Publicidad
Guía para madres y padres: cómo prevenir el abuso sexual, entenderlo y apoyar a las víctimas Yo opino

Guía para madres y padres: cómo prevenir el abuso sexual, entenderlo y apoyar a las víctimas

Publicidad
Johanna Narr
Por : Johanna Narr Psicóloga Clínica en orientación familiar, especialista en víctimas, con enfoque de género. Psicoterapia especializada en abuso sexual y violencia intrafamiliar. Ha realizado diversas publicaciones con temáticas en Violencia Intrafamiliar, Abuso Sexual y la mirada desde lo penal, y en temáticas familiares y de crisis vitales que afectan a las mujeres y niños dentro del contexto de una sociedad patriarcal.
Ver Más


Decir que es «difícil» enfrentar una situación de abuso sexual es como decir que es «triste» perder a un ser querido. Cualquier palabra se queda corta para referirnos al impacto psicológico, emocional y socioafectivo que supone en la víctima el hecho de estar sometida a una situación de este tipo.

La gravedad del daño de una víctima de abuso sexual dependerá, según mi experiencia y según estudios acerca del tema, de la edad de la víctima, de la frecuencia y el tiempo al que estuvo expuesta a tales abusos y del vínculo que se tiene con el agresor. También hay muchos otros factores que influyen, como el nivel de herramientas previas de la víctima antes de la ocurrencia de dichas situaciones. Sin embargo, las tres nombradas me parece que son las que definen un pronóstico más o menos favorable en la reparación del daño de este tipo de víctimas.

Antes que nada, es importante despejar la idea errónea de que la violación (en donde existe penetración vaginal, anal o bucal) trae consecuencias más graves que el abuso sexual (en el cual no existe penetración, pero sí tocaciones y/o otros elementos definidos en la ley). Eso no es tal: las consecuencias que presenta la víctima -a nivel de aparato psíquico- pueden ser exactamente igual de graves haya ocurrido penetración o no. Y este tema es algo que debiera ser difundido en la sociedad para que, de una vez por todas, se dejen de minimizar las diferentes formas de violencia que se encuentran instaladas hacia los sectores de menor poder, tales como mujeres, niños u homosexuales, que son el grueso de estas víctimas.

Un niño, niña o adolescente, e incluso alguien de más de 20 años, sometido a violencia sexual por parte de una figura importante a nivel emocional y familiar -tal como padre, hermano, abuelo-, durante un tiempo prolongado y sin develar dicha situación, por lo tanto sin apoyo de familiares ni de psicoterapia, es alguien que probablemente sentirá mucha rabia hacia sí mismo, ya sea consciente o inconscientemente. La razón es que el vehículo del abuso fue su propio cuerpo, el que probablemente habrá reaccionado a los estímulos sexuales, dejando una confusión enorme en su autopercepción: el cuerpo reaccionará a los abusos, generando placer corporal, pero al mismo tiempo generando un dolor emocional que pareciera incompatible.

[cita tipo=»destaque»]  Debemos tener mucho cuidado con el «nunca dejes que te toquen» que decimos los padres. Es necesario explicar mucho más que eso. Debemos al menos agregar «y si te tocan no es culpa tuya». [/cita]

Es liberador para la víctima instalar este tema en la terapia. De manera delicada y dependiendo de qué edad tiene el niño o niña, debemos pensar que la víctima, luego de esta situación, se encontrará con una desestructura mental debido a un trauma importante que dividió su vida y su autopercepción en un «antes» y un «después». Él o ella no entiende mucho de lo que sucedió durante el abuso, pero sí siente fuertes emociones que generan un profundo daño emocional. Entre ellas, las más importantes son:

1.- Siente que es su culpa. Esta creencia se instala como una de las peores consecuencias, la que lleva a todos los síntomas que se expresarán a través de actos y pensamientos autodestructivos. Es por eso que debemos tener mucho cuidado con el «nunca dejes que te toquen» que decimos los padres. Es necesario explicar mucho más que eso. Debemos al menos agregar «y si te tocan no es culpa tuya y te sentirías bien si me contaras porque yo te apoyaría y siempre te creería. Yo soy quien te protege, eso hacen las madres».

2.- La responsabilización. Cuando somos muy niños nos responsabilizamos por cualquier cosa que genera emociones de tristeza o de dolor en nuestros padres: las separaciones, las peleas, las agresiones, incluso cuando existe violencia en la pareja, los niños se culpan por no proteger a la madre. Y como en esa primera etapa no somos capaces de pensar que los padres están equivocados, si se genera una situación de abuso y luego aparece la dinámica del silencio, la primera pregunta que se harán los niños es «por qué no pedí ayuda, por qué no grité, por qué no le pegué, por qué no lo conté».

Y al buscar algo coherente llegarán a la conclusión de que les gustó, o de que debieron ser más valientes o más fuertes, o debieron tener más confianza. Este punto es importante de aclarar a los padres. La pregunta NO es «¿por qué no me tuvo confianza?», la pregunta es «¿qué hice yo o que me faltó en la relación para no lograr haber desarrollado un vínculo de confianza con en él o ella»?… o bien «¿por qué no logré transmitirle que lo más importante para mí es su felicidad?».

