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Porque con solo desear ser madre no alcanza: una mirada profunda a la baja en la tasa de natalidad BRAGA Créditos: Pexels

Porque con solo desear ser madre no alcanza: una mirada profunda a la baja en la tasa de natalidad

Detrás de la baja tasa de fecundidad en Chile, se ocultan complejidades que van más allá de lo económico. Las mujeres, enfrentando presiones sociales y laborales, toman decisiones difíciles. ¿Qué necesita entonces una mujer —una familia chilena o migrante— para poder tener hijos?


Desde que, en el 2023, el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) lanzara la última estadística de la tasa de fecundidad en Chile, han aparecido, cada dos o tres meses, oleadas de reportajes al respecto. En general, se establece que las mujeres y jóvenes chilenas han cambiado su patrón reproductivo priorizando lo académico, laboral y/o económico. 

Esto se describe como un fenómeno propio de las generaciones actuales, explicado como una decisión meramente interna, perdiendo de vista la dimensión colectiva inherente a la maternidad. En pocos casos se cuestiona qué es lo que motiva estas decisiones, pudiendo caer en una visión simplista, como, por ejemplo,“las nuevas generaciones no quieren ser madres”. 

Podría leerse entre líneas la insolente pregunta: ¿acaso no piensan en los problemas que genera tener una tasa de fecundidad de 1,3 hijos? Según el INE, el ideal es tener una tasa de reemplazo generacional de 2,1. 

El envejecimiento de la población chilena es una realidad que impacta directamente en problemas de salud, disminución de fuerza laboral, merma en la productividad y un sinfín de repercusiones principalmente socioeconómicas y políticas, pues con una población envejecida se complica plantear cambios y adaptarse a la contingencia. 

De acuerdo a estudios demográficos, esta tendencia se mitiga con la población migrante, que mantiene patrones reproductivos más consistentes con el reemplazo generacional. Sin embargo, debemos tener presente que no son una población fija; se mueven de acuerdo a los contextos políticos, económicos, sociales, y su integración local. ¿Deberíamos considerar estas condiciones? 

Miremos todo lo anterior. ¡Qué carga llevamos encima las mujeres! 

No podemos asumir que el deseo de maternar es inherente al género, y quienes maternamos tenemos por delante una tarea compleja, llena de matices y exigencias. Si solo se analiza la tasa de fecundidad en términos económicos o de inconveniencia para el sistema, se pasa por alto el contexto en el que se exige criar o migrar.

Relevar el impacto que tiene para el sistema social y económico, el querer —o no— ser madre, sin cuestionarse qué le ocurre a quienes toman la decisión, es quedarnos cortos en la mirada. Poner sobre la mesa el “privilegiar” lo académico o lo profesional, sin mirar cómo criamos en Chile hoy, es quedarnos cortos en la mirada. Suponer que “el problema se resuelve” con la población migrante, es desconocer lo que acontece en lo que respecta a ser mujer-madre-migrante. Y eso, es quedarnos cortos en la mirada. 

Si dos personas deciden tener hijos, uno de los dos deberá posponer varios aspectos de su vida. En los inicios, es la mujer, quien por motivos biológicos, deberá pausar sus actividades, asumiendo un castigo sociolaboral y cargando con la brecha económica y profesional que se produce al detener la vida productiva.

Luego, comienza una caminata sobre la cuerda floja para articular la nueva configuración vital, donde siempre deberá asumirse un costo, ya sea laboral, al renunciar o disminuir el rendimiento; socio-emocional, al tratar de mantener todo como antes, enfrentando a la ambivalencia de no poder con todo y cargar con culpas que ya se van haciendo transgeneracionales; e incluyendo costos vinculares, asociados a los cambios que se producen en los patrones de relaciones afectivas, con otros y con la pareja.

Esto sucede en un entorno que es incapaz de sostener a la nueva díada. El nacimiento acontece a puertas cerradas, inmersos en un contexto social y político indolente a la familia que nace. Cuando se origina una díada madre-bebé hay que plantearse una serie de preguntas como sociedad: ¿cómo se sostienen esa mujer y su bebé?, ¿se les apoya y respeta?, ¿son tratados dignamente, evitando comentarios lamentables tipo “ella quiso ser madre”?, ¿qué pasa con el equilibrio familiar?, ¿hay equidad en ello?, ¿cuál es el rol que cumple el padre/pareja en toda esta ecuación?, ¿qué sucede cuando ese padre/pareja no existe? 

¿Serán estos algunos de los factores que inciden en los datos de baja fecundidad? ¿Será la soledad y la sobre exigencia impuesta a las mujeres, que deben poder con todo, asumiendo individualmente los costos que eso implica?

Deberíamos comenzar a pensar las cosas en una lógica más allá de lo económico. Las consecuencias de una baja en la fecundidad, enumeradas en cada reportaje fatalista, son producto de múltiples factores que han empujado a las mujeres y sus familias a tomar las medidas actuales. Y es necesario mirar el panorama con un lente gran angular para no perpetuar juicios sesgados, cargados de prejuicio, crítica y desconocimiento, sin pensar a esas madres y sus hijos que viven entre paredes. 

¿Qué necesita entonces una mujer —una familia chilena o migrante— para poder tener hijos? Porque al parecer solo desearlos no alcanza. Esa es la cuestión a plantearse y desde allí comenzar a trazar lineamientos que puedan sostener a quienes cuidan y cuidarán a las generaciones futuras.

Tanto las decisiones reproductivas, como el bienestar emocional de las mujeres y sus familias, se ven impactadas por el trauma cultural. Donde las normas culturales y las expectativas sociales imponen cargas adicionales, exacerbando el conflicto interno y externo relacionado con la maternidad y la crianza. Dicho trauma puede influir en las decisiones reproductivas y en la transmisión intergeneracional de experiencias traumáticas, destacando la necesidad de abordar estas complejidades al diseñar políticas y programas de apoyo a la maternidad y la crianza.

Es evidente que la baja natalidad en Chile no es una responsabilidad exclusiva de las mujeres; no se trata tampoco de un capricho de las parejas actuales, ni de una ausencia de anhelo de maternar. Sino de diversos factores que precipitan una decisión de consecuencias difíciles de sostener para nuestra realidad nacional; una decisión que impacta las dimensiones económicas, políticas y sociales. 

En una sociedad que no se enfoca en apoyar a la maternidad, ni a las niñeces, ni a la conciliación de la crianza/cuidado con lo laboral/académico. Menos aún, se ocupan del cuidado de la salud mental materna; porque de eso sí que hace falta en Chile. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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