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Ni un perreo menos o el reggaetón como metáfora social Yo opino

Ni un perreo menos o el reggaetón como metáfora social


Desde hace algunos años, la sociedad chilena en su conjunto baila al ritmo del reggaetón, sin darse cuenta. Es que este estilo musical llegó a Chile para quedarse, con sus letras pegajosas y de alto contenido que han calado hondo en el tejido social al punto de ser un estilo de vida y no una mera moda. Ha sido impulsado y difundido masivamente por los medios de comunicación siendo garantía de éxito comercial y de altos índices de rating, algo escaso en la televisión chilena hoy.

Y sin duda que las redes sociales son un aliado más para la difusión de este género musical que rinde tributo al cuerpo femenino, con su culto a la voluptuosidad, y por qué no, a la libertad sexual. Este ritmo es un éxito también en redes sociales, pues si se revisan algunos de sus temas insignes en youtube, estos tienen millones de visitas. El reggaetón es “democrático” y transversal, cualquiera puede deleitarse escuchándolo, está ahí “a la mano” y sin tener que pagar por un disco se descarga y se puede “perrear” fácil y económicamente.

Vivimos en una sociedad muy distinta a la de hace algunas décadas, y el reggaetón es un aliciente de este cambio de paradigma. Junto a las redes sociales promueve otro tipo de comunicación entre los seres humanos, una comunicación explícita, funcional, llegando a ser una transacción comercial de personas, lo que propende a una exacerbación de lo aparente, vacío e insustancial.

Vivimos hace algún tiempo en una lucha por el reconocimiento, en una lucha para que el estado visibilice minorías y el reggaetón, en tanto fenómeno social, es una muestra en esta empresa, pues gracias a sus letras podemos hacer una suerte de catastro de lo que somos como sociedad a nivel público. La objetualización y violencia hacia la mujer que antes acontecían en el más absoluto desconocimiento y naturalidad vienen ahora con efervescencia a pasar a primer plano: ya no es la cocina el lugar de dominación, ahora un pub o una discoteque, un club o una mansión, son los escenarios perfectos para que las mujeres sean lo que por siglos han sido, un objeto más para el goce de la figura masculina, para que sus curvas de carne cumplan con su único fin y objeto, ser la subyugación manifiesta de los hombres.

[cita tipo=»destaque»] El reggaetón como tal, es una manifestación/espejo social de lo que sucede con la vulneración de nuestros derechos ¿No es acaso injusto la desigualdad no solo de género, sino que económica, social? El trato que sufren las personas en los hospitales, las condiciones en que viven los reos en las cárceles, el trato inhumano de los trabajadores con sueldos de miseria, la precaria educación que reciben los niños y las niñas que aún yendo a las escuelas no son capaces de comprender un texto. [/cita]

Es que realmente el reggaetón es un fenómeno masivo que irrumpe con violencia, tanta violencia como las que sufren a diario millones de mujeres. No podría ser de otra manera, era necesario que surgiera este fenómeno musical para vernos en el espejo del “perreo”, que como metáfora social posibilita abrir los ojos para caer en la cuenta de cuán dañados y vacuos estamos como sociedad.

Parece que no importa si es Maluma, Daddy Yankee o Don Omar, lo cierto es que una manifestación social y tan masiva como lo es este ritmo, no tiene nombre ni apellido, lo que realmente es necesario observar es que bajo la cáscara palpable del cuerpo/objeto femenino, se oculta la humillación y la aberración humana, travestida de luces, joyas y lujos, se evidencia explícitamente la cosificación de sujetos autónomos que sólo vienen a exhibir una aparente libertad sexual. Y al parecer tampoco importan si tienen nombre y apellido los hombres criminales que violentan, asesinan, queman, descuartizan, ahogan, sacan los ojos a miles de mujeres en Chile y en el mundo.  Sin embargo, debería ser importante saber a quién responsabilizar, a quién exigir respuesta de lo que sucede, pero aun cuando nadie se responsabiliza porque la música no tendría una función educativa sino que de mera entretención, mi interés recae solo en destacar qué es lo que simboliza este género: un país profundamente degenerado, salvaje en todo orden de cosas, primitivo en el sentido peyorativo del término.

El reggaetón como tal, es una manifestación/espejo social de lo que sucede con la vulneración de nuestros derechos ¿No es acaso injusto la desigualdad no solo de género, sino que económica, social? El trato que sufren las personas en los hospitales, las condiciones en que viven los reos en las cárceles, el trato inhumano de los trabajadores con sueldos de miseria, la precaria educación que reciben los niños y las niñas que aún yendo a las escuelas no son capaces de comprender un texto. Obviamente que en este último ejemplo, el de los niños y niñas,  es más fácil saber leer los deseos de nuestro cuerpo que mal canalizados gravitan en saber “perrear” y querer ser un Daddy Yankee o un Maluma, que leer comprensivamente un texto, algo que depara esfuerzo y perseverancia.

El reggaetón que ha sido cuestionado últimamente, es sólo un síntoma de lo que adolecemos como sociedad. Otros síntomas visibles son el exitismo social, las imágenes “felices” de la vida que se comparten en Facebook, la vida prefabricada que muchos siguen, en definitiva: el desarrollo y establecimiento de un modelo/fórmula de vida para ser felices. La felicidad que se persigue hoy tiene su expresión en la inmediatez y el consumo, se basa en lo material y necesita de un hedonismo brutal, tan brutal como el que exhiben los videos del reggaetón, videos donde el cuerpo es el único protagonista, redundando todo esto en la necesidad de  validación social o los “me gusta” que tiene una imagen/video.

Porque incitar el cuerpo de otro para movilizarlo y tener sexo, tocar el cuerpo de otro no es algo negativo per se, de hecho el lenguaje corporal puede ser el más exquisito para expresar amor o placer, lo cuestionable es qué se busca al “perrear”, lo violento es que un cuerpo se transforme en un medio para un fin egoísta, en un mero objeto. Y no sólo es violento para quienes sostienen esas prácticas, es violento también desde el punto de vista social.

Los chilenos y chilenas estamos siendo sujetos automatizados, predecibles, y complemente manipulables a partir de lo sexual, y esto va más allá de una discusión de género (que por cierto, es preciso dar). El macho que violenta, también fue violentado, porque en última instancia ese “macho viril” que golpea a una mujer para demostrar su fuerza y hegemonía también fue niño y lo más seguro es que fue vulnerado en su inocencia, en su dignidad y en sus derechos al estar en cierta medida determinado socialmente a desarrollarse como un criminal.

Vivimos inmersos en un reggaetón, para bien o para mal. Sólo quiero decir que este ritmo centroamericano es la pareja perfecta de todo un sistema donde prima la apariencia, donde un gran vacío existencial lo llenamos con lo momentáneo y evanescente, en el que pedimos a gritos como sociedad el ser amados y respetados, tomados en cuenta más allá de lo sexual, de lo que puede otorgar un encuentro sexual.

Mientras, esta sociedad sigue bailando reggaetón. Qué placentero, ¿verdad?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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