrodescendientes.

Y aunque la gran mayoría dice haber venido a Chile buscando mejores oportunidades laborales, esa no fue el caso de Sandra. Ella se vino por amor.

Luego de un fracaso matrimonial conoció a un chileno por internet y, tras entablar una relación amorosa y llamarse por teléfono a diario, decidió agarrar sus maletas y viajar a nuestro país a conocerlo. «Él no me dijo que viniera pero hablamos por mucho tiempo y él desapareció, entonces yo tenía que ver qué pasaba», recuerda.

Era febrero del 2001, cuando no había facebook ni whatsapp. Tras cinco días de viajar por tierra, llegó de Cali con 25 años, dejando a sus padres y a su hijo de siete años por un tiempo.

Sin embargo, las cosas no fueron bien desde un principio. Él ni siquiera le contestaba el teléfono y tuvo que insistir unos meses para que se conocieran, hasta que él aceptó. «Yo estaba tan enamorada de él que quería conocerlo físicamente, no me importaba nada más».

Este loco amor hizo que en junio de ese año se casaran. «Pero fue una tortura la vida con él, hubo mucha violencia física y sicológica», asegura, y reconoce que poco a poco se fue dando cuenta de las mentiras que habían envuelto su relación.

Durante un tiempo, Sandra volvió a su país a visitar a su hijo pero a su vuelta descubrió que ese gran amor ya estaba viviendo con otra mujer. Con el corazón destrozado y el matrimonio roto, decidió quedarse por un tiempo por orgullo. «Yo había salido de mi casa diciendo que iba a estar mejor y que iba a trabajar y estar bien, por lo tanto no podía volver», se defiende.

Trabajó en una empresa de productos para mascotas, pero tras una segunda fallida relación se quedó en Santiago buscando una nueva oportunidad. Le ofrecieron ser manicurista, pero ella quería desarrollar su profesión de mecánica dental o dedicarse a las ventas. Hasta que un día, otra colombiana le contó que le iba muy bien haciendo manicure. Finalmente aceptó.

«En Chile la gente confía mucho en las colombianas en el rubro de la peluquería», asegura. Y no se equivoca. Desde entonces no ha parado y siempre le ha sido fácil encontrar trabajo.

Ser una inmigrante negra

«En la sociedad chilena es complicado entrar. Primero te miran, te investigan, te preguntan hasta cuánto ganas para sacar conclusiones de ti. Pero cuando ya estás adentro de sus vidas, eres parte de su familia», cuenta Sandra.

Y agrega: «Dicen que los argentinos son agrandados, pero más agrandados son ustedes, al  juzgarte por la profesión que tengas o por dónde vivas. Yo no estaba acostumbrada a eso, en Colombia uno tiene amigos de muy buena posición económica o de un nivel más bajo sin importar.»

Una de las cosas más discriminadoras que ha vivido en nuestro país fue cuando le dijeron en un restaurante que no atendían ni a extranjeros ni a negros.

«Lo peor es el día a día en la calle, donde te insultan gratuitamente, o te miran las nalgas o te quieren manosear en el metro y como una los enfrenta te salgan con cosas como que estás en su país y que si no te gusta te vayas», explica.

Algo parecido le pasó a su hijo que se vino a los 15 años, pero que después de tres decidió volver a su país: «No se pudo adaptar, pasó por varios colegios, pero sufrió bullying, se sentía muy inseguro, creía que todos lo miraban por ser diferente».

Sandra reconoce que a veces  también se ha querido ir, pero con más de 15 años en Chile ya siente que éste es su hogar: «Tengo, por así decirlo, una mamá chilena, hermanos chilenos, hijos chilenos, todos adoptados por el corazón, además de grandes amigas».

Sabe que los colombianos y chilenos somos distintos. Le molesta que acá nadie salude cuando se sube a una micro  o no entiende por qué las parejas pagan a medias: «Las mujeres colombianas estamos educadas para casarnos y atender al hombre, y él esta educado para mantener una casa y a su mujer. Por lo tanto el hombre invita todo, jamás una mujer paga. Eso está en el chip de cada una y eso es la honra de él».

Le gusta la comida chilena, las carreteras, la educación vial y la facilidad que hay para adquirir cosas y comprar de todo, y hasta para encontrar trabajo. Pero también cree que el chileno tiene un humor agresivo. «Tienden a darte puñaladas pero con ternura: ‘oye y Pablo Escobar’,’ oye y la droga’ y preguntas horrorosas, y los chistes de que todas las colombianas son putas y los colombianos narcotraficantes», relata.

Lo que si le agrada es que el chileno sea menos «tropical» como ella dice, es decir, menos bullicioso y escandaloso en la calle. «A mí me gusta la tranquilidad de acá. Y el que llega debe acostumbrarse, dejar la rumba con el equipo a todo volumen y adaptarse», enfatiza.

Lo que Sandra pide es que los chilenos nos demos el tiempo de conocer a los inmigrantes antes de juzgarlos. «No se basen en los diarios ni en la tele amarillista que sólo habla del extranjero que viene a delinquir. Dejen los estigmas y véannos como seres humanos. Muchos de ustedes tuvieron que salir en un momento de su historia y cuando uno sale quiere ser bien recibido, independiente de las razones por las que dejaste tu país»; reflexiona.

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