La declaración regional de OEA señala que la violencia simbólica es una manifestación de la discriminación histórica contra las mujeres y las niñas en toda su diversidad, la cual contribuye a perpetuar las desigualdades.
Tras largos años de debate parlamentario, Chile cuenta al fin con una Ley Integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia hacia las mujeres. Esta normativa incorpora múltiples expresiones de la violencia hacia las mujeres, más allá de la intrafamiliar o sexual.
Así, en su artículo 6, la ley reconoce la violencia simbólica y señala que es “toda comunicación o difusión de mensajes, textos, sonidos o imágenes en cualquier medio de comunicación o plataforma, cuyo objeto sea naturalizar estereotipos que afecten su dignidad, justifique o naturalice relaciones de subordinación, desigualdad o discriminación contra la mujer”. Además, en su artículo 15, indica obligaciones especiales de prevención de la violencia de género en los medios de comunicación.
Este reconocimiento va en línea con la reciente declaración regional impulsada por el Comité de Expertas del Mecanismo de Seguimiento de la Convención de Belém do Pará (MESECVI) de la Organización de Estados Americanos (OEA), en la que señalan que “la violencia simbólica es una manifestación de la discriminación histórica contra las mujeres y las niñas en toda su diversidad, que ha estado presente en nuestras sociedades” y que, por ende, contribuye a perpetuar las desigualdades y a excluir a las mujeres del espacio público.
La violencia simbólica se puede manifestar a través de la cosificación de las mujeres y la consideración de roles estereotipados de género, entre otras formas, y es parte de la discriminación estructural hacia las mujeres, naturalizando su subordinación. Esta ha sido identificada en tratados internacionales y regionales de derechos humanos que refieren a la necesidad de modificar “patrones socioculturales de conducta de hombres y mujeres, con miras a alcanzar la eliminación de prejuicios y las prácticas consuetudinarias y de cualquier otra índole que estén basados en la idea de la inferioridad o superioridad de cualquiera de los sexos o en funciones estereotipadas de hombres y mujeres” (art.5 CEDAW).
Se trata de un tipo de violencia difícilmente codificable e inasible que, según señala Rita Segato, escritora, antropóloga y activista feminista argentina, es más efectiva cuanto más sutil. Y que, como conceptualiza el sociólogo francés Pierre Bourdieu, no es posible de aprehender a través de un ejercicio de conciencia.
Desde una comunicación con enfoque de género, debemos fomentar la erradicación de mensajes que injurian, difaman, humillan, subordinan y atentan contra la dignidad de millones de mujeres y evitar incurrir en prácticas que contribuyen a la estereotipación y estigmatización de las mujeres.
Fomentar nuevas narrativas, en un contexto en el cual abundan los titulares y contenidos sexistas, sensacionalistas, llenos de morbo y carentes de reflexión social, es el gran desafío que deben emprender especialmente comunicadores y comunicadoras para aportar al fortalecimiento de la comunidad y de la democracia. En tiempos convulsionados e inciertos, las autoridades y los medios de comunicación deben ser un ejemplo, elevando el nivel de los debates y eliminando descalificaciones estereotipadas y argumentaciones discriminatorias que nos impiden avanzar en la construcción de una sociedad para el siglo XXI.