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Parodian el Anillo del Nibelungo de Wagner

Una pequeña compañía teatral se ríe y hace reír al público con una irreverente y divertida parodia de Richard Wagner y su monumental obra.


«Todo Wagner en solo una velada», ofrece la Studiobühne de Bayreuth, a modo de alternativa al prestigioso certamen operístico bávaro donde estos días se estrena la nueva producción de la célebre tetralogía, a cargo de Jürgen Flimm y Giuseppe Sinopoli.

El título elegido para la sátira es Hojotoho, interpretación libre del «grito de guerra» de las valquirias, con el que se invita al espectador a participar en el intento colectivo de reirse con Wagner. Cinco actores se reparten más de sesenta personajes, desde Tannhaeuser a Tristán e Isolda y los «Maestros Cantores», para rematar su jugada con un «Anillo» concentrado en unos 45 minutos, en lugar de las 16 horas de la versión oficial.

Forman la escenografía una mesa, una silla, una cama y poco más y los intérpretes entran y salen envueltos en un imaginativo vestuario compuesto de prendas kitsch adquiridas en las rebajas o en tiendas de segunda mano. Lohengrin pilota un patinete alado, las tres hijas del Rin bailan envueltas en feos albornoces, las valquirias trotan a lomos de palos de escoba y el dios Wotan trata de dominar el mundo enfundado en una gruesa colcha azul, sujetada con un cinturón.

El hilo argumental se origina en el intento de una familia burguesa por «curar» a su hija Senta, una fanática radical de Wagner que les atormenta con «esa música infernal y estridente», y la someten a una terapia de «shock» consistente en representar en formato compacto todo el legado de musical su ídolo.

El autor y uno de los actores es Uwe Hoppe, profundo conocedor del universo operístico de Wagner y co-fundador de la Studiobühne, donde desde 1980 se estrenan con éxito creciente sus parodias.

Para acceder al teatro, instalado en el patio interior de un palacio del corazón de Bayreuth, no hay que ingresar en una lista de espera de hasta ocho años de duración, como ocurre en el festival. Una entrada preferente cuesta apenas veinte marcos (diez dólares), casi veinte veces menos de lo que vale en taquilla una buena localidad del «templo de culto wagneriano» que es Bayreuth.

En la sala no rige la norma de silencio sepulcral e incluso en plena función suena el teléfono móvil de un desconsiderado que olvidó desconectarlo, algo que en el templo operístico es impensable y equivaldría a la expulsión y repudio general.

Sin embargo, el público de la Studiobühne no lo forman iconoclastas vecinos, hartos de un Wagner omnipresente en todo Bayreuth y del ritual veraniego de un certamen que cada año atrae a la ciudad a los exquisitos adoradores del compositor. En su mayoría, los espectadores que se sientan en las sillas plegables de madera son habituales del «viejo granero», como se llama al teatro que mandó construir Wagner en la colina de Bayreuth.

«Es mi segunda temporada aquí y he aprovechado que hoy no hay función ahí arriba para echar unas risas con esta sátira», explica Ute F., una admiradora fiel de toda la obra de Wagner, que estalla en carcajadas a cada ocurrencia de la tropa y aclara a sus acompañantes la significación de cada detalle de la obra.

En el patio de butacas hay asimismo algún representante de la crítica dicha seria, que hace un alto en el camino para buscarle las cosquillas a Wagner. Todos abandonan el Hojotoho entre risas o secándose alguna lágrima de hilaridad, y alguno continua la noche en dirección a la cervecería Eule, tradicional local del casco antiguo que presume de haber tenido a Wagner entre su clientela.
EFE

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