La dinámica del secreto se instala debido a factores sociales, culturales y transgeneracionales que dan una base para que la víctima reaccione de esta manera. Debe existir un tipo de vínculo dentro de las familias en donde, por una u otra razón más o menos inconsciente (dependiendo del caso) se traspasa -como una creencia transgeneracional- que los niños tienen menos poder que los adultos en todo ámbito de cosas, que sus temas no son tan importantes y que cuando pasan cosas que no los hacen ser «seres queribles» prefieren esconderlas para que la imagen de «niño bueno» no cambie frente a sus padres. Esto genera luego una explosión de rabia que se observa con el paso del tiempo en conductas de rebeldía, de oposicionismo o de agresividad, entre otras, las que se vuelven contra sí mismo porque se sienten desprotegidos.

No se permiten sacar la rabia hacia la mamá, ya que la culpa no es de ella (sienten que la culpa es de ellos o ellas y a veces entienden que también del agresor), se la guardan y cuando esta culpa explota (como una ollita a presión) se vuelve contra sí mismos, odiando lo que son, debido a que sienten que el abuso los contaminó por completo. Por eso el rechazo hacia el cuerpo es generalmente evidente debido a los problemas que aparecen con la autoimagen, con la comida, etc.

3.- La vergüenza. Existen muchos casos, yo diría en la mayoría, en la que se dan los factores mencionados de vínculo cercano, alta frecuencia y estabilidad en el tiempo, aparece la sensación de que el cuerpo sintió cosas agradables, en ocasiones, que reaccionó al estímulo de las tocaciones o de la violación (cuando son adolescentes), por lo tanto desarrollan una idea a la base de su estructura de personalidad (la que se encontraba en formación de la identidad), de que se merecen lo que están viviendo porque (muy en el fondo) son malas personas por «gustarles» algo tan horrible.

Acá me quiero detener, ya que creo que hay que enseñar a la sociedad a través de este tipo de artículos para que no sólo quienes somos especialistas manejemos esta información: cuando se abusa sexualmente de un niño o una niña, a través de un cariño «extraño» (pero cariño al fin), a través de regalos o simplemente de palabras lindas que lo hacen sentir el «especial» o el «elegido», el abusador está vinculándose con ese niño, haciéndole creer que es responsable de lo que pasa y que tienen una especie de «trato» de común acuerdo.

El cuerpo del niño comienza a ser estimulado de manera temprana en zonas que aún no debieran ser estimuladas por la inmadurez de su estructura mental y sobretodo emocional. Frente a esta sensación de «placer corporal» (y lo pongo entrecomillas debido a que sólo es una manera de explicarlo y no se relaciona en ningún caso con algún tipo de placer), el niño concluye que le gustó y esa sensación lo hace sentir una persona cochina, sucia, mala, despreciable que se merece ser abusada.

Si todos supiéramos que esa es una simple reacción a un estímulo y que es una de las consecuencias más graves del abuso, las víctimas no tendrían tanto temor a hablar ni se sentirían tan culpables de las violaciones sufridas (de hecho el acto de violar a mujeres e incluir en las violaciones llevarlas al orgasmo, se utilizó como arma de tortura hacia mujeres por la desestructura que produce a nivel de la personalidad y por el grave deterioro en su autoimagen debido a que sienten que el agresor ha invadido su cuerpo y además su mente). El ejercicio que hago siempre en mi consulta es el siguiente: pongámonos en una situación de felicidad y piquemos una cebolla, si bien nuestros ojos lloran, nuestras emociones dicen lo contrario, es decir, estoy feliz, sin embargo, lloro.

Esto es porque el cuerpo reaccionó a un estímulo externo: la cebolla. El «placer corporal» que aparece frente a los abusos sexuales es el llanto frente a la cebolla, nada más. La víctima puede estar sufriendo más que nunca, sin embargo, el cuerpo reacciona independiente de los sentimientos que tiene la víctima en ese momento. No hay culpa ni responsabilidad. Nunca. Decirle eso a un niño o a una niña produce una liberación con la que empieza el proceso de sanación. Todos deberíamos saberlo.

Sin duda y no quiero que se malentienda, existen procesos diferentes en cada víctima, así como en situaciones en donde no aparecen por parte del agresor elementos de «seducción», en el cual el hecho de trauma será más agresivo y coercitivo a través de agresiones físicas o psicológicas, amenazas o manipulaciones. Las víctimas de este tipo de abusos tienen mejor pronóstico, aunque el hecho sea igualmente grave y doloroso, que aquellas a las que me referí en casi todo el artículo en donde se observan el mayor porcentaje de ideaciones e intentos de suicidio y suicidios consumados. Las víctimas de violaciones por parte de personas fuera del grupo familiar (tan solo el 10%) presentan temores intensos y daños profundos, sin embargo, son capaces (en su mayoría) de visualizarse a sí mismas como víctimas y el agresor es lo odiado; las víctimas que se sintieron parte de una «relación de abuso» y fueron víctimas de la dinámica del silencio, no logran sentirse víctimas y por lo tanto «lo odiado» está dentro de ellas mismas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias