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Crianza respetuosa: ¿Cómo separarnos de nuestros hijos? Yo opino

Crianza respetuosa: ¿Cómo separarnos de nuestros hijos?


Hoy nos encontramos en un momento socio histórico donde parece predominar una especie de profesionalización de la crianza, una especie de manualización del cómo sostenernos en nuestro lugar de padres y madres para no generar traumas o complejos a nuestros hijos. Tal vez esto está ligado a cómo las generaciones actuales de padres de niños pequeños tuvieron experiencias con sus propios padres que hoy pueden pensar y cuestionarse a raíz de los nuevos desarrollos de la cultura y de la psicología, algo que antes no podía hacerse.

Sin embargo, ello ha generado una sensación de incertidumbre y pérdida frente a lo anterior. Hay una sensación de ya no saber cómo ser o qué hacer con los hijos; una vez que uno ya no se sostiene desde eso previo, -porque a su vez socialmente ya no es válido pararse desde eso anterior para criar- nos deja la pregunta ¿entonces, desde dónde?

Allí aparece la crianza respetuosa a tratar de llenar un vacío causante de angustias muy dolorosas para los padres actuales. Pero que como todo, no puede llenarlo, pues tal vez no hay otro que nos pueda decir cómo cada uno de nosotros puede maternar o paternar. Y allí corremos el riesgo de que esa crianza respetuosa que viene a ampararnos como padres y a abrir un camino diferente para los niños, pueda caer como una exigencia a la cual no se puede responder.

[cita tipo=»destaque»] Nos encontramos con padres culposos de dejar a sus hijos al cuidado de un tercero, del ingreso al jardín, de poder poner límites claros y decir no. [/cita]

En la consulta escuchamos a los padres agobiados y preguntándose ¿cómo todo va a ser contención? ¿Cómo va a ser todo libertad? ¿Entonces nosotros qué hacemos como papás? no porque la teoría de crianza respetuosa hable de eso necesariamente, sino porque aparece la sensación de estar descolocados de su lugar, con una sensación de descontrol frente al niño o de estar a su merced, ajenizados de su rol, y con el dolor consecuente de no sentirse genuinos en su paternar y maternar.

El transitar, entonces, necesario, parece un imposible.

¿Cómo transitar de lo previo a lo actual? ¿De la crianza de la vieja usanza a la crianza respetuosa? Estas preguntas parecen no ser autorizadas para su enunciación, y así, el transitar que cae bajo el tabú, o bien, bajo la noción de exigencia de tener que sostenerse desde estas nuevas teorías, como si quienes son padres hoy no contaran con una historia propia y atravesada por la cultura -de ambos tiempos: el anterior de su propia crianza y el actual en su función de padres-.

Aparece entonces la dificultad para crear un lugar propio para criar a ese sujeto niño y sujeto niña con sus necesidades particulares, como si no estuviese “autorizado”, desde donde, a su vez, se dificultan las posibilidades de acompañar al niño en la medida de lo que vaya trayendo espontáneamente con su devenir sujeto.

Dentro de este contexto, aparece algo así como el temor particular; el de dañar a los hijos si uno no está siempre disponible, presente, y conteniendo. Y el temor a dañarlos en los procesos que antes eran percibidos como necesarios, pero que hoy son cuestionados: destete, dormir solos, control de esfínteres, estar al cuidado de otros, ir al jardín.

Transitar de la infancia temprana dando paso al grupo social, para que entre algo de mundo y venga a airear la díada, parece hoy particularmente complejo. La pandemia no ayudó a este cometido, en tanto generó más encierro y al mismo tiempo un mayor replegamiento de los padres e hijos, sosteniendo la idea que como padres “se puede estar ahí más para ellos”, el trabajo desde la casa generó también la ilusión de estar siempre para ellos y reforzó o generó la idea de que fuera de la casa está la amenaza, lo que viene a interferir.

