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Ley Adriana: Una oportunidad histórica para el cambio BRAGA

Ley Adriana: Una oportunidad histórica para el cambio

Marcela Puentes
Por : Marcela Puentes Directora de la Escuela de Obstetricia y Neonatología de la Universidad Diego Portales, ganadora del Premio a la Defensa de los Derechos de la Mujeres otorgado por la Confederación Internacional de Matronas.
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La violencia gineco obstétrica es un tipo de violencia hacia la mujer y las personas gestantes que transgrede los derechos humanos y reproductivos de ellas, generando el quebrantamiento de los derechos de igualdad y no discriminación, coartando el derecho a información, integridad, salud y autonomía reproductiva. La Ley Adriana es una norma amplia que da respuesta a una demanda histórica de las mujeres y sus cuerpos, pues viene a romper con el orden biomédico actual. Este avance avances necesita del compromiso de toda la sociedad y debemos trabajar para reflejar los esfuerzos en las futuras generaciones, desde todos los espacios posibles.


Hace casi dos años que la Ley Adriana fue aprobada en general, iniciativa que busca tipificar la violencia gineco obstétrica ejercida por el personal de salud -que sustenta un rol de autoridad técnico- en contra de mujeres y personas gestantes que se encuentran en procesos reproductivos. Esta también reconoce que cualquier utilización del estatus de poder de manera inadecuada puede generar daño en las mujeres, junto con perjudicar la interacción con el o la profesional, la cual debiera estar basada en el respeto y valoración por quien se atiende.

La violencia gineco obstétrica es un tipo de violencia hacia la mujer y las personas gestantes que transgrede los derechos humanos y reproductivos de ellas, generando el quebrantamiento de los derechos de igualdad y no discriminación, coartando el derecho a información, integridad, salud y autonomía reproductiva.

La Ley Adriana es una norma amplia que da respuesta a una demanda histórica de las mujeres y sus cuerpos, pues viene a romper con el orden biomédico actual, donde las mujeres somos concebidas como objetos de estudio y no de derecho. La iniciativa, por tanto, busca integrar a todos los grupos humanos que tienen capacidad reproductiva bajo esta definición, y visibiliza también que tanto niñas como adolescentes son sujetas de derecho; e incluso, da un espacio a las mujeres privadas de libertad, que aunque estén cumpliendo una pena, no dejan de ser personas

Hemos aprendido de nuestras compañeras latinoamericanas lo necesario, que es poner en letra y ley el deseo y cuerpo de la mujer como protagonistas de sus procesos reproductivos, relevando y visibilizando más formas de violencia. No solo la obstétrica, sino que aquella que se genera en otros espacios poco reconocidos (muerte gestacional o perinatal, postparto y aborto en las causales establecidas por la ley, así como también en torno a su salud sexual y reproductiva). La Ley Adriana, además, es equitativa para servicios públicos y privados, generando esperanza y demostrando un esfuerzo desde el Estado respecto del reconocimiento de derechos que en el mundo son básicos hace décadas.

Situar a las mujeres como protagonistas de sus procesos reproductivos y no meras espectadoras requerirá de aunar voluntades y crear consciencia de que esta no es una amenaza, sino que un gran logro, y que la forma en que interactuemos como sociedad, se verá reflejada en su implementación como un paso evolutivo.

Los avances necesitan del compromiso de toda la sociedad, y en especial del mundo académico, para que la formación de nuevas generaciones de profesionales los transforme en verdaderos agentes de cambio y renovación.

Es necesario que desde las instituciones formadoras de profesionales de la salud se trabaje en conjunto al Estado para generar las condiciones necesarias en su implementación. Sabemos que los recursos son escasos, sin embargo, existen espacios para que los pequeños cambios, acompañados de buenas voluntades, ingenio y certidumbre que se está haciendo lo correcto, puedan hacer la diferencia en la vida de las mujeres y su recién nacida/o.

Los planes de estudios deben reflejar estos esfuerzos, comenzando por trabajar por el buen trato en las aulas, centros de práctica y desde las primeras experiencias clínicas con las/os estudiantes, ya que quien aprende en un ambiente de cuidado y respeto, lo replicará en el sitio que vaya y ejerza como profesional. Es necesario también integrar conscientemente en el currículum la perspectiva de género y la atención basada en los derechos humanos como piedra angular de la formación.

También es importante reconocer y agradecer los esfuerzos individuales y colectivos de muchas/os que dan vida a estos cambios en la salud pública y privada.

Las esperanzas siguen vivas y puestas en que eduquemos para que la atención de salud -y sobre todo en el ámbito de la reproducción- sea respetuosa, cercana, y que valore y mire a los ojos a quien está viviendo estos procesos tan transcendentes y de gran vulnerabilidad, que además tenga la humildad de reconocer sus limitaciones, sea mediadora y no protagonista de sus decisiones. Finalmente, que intente por todos los medios disminuir al máximo el sufrimiento y el dolor de quien busca nuestra ayuda, considerando que cada persona posee una historia y un nombre, que la hace única y dignataria del mayor de los respetos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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