Hoy día sabemos que los procesos de separación generan angustias tanto en los niños como en los padres, por lo cual, una forma de llevarlos a cabo es de forma respetada; respetando los tiempos del niño, otorgándole un tiempo de transición. Pero creemos que para transitar deben existir dos puntos, el de partida y el de llegada, para que así se constituya un recorrido: “te acompaño, hasta que tú puedas hacerlo solo/a”, porque si te acompaño para siempre, sin límite de tiempo, no hay un tránsito de un punto a otro, e instalo una forma de hacer las cosas. Entonces, el tránsito queda detenido, fijado en un punto del cual parece imposible salir sin la fantasía de daño.

En este punto encontramos en la clínica que se hace muy difícil el tránsito a la separación. Es decir, el posibilitar que el niño pase de ese momento donde tiene la ilusión de ser una unidad con su cuidador a que la realidad vaya entrando de a poco, con sus consecuentes frustraciones, pero también dando espacio a que entren otras personas en escena, y que el niño pueda empezar a diferenciarse de sus padres, creando una subjetividad, lo cual sólo es posible por fuera de esa unidad.

¿Qué ocurre entonces con las primeras separaciones? que vale agregar, son necesarias y subjetivantes. Nos encontramos con padres culposos de dejar a sus hijos al cuidado de un tercero, del ingreso al jardín, de poder poner límites claros y decir no, allí donde no todo puede ser permitido. La renuncia a ciertos privilegios propios de la infancia temprana queda en pausa.

Las separaciones se evitan y se pospone la entrada de la realidad y la entrada al grupo social; al grupo de pares y a la vida en sociedad como sujeto separado de los padres. Acá comienzan ciertos conflictos. Algunos padres hablan de dificultad en la autonomía, otros de miedos a estar solos y no poder dormir, otros de tener un hijo que está hiperalerta a todo lo que les pase, con temores a que algo les haga daño.

Hay madres que manifiestan encontrarse agotadísimas después de amamantar por más de 3 años, algunas, debido al agobio, desean destetar en un día, y otras esperan a que los niños muestren que ya no lo necesitan. A veces incluso no hay ni espacio psíquico para pensarse como mujeres más allá de las demandas de sus hijos, como si en éstas ellas se disolvieran también, como sujetos.

Madres y padres manifiestan sentirse igual de desbordados que sus hijos. Des-bordados; podríamos pensar que precisamente es ese borde que separa del otro y contiene en la subjetividad a cada quien, ya no sostiene.

Padres exigidos y niños confundidos, con poca distancia para diferenciar qué de esos temores son de los padres, de los hijos, o de todos como sociedad. Miedo a separarse por miedo a sufrir. Miedo a separarse para que los hijos no sufran, pero, ¿se puede crecer sin sufrir?

Consideramos necesario plantearnos estas preguntas para poder pensar lo que está pasando en la actualidad desde los modelos de crianza que proponen una idea a priori de ser padres y madres, un ideal de ser, que en la clínica aparece con mucho conflicto, confusión, miedo, angustia. El deseo se posibilita en el espacio, en los ires y venires, en el juego de presencia-ausencia, tránsitos que hoy día están siendo tremendamente difíciles.

En ese sentido, la distancia de los padres frente a tareas que el niño puede realizar por sí mismo o frente a momentos en que otros toman el protagonismo del cuidado o bien, de lo que el niño puede necesitar, nos parecen fundamentales para la tarea de subjetivación en el niño. La ausencia se sitúa como estructurante en tanto, de manera pausada y conectada a cada niño, permite la entrada de la realidad. Y sí; de la realidad con sus satisfacciones pero también con sus dolores y frustraciones, los cuales el niño usará para constituirse como sujeto.

Los procesos entonces de separación, que colocan bordes que contienen quien es el niño, y que estructuran donde comienza y termina el otro; madre y padre, requieren de tolerar ese camino y situar un punto de llegada diferenciado. Donde, como decíamos; “te acompaño mientras me necesites, para que puedas hacerlo luego tú solo”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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